Скачать книгу

image

      Hace unos años, entré a hurtadillas en la granja Bell y observé lo que sucedía desde la sombra de los árboles. Estuve allí durante un rato y nunca miraron en mi dirección, ninguno de ellos, como si fuera invisible, como si fuera un fantasma.

      Esperaba coger a Leaf desprevenido, así tal vez su rostro mostraría alguna expresión, fugaz pero real, evidente, y entonces lo sabría. Sabría que pensaba en mí.

      Estaba fuera, con Wink y el resto de sus hermanos. Hicieron un pícnic y después jugaron a algo con muchas risas y gritos, y él era diferente con ellos, muy diferente, especialmente con la hermana morena y guapa; era alborotador, ruidoso y se reía todo el tiempo. Yo ni siquiera conocía el sonido de su risa, al menos, no el de su verdadera risa. Y, después de un rato, empecé a sentirme mal conmigo misma, ahí sola en el bosque mientras todos reían y jugaban juntos. Y yo soy Poppy, yo jamás me había sentido mal conmigo misma, así que regresé a casa y no volví a hacerlo.

      La octava vez que seguí a Leaf al granero, lo besé con toda mi alma, con todo mi ser, con lo malo y también con lo bueno. Lo besé una y otra vez, con su nariz fina y recta, las mejillas pecosas, los hombros anchos y huesudos, el torso blanco y duro, pero sus ojos verdes en ningún momento se posaron en los míos, ni una sola vez. Entonces me desnudé; pensé que iba a deslumbrarlo con mi deslumbrante belleza, pero solo se encogió de hombros y dijo que, por lo que a él se refería, yo podía ser la viva imagen de Helena de Troya que aun así no valía el aire que respiraba.

      Su hermana menor lo llamó desde algún lugar del parque y bajó para encontrarse con ella sin decir una palabra más. Lloré mientras volvía a ponerme la ropa, muy rápido; la paja se me metió en los pliegues y me lastimó durante todo el camino de regreso a casa, pero me hizo sentir bien, como las monjas y los cilicios, un castigo en el camino de la redención.

image

      Cuando el Héroe golpeó a nuestra vieja puerta con mosquitera, al atardecer, pensé que venía para que le adivinaran el futuro, como todos los que se acercaban a nuestra casa.

      Llevaba una florecilla silvestre de color rosa en la mano… y me la dio cuando abrí la puerta. No supe qué hacer con ella, así que la sostuve en la mano mientras él se quedaba ahí de pie con aspecto amable e incómodo, como el típico granjero antes de que el destino golpee a su puerta y se vea obligado a levantar la espada y salir al camino.

      Lo hice entrar y, antes de que me diera tiempo a cambiar de idea, le pregunté si quería ir a pasear por el bosque.

      Miró la puesta de sol por las ventanas y, a pesar de todo, dijo que sí.

      Planeé llevarlo por el sendero que pasaba justo al lado de la casa Romano Fortuna. Era una casa llena de cosas malas, de tristeza y de Imperdonables, pero quería ver qué sucedía.

      Midnight esperó en la cocina mientras yo me preparaba. Los Huérfanos lo rodearon y le hicieron preguntas que no supo responder, la mayoría acerca de si ya había visto al fantasma de Lucy Rish en su casa al otro lado del camino y si le tiraba manzanas o simplemente caían de sus viejas manos fantasmales. Él sonreía y no parecía molesto por el interrogatorio.

      Me puse un vestido verde de algodón, porque a los tres espíritus les gusta el verde. Había sido de Mim cuando era joven y tenía un cinturón blanco. Solo tenía un agujerito en la espalda, que era imposible de ver.

