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de vocación “latinoamericanista”. Se consideraba más legítimo y “natural”, por la identidad cultural entre las repúblicas latinoamericanas, que este movimiento lo desarrollara el cine mexicano y no el cine de Hollywood, donde se suponía que el resultado habría sido artificioso, falso, ilegítimo y, a final de cuentas, fracasado cultural y económicamente.15

      Cine, prensa y literatura como procesos de comunicación y procesos históricos complejos

      En toda la explicación anterior, está detrás un planteamiento que ahora parece verdad de Perogrullo, pero que hasta hace poco tiempo no era muy fácilmente aceptado en los medios académicos. En la época contemporánea, en casi todos los estudios de Ciencias Sociales y Humanidades, y aun en otros campos disciplinarios, cuando se habla de lo que se suele denominar como la era de la globalización, se suele pasar por alto que esta etapa se alcanzó en gran medida por la enorme diversificación, complejidad y enriquecimiento de los procesos, los medios y las estrategias de comunicación, merced a la potenciación de los mismos debido a la convergencia tecnológica que entre el final del siglo xx y el principio del siglo xxi los hizo posibles tal como ahora los viven las diversas sociedades del mundo. Históricamente, los procesos de comunicación han sido siempre cruciales en la conformación de las sociedades a través de los tiempos, por su incidencia en la socialización, la aculturación, la integración, etcétera, de los individuos y los grupos sociales. De tal modo, han sido sustanciales en la constitución de las identidades locales, regionales, nacionales, religiosas, raciales, culturales, etcétera, a través de la creación de representaciones, imaginarios sociales, mentalidades, ideologías, mismas que tienen en la comunicación colectiva una de las bases fundamentales para su constitución.

      Así, los fenómenos políticos, sociales, culturales, etcétera, de la época contemporánea no se explican, en las sociedades en lo particular, o en el mundo globalizado, si no se tiene en cuenta el papel fundamental que en todos ellos asumen los procesos de comunicación que implican ciertamente medios y tecnologías cada vez más avanzadas e innovadoras. Pero sobre todo involucran protagonistas (grupos políticos o empresariales, por una parte, y organizaciones de la sociedad civil ahora, por otra, que abogan por los receptores, las audiencias o los usuarios de la comunicación), así como estrategias seguidas por cada uno de los interesados (individuos y agrupaciones), empeñados en disponer para su servicio y para sus beneficios de las potencialidades de la convergencia tecnológica y los dividendos (económicos, políticos, ideológicos o culturales) de la cada vez más compleja trama de la comunicación colectiva social, local, regional, nacional, internacional o global.

      El proceso, desde luego, no es en absoluto nuevo. Se puede ubicar a la imprenta, y a su uso generalizado, como el origen de la era “mediológica”. De entonces a la fecha, todas las innovaciones técnico-mediáticas no han dejado de determinar el curso de la historia y la transformación de las sociedades. Si tomamos como ejemplo el poder y la utilización de los medios para la entronización de ciertas expresiones de la cultura de una región, como representativas del todo de una nación, podemos percibir que dicho proceso de construcción artificiosa de una “identidad” ocurrió a lo largo de la primera mitad del siglo xx en varias naciones, con recursos como las industrias de radio, discográfica y fílmica.

      Sucedió así que por el papel que jugaron la industria radiofónica, la industria discográfica y después la industria del cine, en México terminó por imponerse el folclor de una región, el Bajío mexicano (Michoacán, Jalisco, Guanajuato, etcétera), como representativos a ojos propios y extraños del “todo” de la nación mexicana. Esto ocurrió, desde luego, con el consecuente sacrificio o invisibilidad del folclor y las características, peculiaridades y riqueza de la especificidad de todas las otras regiones y manifestaciones culturales que integran, esas sí, en conjunto, el “todo” de la nación mexicana: el folclor de la huasteca, tanto la veracruzana como la hidalguense; el folclor del norte de la República mexicana; el folclor yucateco, el de Oaxaca, el guerrerense, el sinaloense, etcétera.

      Algo similar ocurrió en España cuando se adoptó como representativo del “todo” de la nación española al folclor de Andalucía (con peinetas, mantillas y castañuelas de por medio), en desdoro de la multiplicidad de regiones que componen el mosaico cultural español, con Cataluña como una de las regiones más renuentes a someterse a aquella imposición político-mediática. Algo similar sucedió con Alemania, en la cual el folclor de una de sus regiones, Bavaria, pretendió imponerse como representativa del “todo” de la nación alemana, también rica y diversa en todas sus expresiones y manifestaciones culturales, en su diversidad regional, religiosa (aunque se asuma por algunos como nación mayoritariamente protestante) e incluso lingüística, por las variaciones del alemán que se habla en diversas regiones del país.

      Ahora bien, si nos concentramos en la utilización del cine como fuente para la historia, tendríamos que traer a colación la verdad incuestionable de que el estudio de los medios de comunicación y sus productos no es, en primera instancia, una especie de entretenimiento meramente frívolo, enajenado de los procesos político-económicos, diplomáticos o socioculturales. El estudio de los medios y sus productos, en estrecha relación con los contextos políticos, económicos, diplomáticos, sociales y culturales, sin que forzosamente se tenga que hacer énfasis en las consabidas historias políticas o económicas per se como las únicas determinantes y que debamos tener en cuenta, nos lleva entonces a la consideración de la industria cinematográfica y sus industrias adyacentes (la publicidad cinematográfica, la prensa cinematográfica, el cartel cinematográfico, etcétera) como parte de un entramado más complejo. En él hablamos de un medio de comunicación, de un medio de expresión artística, un medio de entretenimiento pero también de goce estético para sus consumidores; un medio que se ha utilizado con fines proselitistas, propagandísticos, en momentos coyunturales (como las guerras mundiales del siglo xx), y también como un medio para la creación cotidiana de ciudadanía, para la construcción cotidiana y sostenida de la identidad, de sentidos de identificación, pertenencia, adhesión a valores, principios, tradiciones, mitologías, imaginarios, etcétera, en la llamada historia de tiempo largo, o de larga duración, cuando no hay coyunturas o rupturas en el devenir histórico. En ambas, pero sobre todo en el apacible navegar en el tiempo, se forjan identidades, mentalidades, representaciones del ser propio y de “los otros”, de los cuales nos distinguimos a través de la forma en que nos representamos y a través de la manera en que representamos a los demás dentro del mundo, en que existimos y cohabitamos con todos. Desde luego, no se desconoce que también un hecho coyuntural, trágico, de corta duración, puede tener gran alcance en la configuración de estos procesos.

      Después,

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