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del doctor Nicola, que estaba al tanto de los misterios de la cartomancia; la Willamina de Dickens, llamada William en un comienzo; Rumpel, de Southey, “el más noble archiduque Rumpelstiltzchen, Marcus Macbum, conde Tomlefnagne, barón Raticida, Waowhler y Scratch”; el gato rojo y gris de Chateaubriand, Micetto, regalo de un papa; la gata de Tom Hood, Tabitha Longclaws Tiddleywink, y sus tres gatitos, Peppernot, Scratchaway y Sootikins; el gato negro de fray Inocencio, llamado Timoteo “por la razón de que es un nombre apropiado para un gato y además en burlona reprobación de ese cismático monofisita de Egipto que en el siglo v usurpó el patriarcado y era popularmente conocido como Timoteo el Gato”, y que más tarde se llamó Susurro; el gato vudú de Sandy Jenkins, Mesmerizer; Madame Theophile, una de las muchas gatas de Théophile Gautier, que hallaba deleite en los perfumes y la música, en los chales de la India que venían en cajas de sándalo, en los tenues y aromáticos olores de Oriente; Chanoine, de Victor Hugo, y Hinse of Hinsefield, de sir Walter Scott; Moumoutte Blanche y Moumoutte Chinoise, de Pierre Loti; el malvado Rutterkin y sus emanaciones mefíticas, y la gata egipcia de Rosamund Marriot Watson, deseada por Arsínoe: “Una leona diminuta, de dulzura exquisita. Sus ojos grises como el mar. Y esas patas como algodones al caminar”.

      Y prosigue la marcha solemne: “Los gatos prudentes, los gatos callados / paseando su belleza, su gracia y su misterio”, las serpientes con pelo, como también se los ha llamado; esas “Venus de ojos verdes”, “el animal de casa”, “la esfinge de la chimenea”, “el comedor de ratas”, “el enemigo de los roedores”, “la pantera del hogar”, gatos “con nombres obsoletos y otros no, como Tom, Tiberio, Rogelio, Rutterkin o Puss”; gatos calumniosos, adeptos al faux pas, cuya reputación liquidan con sus garras asesinas; gatos chillones y buenos para la camorra; gatos de cruza que solo desean tener algo que morder; gatos circunspectos de triste semblante puritano y gatas sabihondas que vuelven locos a sus maridos; gatos inciviles que nunca se cortan las uñas; gatos chismosos, llenos de cuentos de Canterbury; grandes damas gatas vejadas por el catarro y el asma, y gatos supersticiosos que maldicen a las estrellas.

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      SOBRE SUS RASGOS

      Ahora que he convencido al lector de que los gatos tienen carácter, es momento de afirmar con la misma contundencia que tienen características distintivas. Ningún amante de los gatos estaría dispuesto a negar esta verdad, puesto que son sus características lo que nos hace amarlos. Muchos de estos rasgos nacen de hábitos ferales, de cientos y hasta miles de años de antigüedad. El perro es un animal que en estado salvaje se desplaza en jaurías y sigue a su líder en las expediciones de caza; domesticado, transfiere esta lealtad desde su líder a su amo, porque el humano es literalmente el amo del perro, como lo es del caballo y del asno, y como lo ha sido del sirviente de la casa. En cambio el gato en estado salvaje cazaba y vivía solo, y hoy conserva esos hábitos independientes. Obsérvese, por ejemplo, a un perro comiendo: si una persona u otro perro se le acerca, va a gruñir; tiene por instinto una memoria que lo impulsa a pelear por el mejor bocado, y es ese instinto lo que lo lleva a devorar sus viandas antes de que se las quiten. Un gato por lo general no muestra esa agitación. Acostumbrado a comer tranquilo y en soledad cuando era fiera, el gato domesticado suele alimentarse despacio

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