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los españoles y franceses, luego de otras nacionalidades que disminuyen considerablemente en comparación de los tres primeros. Esa paridad demográfica años después se inclinaría hacia los extranjeros. El arribo masivo de inmigrantes fue una marea que inundó la ciudad, conformando un pluralismo cultural24 que convivirá por décadas.

      El contingente de extranjeros en la ciudad de Bs. As.:

       Cuadro 1: Distribución porcentual de la población por nacionalidad

AñoargentinosextranjerosTotal
185564,7%35,3100%
186950,4%49,6%100%
188747,2%52,8%100%

      Estos datos se tornan interesantes al compararse el desmesurado crecimiento demográfico con la reducida expansión arquitectónica de la ciudad.

      El impacto inmigratorio provocará de manera lenta pero constante movimientos poblacionales en el interior mismo de la ciudad, que serán intensificados luego con la epidemia. Hasta el derrocamiento de Rosas el barrio sur (Concepción y San Telmo), era un barrio señorial pero un lento éxodo de las familias “más respetadas” comienza, y se acelera a partir de 1860. La principal causa de este fenómeno fue los nuevos gustos modernos de las familias más pudientes. La arquitectura de las casonas coloniales ya no reunía esas cualidades estéticas que a las pupilas de aquellas familias representaba lo bello y majestuoso; como tampoco ya el barrio lo hacía. Esto motivó que Catedral Norte, San Nicolás o el Socorro, parroquias donde florecía una arquitectura moderna, se conviertan en nuevos puntos de atracción. En el imaginario social si el Sur representaba lo atrasado, en tiempos de azote epidémico ese constructo se profundizará y vinculará con otros. La zona Sur era a la vez el principal punto de destino de los inmigrantes, cuestión que también se alista a las causas del éxodo de familias solventes que no deseaban la vecindad.

      Los conventillos se caracterizaban por su promiscuas divisiones, cuyos pocos metros cuadrados servían de dormitorio, comedor y sala, y de escasa o nula ventilación motivaba la resistencia y mezcla de efluvios. Hacinamiento, suciedad y desidia eran los conceptos que se vinculaban con esta vivienda popular, donde hasta el agua para lavarse era difícil de obtener.

      El exiguo estado sanitario de la ciudad

      Pero el problema del agua no era sólo puertas adentro del conventillo. Las exigencias modernas para una ciudad que se pretendía como tal, reclamaba la urgencia de contar con los servicios de agua corriente y cloacas. Ya en 1862 se estudió la posibilidad de que la población de la ciudad contara con aguas corrientes, pero recién en 1867, en el gobierno de Alsina, se puso en práctica dicho proyecto. Dirigido por el ingeniero Coghlan, se importaron los elementos necesarios de Gran Bretaña y recién en 1869 Buenos Aires inauguró su primer tramo de aguas corrientes, escasos 20.000 metros de cañería, con filtros en la Recoleta. Evidentemente el servicio era mínimo y por ende los beneficiados; y si a la exigüidad agregamos la total interrupción del proyecto, no resta más que señalar su real fracaso.

      El problema del aire era más profundo aun, tratándose, según el Dr. Rawson, de una ciudad poco oxigenada desde su nacimiento:

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