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Aliado, se habían exacerbado las posturas conservadoras que no vieron con buenos ojos la justicia redistributiva que se intentó mediante el apoyo a las clases obreras, o mediante la reforma agraria, no se vio con buenos ojos el apoyo a la República española, y el consecuente repudio al régimen franquista, cuando finalmente se convirtió en dictadura, y tampoco tuvieron buena acogida entre los sectores reaccionarios, e incluso algunos sectores intelectuales elitistas, las cruzadas cardenistas a favor de indígenas y campesinos. Finalmente, a propósito de ocurrencias como la de la “educación socialista”, incluida ex profeso en el artículo 3º constitucional, se abrió la puerta para que emergiera un conservadurismo de corte ultramontano, que se expresó nítidamente en el sinarquismo mexicano (demasiado cercano al fascismo europeo), y luego en la candidatura presidencial de Juan Andrew Almazán, como intento derechista para suceder a Lázaro Cárdenas en la Presidencia, para aminorar los ímpetus “revolucionarios” en el país.

      La real situación del país es perfectamente perceptible en la prensa antes de la guerra que, como la sociedad mexicana, no era pro Aliada. Cuando finalmente, después de un gran esfuerzo de política interna y diplomacia (como la presión estadounidense) se logró un viraje de la prensa mexicana, y a través de ella se buscó virar también la postura de la sociedad, se generó entonces la apariencia de un país por completo democrático, pro Aliado y antifascista; y el diferendo que México sostuvo con los países que no asumieron su postura se manifestó con artículos, editoriales, notas informativas, reportajes, etcétera. Uno de aquellos editoriales fue muy ilustrativo porque permitió entrever el tono de los reclamos y reproches que México y Argentina se hacían mutuamente respecto a sus posiciones en la arena internacional.

      A propósito de las condenas que México hacía de Argentina por su postura “neutral”, pero que era acusada de pro fascista, porque sus gobernantes lo eran aunque no lo era el grueso de su sociedad, la nación argentina respondía a su vez descalificando las críticas de México, prácticamente aduciendo que el gobierno de Ávila Camacho era un simple títere del de Estados Unidos, que le tenía puesto un bozal y lo jalaba a su postura y a su antojo. Y entonces la reacción airada, nacionalista, de la prensa mexicana, ya tornada en antifascista en un plazo muy breve, no se hizo esperar. Se le respondió a don Raúl Ruiz Guiñazu, entonces ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina, lo siguiente:

      Respecto al hecho tomado como eje inicial de esta exposición sobre Argentina en la Segunda Guerra Mundial, hoy podemos decir, con base en nueva información, proveniente de archivos diplomáticos recientemente desclasificados tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, que la situación de Argentina era muchísimo más compleja de lo que la prensa de la época permite advertir. Es ahora un hecho sabido que Argentina se mantuvo neutral en la guerra por una razón económica, pues conservando esa postura estaba en posibilidad de vender sus productos agropecuarios tanto a los países fascistas como a los aliados. Es decir, podía comerciar por igual con Alemania que con Gran Bretaña, por más que las simpatías gubernamentales estuvieran con el régimen nazi, que por sí solo no podía satisfacer las necesidades económicas y de comercio que sí se conseguían mediante la interacción comercial con Alemania y a la vez con Gran Bretaña y hasta Estados Unidos.

      Pero lo que hoy se sabe, además y con toda certeza, es que aquella no era únicamente una conveniencia para Argentina, sino también para la Gran Bretaña. Hoy se sabe mucho más sobre las muy agudas disputas que en privado, y en secreto, mantuvieron Franklyn Delano Roosevelt y Winston Churchill respecto al “problema argentino”. Roosevelt estaba empeñado en tener a todo el continente americano como parte de los Aliados, o como “su” aliado, no solamente para el periodo de la guerra, sino para configurarlo como su zona de influencia en la posguerra. Churchill, por su parte, tenía temor, y muy bien fundado, de que si Argentina era forzada a declarar la guerra contra los países del Eje, ya no se recibirían en Gran Bretaña, desde Argentina, todos los productos y mercaderías que le eran muy necesarios a la sociedad británica (productos cárnicos principalmente). Había el riesgo de que en la guerra submarina del Atlántico que habían desatado los nazis, todo buque argentino dirigido a las islas británicas podría ser torpedeado por los submarinos alemanes. De ocurrir esto, Gran Bretaña habría quedado en mayor situación de dependencia de la que ya tenía respecto a Estados Unidos, lo cual Churchill quería evitar a toda costa. Por otro lado, Churchill tampoco deseaban el sometimiento de Argentina ante Estados Unidos, pues históricamente Gran Bretaña tenía mayor ascendiente en esa nación por sobre Estados Unidos, y no se deseaba que en la posguerra la perspectiva cambiara a la de América toda como “zona de influencia”, única y absoluta de Estados Unidos, con Gran Bretaña desplazada de su posición privilegiada, históricamente, en el Cono Sur. Éste no era zona de cuasi absoluta hegemonía estadunidense, como sí lo eran México, Centroamérica y el Caribe, por ejemplo.

      En concreto, a Churchill sí le era conveniente que Argentina se mantuviera neutral, que no le declarara la guerra al Eje, y arguyó fieramente con Roosevelt para evitar a toda costa que el gobierno estadounidense obligara a Argentina a declararse pro Aliada, con el cuento de que podría recibir los beneficios que Estados Unidos pudiera darle como premio. De haberse concretado aquello, se habría puesto a la República Argentina bajo la égida de Estados Unidos, arrebatándola de la esfera de influencia cultural, y de la órbita económica de Gran Bretaña, donde históricamente había estado. Es decir, en la cuestión argentina se debatía no únicamente la posición de esa República en el conflicto bélico, sino la hegemonía

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