      Olvidé cepillarme el pelo antes de salir, pero sí recordé espolvorearme los brazos y el cuello con azúcar glas. Atraía a los mosquitos, pero, como la noche estaba fresca y ventosa, no me preocupó. Además, los Imperdonables se alimentan de ti, a menos que les des algo dulce a cambio. Eso los distrae y te dejan tranquila. Casi siempre.

image

      El interior de la granja Bell era tan caótico y desordenado como uno podría esperar de una casa con tantos perros y niños corriendo como locos. La cocina era larga y rectangular. Había cestas con huevos morenos en la encimera de madera, boles llenos de manzanas y bolsas de patatas y cebollas. Había macetas colgadas del techo y una pila de ropa limpia y doblada al final de la mesa, y todo parecía pulcro y ordenado dentro de su estilo desorganizado.

      Las paredes eran de un azul turquesa intenso y había una cocina de leña encendida en un rincón. Todo olía a pan de jengibre, y la madre de Wink me ofreció un trozo mientras esperaba. Era una mujer baja con grandes curvas, suspicaces ojos verdes y largo cabello rojo, sin canas. Llevaba el pelo en gruesas trenzas entrecruzadas en la cabeza con un estilo que parecía tanto antiguo como artístico y moderno. Llevaba una especie de camisola negra, una falda larga de muchos colores y botas negras con cordones enrevesados. Tenía el aspecto que uno imaginaría que debe de tener una adivina…, pero también tenía aspecto de madre. Una madre a la que le gusta vestirse de manera interesante y moderna en lugar de con los clásicos pantalones beige y chaquetas de punto de color pastel.

      Mi madre también tenía un estilo moderno. Era escritora y quería que la gente lo supiera. Llevaba gafas de pasta grandes y redondas, tenía un frondoso cabello castaño y vestía con ropa larga y envolvente que usaba con botas de vaquero marrones. La gente la miraba cuando iba de compras y a ella le gustaba que fuera así. De modo que la madre de Wink me hizo sentir como en casa.

      El bizcocho era oscuro, casi negro. Sabía a jengibre y melaza. Lo comí en la mesa de madera mientras unas pequeñas manos pegajosas se estiraban hacia el molde, cuyo contenido fue desapareciendo trozo a trozo mientras yo estaba allí. Los Huérfanos me hacían preguntas mientras tomaban rápidamente trozos de pan de jengibre, uno tras otro, sin esperar mis respuestas, como si las preguntas fueran lo único importante…

      «¿Cómo te llamas?»

      «¿Crees en los fantasmas?»

      «¿Has visto al fantasma que vive en tu casa?»

      «¿Cómo de rápido corres?»

      «¿Has jugado alguna vez a “Sigue los gritos”?»

      «¿Tienes perro?»

      «¿Te gustan los veleros?»

      Traté de contar cuántos niños había. Lo hice. Pero todos se movían de un lado a otro, todos eran pelirrojos de ojos verdes, a excepción de una niña morena de ojos marrones, que me sonrió dulcemente mientras tomaba el segundo trozo de pan de jengibre. Concluí que eran cinco, aproximadamente. Dieron vueltas alrededor de la madre de Wink cuando ella empezó a preparar sopa en la cocina de leña, hasta que finalmente salieron de casa cerrando la mosquitera con fuerza, seguidos por tres perros sonrientes: dos grandes golden retrievers y un pequeño terrier blanco.

      Considerando cómo era mi vida en ese momento, con tanta tranquilidad, especialmente desde que Alabama y mi madre se habían marchado a Francia… Uno podría pensar que aquel caos me habría estresado. Pero no. Me gustó.

      Oí pasos en la escalera y Wink regresó con un vestido verde que parecía un poco anticuado, pero qué sabía yo de la moda… Solía llevar pantalones y camisa negra, como Alabama. A él le gustaba vestirse como Johnny Cash o como un pistolero sin pistolas, y decidí que si era bueno para Alabama, era bueno para mí.

      El cabello rojo de Wink seguía estando desgreñado y salvaje. Se movía alrededor de su carita en forma de corazón y la hacía parecer todavía más pequeña y aniñada. Me sonrió y le sonreí.

      —¿Qué tal el pan de jengibre? —preguntó.

      —Muy bueno.

      —Ya has conocido a los Huérfanos.

      —Sí.

      —¿Puede leerte las cartas Mim?

      En mi favor, debo decir que asentí.

      La

Скачать книгу