Скачать книгу

alcanzar el placer al que la naturaleza humana se siente llamada, en contraposición al sentimiento del deber en el que se vuelcan los esfuerzos de padres y educadores.

      Mayo del 68 parece claramente heredero de esta convicción. Quizás una síntesis de ese modo de pensar puede ser adivinado en la frase «Prohibido prohibir» que apareció como uno de los eslóganes repetidos a partir de esa fecha. Desde esas convicciones, que se muestran como value-free (sin valores de referencia), parece comenzar a edificarse una nueva mentalidad, reivindicativa de derechos sociales, que progresivamente irá plasmándose en legislaciones de países de nuestro entorno occidental, fundamentalmente Europa y Estados Unidos. La aprobación del aborto, que hasta entonces estaba limitada a la Rusia soviética y los países de su órbita de influencia socialista, se extiende a partir de su introducción precisamente en la legislación de Francia, tras el acceso a los anticonceptivos en 1974, con el impulso de Simone Veil y la aprobación del presidente Giscard d’Éstaing en 1975.

      Posteriormente, en 1977, Alemania legisló la autorización del divorcio y, como fichas de dominó, en diversos países de nuestra Europa occidental se fueron aprobando sucesivas legislaciones de liberalización divorcista y de despenalización del aborto. Siguiendo esa misma dirección de pensamiento, tal como afirma Gabriele Kuby (2017), en pocas décadas la misma ONU se convirtió en una institución que utilizaría su poder y recursos para sustituir la moral universal establecida en la Declaración de Derechos Humanos de 1948 por una nueva moral apoyada en valores posmodernos de carácter relativista. Una buena muestra de esto fueron la Conferencia de Población de las Naciones Unidas en El Cairo en 1994, donde se introdujo la expresión «derechos reproductivos», intentando incluir entre ellos el derecho al aborto, y la Conferencia Mundial sobre la Mujer en Pekín en 1995, donde se plantearon como objetivos convencer a la población de la «igualdad sustantiva» de hombres y mujeres (distinta a la igualdad de oportunidades), la deconstrucción de la identidad sexual masculina y femenina y la deconstrucción de la heterosexualidad.

      En nombre de la libertad, grupos de activistas, con importantes subvenciones estatales y legislaciones que los amparan, han propagado como «nuevos derechos» el derecho al amor libre, haciéndolo equivalente al matrimonio, el derecho a la contracepción subvencionada, el derecho a la fecundación artificial aun en situación de inexistencia de familia acogedora, sin tener en cuenta el mejor interés de los niños por nacer, el derecho a elegir libremente la propia orientación sexual desde la infancia y, finalmente, la incorporación de la perspectiva de género, convirtiéndola en un principio guía de diferentes medidas políticas, diluyendo así entre múltiples opciones de vida en común el valor de la familia natural.

      ¿Todo esto es atribuible a la fallida revolución de Mayo del 68? Probablemente, todo no. Pero sí es verdad que pensadores influyentes como los provenientes de la Escuela de Fráncfort, Herbert Marcuse y Max Horkheimer entre ellos, y otros como Simone de Beauvoir, vieron con ello aumentada su popularidad y su influencia, que enlazaba con las teorías freudianas propugnando una «sexualidad liberada». Se ha dicho que la rareza del 68 es haber sido una revolución sin desenlace aparente, que barrió el pasado sin construir un universo nuevo, pero quizás el germen de ideas y planteamientos de ruptura con la tradición que surgió de ese momento nos esté influyendo más de lo que creemos o estamos dispuestos a admitir.

      CRECIENTE CRITICISMO A LA OBRA DE FREUD

      Jacques Maritain expresa de forma rotunda: «Toda la filosofía freudiana descansa sobre el prejuicio de una negación radical de la espiritualidad y la libertad» (De Marco, D. 2007). Este prejuicio es simplemente el esperable al conocer la propia vida del autor que, desde joven, rechazó la fe del judaísmo en el que había sido educado y encontró en la teoría de un subconsciente condicionante de las acciones una justificación para rehuir la responsabilidad moral de las pulsiones sexuales. Freud, por tanto, parte de una idea expresada a priori como un punto de partida dogmático: la trascendencia no existe, lo que expresa únicamente su propia convicción subjetiva. A partir de ahí, intentará explicar que la religión, el arte o la moralidad pueden ser comprendidos como un comportamiento condicionado por experiencias previas, sin mención a la libertad individual. Por otra parte, se reduce la verdadera culpabilidad a un simple «sentimiento de culpa», perdiéndose así toda noción de responsabilidad moral, con lo que los vicios, al igual que las virtudes, se convierten finalmente en el resultado de la interacción entre los instintos racionales y otros determinantes psicológicos. Se explicaría de este modo la violencia como algo simplemente corporal y natural, la liberación de instintos reprimidos.

