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derechos, viven mejor en la subvención que en la autonomía laboral. Hoy sabemos que la mejor manera de encontrar trabajo es trabajando, es decir, teniendo un empleo, la persona que está en el circuito laboral es más fácil que encuentre otro trabajo mejor remunerado y más cercano a su especialidad, que aquel que está desempleado.

      Resumiendo, la sociedad del bienestar surge para alcanzar uno de los derechos más importantes del ser humano “poder vivir en el placer directo”, no solo sintiéndose bien cuando se deja de tener dolor o sufrimiento, sino que puede sentir placer sin que haya dolor previo. Este derecho es fundamental, ya que lleva implícito tener conseguidos los primeros peldaños de la pirámide de Abraham Maslow, tener cubiertas las necesidades fisiológicas, de seguridad, afiliación y reconocimiento.

      En ese momento entró en la habitación Pedro vestido de Pedro. Quería charlar con Félix, como había dejado dicho López, pero Pedro no sabía que Félix no estaba solo en la habitación y cuando entró y vio a Ismael en toda su vorágine de explicaciones, se quedó bloqueado. Félix le sonrió y dijo:

      – Pasa, Pedro, por favor. Ayer contigo la vida me dio un vuelco, pero hoy además me ha traído a un ángel de nombre Ismael, eso sí, con la cadera rota, que me ha dado un vuelco a todo lo que creía que sabía y me está abriendo un universo que es necesario que aprendamos para poder conocernos.

      – Buenos días o tardes, no sé si ya habéis comido –indicó Pedro sonriendo a Ismael y tocando la mano de Félix.

      – No, aún no nos han traído la comida –expresó Ismael–. Ya que has entrado en nuestra morada, haznos un favor. Busca en el bolso una revista que se llama Journal of Neuroscience y acércamela, por favor.

      – Vaya una gran revista científica de neurociencia –replicó Pedro.

      – ¿La conoces? –respondió Ismael.

      – Pedro es psicólogo –explicó Félix.

      – Tenga usted –dijo Pedro, alcanzándole la revista a Ismael.

      – Mirad. Este es un croquis del circuito de gratificación de recompensa de una rata.

      Ambos observaron, en ese momento entró una auxiliar con las bandejas de la comida.

      Capítulo 3

      Sonidos de una vida: el corazón de una madre, la risa de un bebé,

      el susurro de quien amas, la voz de un amigo o el jadeo de tu perro.

      R. Aguado

      Natalia se pasó todo el día de pregunta en pregunta. De hecho le sucedió algo bastante incómodo para un terapeuta y es que encontraba en sus pacientes similitudes y aspectos propios. Esta personalización de aquello que se trabaja con los pacientes sucede siempre, solo que se es consciente cuando el terapeuta está en un momento en el que sus cosas no están resueltas o, lo que es más habitual, está en fase de querer resolverlas. Una pregunta le rondaba más que otras, dándose cuenta cuando se la hizo a Montse, una paciente de 21 años que se encontraba en el hospital por padecer un cuadro obsesivo compulsivo con rituales de limpieza muy dañinos para su salud física y mental y una estructura mental muy anancástica y que había llegado a tal extremo que utilizó productos cáusticos para quitarse la contaminación que vivía en sus manos, con las consiguientes heridas y quemaduras, de las cuales se estaba reponiendo en la planta de medicina interna. Natalia preguntó:

      – Pero, Montse, ¿de qué quieres limpiarte?

      – No lo sé, en verdad no lo sé. Me siento constantemente contaminada, sucia, me doy asco, pero ciertamente no sé de qué. Hasta ahora pensaba que podría contaminarme del virus del SIDA pero, realmente, ahora no sé de qué –contestó la paciente.

      – Cierra los ojos –refirió Natalia–. Pon a eso que no sabes qué es, pero que te contamina, un color. ¿Qué color tiene?

      – Rojo hacia negro, rojo sangre coagulada –dijo sin vacilar Montse.

      – ¿Qué parte de tu cuerpo ocupa?

      – Las manos, hasta los codos.

      – ¿Como si fuera un guante?

      – Sí –afirmó Montse.

      – ¿Qué textura tiene eso que te contamina?

      – Es áspero, tan áspero como una lija.

      – ¿Y a qué huele?

      – A cera quemada –contestó Montse.

      – ¿Qué te viene a la cabeza que sea rojo como un guante, áspero como una lija y que huele a cera quemada?

      – La matanza del cerdo en mi pueblo –contestó Montse sin vacilar, como si tuviera la respuesta en una primera línea de su mente–. Cuando era niña, me ponía unos guantes con los que ayudaba a meter la carne para hacer los chorizos. También se quemaba la piel del guarro para hacer cortezas y olía así.

      Y aquí es donde Natalia realiza la pregunta clave, esa que se estaba haciendo constantemente ella misma:

      – ¿Y qué es lo que pasó ese día?

      – En la siesta, después de comer, mientras todos estaban acostados, mi primo y yo nos dimos un beso y nos tocamos el cuerpo, tenía diez años y nos descubrió mi tía. Hizo que nos laváramos la boca al lado del barreño donde estaba lo que había sobrado. Al ver esa carne flotando en ese líquido rojo que llamaban adobo, me di asco, sentí tanto asco que no paré de lavarme la boca y las manos con piedra pómez.

      Y ahí suele estar el quid de esas memorias que tenemos ancladas y que, como un disco rayado, nos vienen y nos vuelven sin tener consciencia de que lo realmente importante es “lo que pasó ese día”. En el caso de Montse, lo que pasó es que tuvo un momento donde la curiosidad y la pasión la envolvió en uno de esos instantes bastante habituales entre niños de ocho a once años, en los que comienzan a curiosear y a descubrir sensaciones muy excitantes cuando tocan o conocen el cuerpo del otro. De forma súbita pasó del escenario de la pasión y la excitación de los diez años, a la tragedia y el horror del cerebro del adulto, que interpreta en esa conducta un sinfín de maleficios y perversiones, tal como hizo su tía. Es el choque de la vida infantil con la del adulto, sin término medio. La pregunta ¿Qué es lo que paso ese día? intenta contextualizar lo que allí ocurrió, tener memoria de estar allí, para que cada vez que Montse tenga un arrebato de pasión en la actualidad, no aparezca como un resorte, la respuesta emocional que fue grabada, en este caso el asco y la culpa. Cada vez que Montse, como todos los seres humanos sanos, tienen deseos sexuales, en vez de satisfacerlos y satisfacerse como adulta que es, la impregna el resultado de la memoria de aquel día, el asco y la culpa, de tal manera que tiene que limpiarse, ya que la pasión y la excitación para ella se vuelven de forma súbita en asco, culpa o miedo. Y por esto tiene tanto valor para su ecosistema el ritual de lavado, mientras se limpia su contaminación, no realiza la acción sexual que desea. El ritual de lavado se convierte en el mecanismo que la protege de aquello que fue grabado en su infancia como lo peor que puede sentir una persona, deseo por otra persona. Para saber por qué hacemos lo que hacemos, en muchas ocasiones, hay que saber o descubrir lo que pasó después de un momento cumbre de excitación.

      Montse y su primo descubrían sus primeras pulsiones sexuales a través de toqueteos y besos que los colocaban en una excitación extraordinaria. Pero cuando después de esa excitación aparece el castigo, la vergüenza o el miedo, se suele culminar en el asco y la culpa, que son las dos emociones que están detrás del trastorno obsesivo compulsivo, principalmente. Montse ayudó a Natalia a preguntarse “¿Qué pasó después de tu momento de excitación?” Y eso es lo que estuvo preguntándose toda la mañana a sí misma “¿Qué pasó después de su momento de excitación?” Pero después de cuándo. Eso es lo que esperaba averiguar comiendo con Mª Luisa.

      Natalia

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