      Karl Popper, al sentar las bases de la filosofía de la ciencia, critica el psicoanálisis calificándolo de seudociencia, debido a que sus hipótesis no son comprobables ni falsables (no se puede evidenciar su verdad ni su falsedad). En las teorías freudianas, la evidencia se reinterpreta cuando no se cumple la hipótesis de partida o cuando no se encuentra el sustento empírico correspondiente (Clavel, F. 2004). Como ejemplo de esto, la teoría de la represión, que afirma que las experiencias traumatizantes se reprimen relegándolas al subconsciente, es indemostrable, puesto que se refiere a vivencias de las que no se es consciente. Por tanto, no se puede saber si esas experiencias han existido o no, aunque un psicoanalista lo afirme (Fuentes, J. B. 2009). Adicionalmente, la interpretación del valor simbólico de sueños concretos puede ser enfocada de modo distinto entre diferentes psicoanalistas, lo que evidencia también la falta de objetividad que sería esperable de una ciencia que se presenta a sí misma como explicativa de la mente humana.

      El estudio sistemático de la obra de Freud muestra contradicciones internas, pero no retractaciones de las ideas expresadas con anterioridad a sus cambios de postulados. Freud cree en la teoría de la seducción, pero luego deja de creer en ella; teoriza la posibilidad de una psicología científica capaz de conocer el funcionamiento de la mente para luego abogar por un inconsciente impenetrable; cree en un primer momento en la excelencia de la cocaína y la electroterapia, pero posteriormente las abandona por la hipnosis. Asimismo, defiende con tesón la cura por la palabra, pero, en sus últimos escritos, plantea la hipótesis de que los progresos de la química y la farmacología podrían volver inútil algún día el tratamiento psicoanalítico. En realidad, más que hablar del pensamiento de Freud, como una doctrina coherente en sí misma, habría que hablar de los múltiples postulados de Freud incluso contradictorios entre sí.

      Finalmente, los historiadores han descubierto, además, que Freud mintió sobre las curaciones de sus pacientes más paradigmáticos (Onfray, M. 2011). Posiblemente esto escandalizará a algunos pero, de hecho, la publicación de estos datos contrastados con información irrebatible a partir de los historiales médicos de sus protagonistas, no le ha restado credibilidad ni admiración a su autor. Podríamos preguntarnos: ¿por qué? La explicación parece sencilla: Freud ha entrado ya en el imaginario colectivo de los mitos y, como él mismo propició, denigrar sus teorías es considerado como signo de estar dominado por un subconsciente represor o, peor aún, de oponerse a la modernidad y estar aliado con quienes ven la sexualidad como algo negativo. «Retrógrado» y «oscurantista» pueden ser los calificativos más benévolos con los que se puede etiquetar a quien se atreva a hablar públicamente en contra de Freud, con lo que la autocensura posiblemente ya esté considerada como la mejor opción por quien no quiera arriesgar su estatus de aprobación social.

      Sin embargo, la aceptación acrítica de las teorías, hipótesis, postulados, presuposiciones y especulaciones de Freud puede estar dando lugar a importantes repercusiones en el ejercicio de la sexualidad, la inestabilidad de las relaciones de pareja, la marginación de la futura paternidad e incluso el abandono de la religión, presentada como algo con tintes negativos para el desarrollo personal. Por ello, sin duda, merecería la pena realizar una amplia y pormenorizada reflexión sobre sus fundamentos y consecuencias.

      UNA NUEVA Y DESEABLE REVOLUCIÓN SEXUAL

      Nunca es demasiado tarde, aunque parezca que el tiempo se acaba. Por ello, y porque es mucho lo que está en juego, debemos recuperar cuanto antes el mensaje del amor con compromisos, la belleza de la sexualidad como parte de una vida familiar fundada sobre la promesa de un amor sin condiciones. Esta es la nueva revolución sexual que el mundo necesita. Un amor que se crezca ante las dificultades y que se muestre ante todos como auténtico, porque es fiel y fecundo.

      Soñemos

Скачать книгу