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      – Claro, así es, no hay duda –asintió Félix.

      – Pues quizás es a lo que dedicamos menos tiempo en aprender. Saber habitar tu vida y, así, adueñarte de tu destino debería ser la enseñanza fundamental en cualquier escuela desde que somos pequeños, incluso en la familia deberíamos realizar esta enseñanza.

      – ¿Y no lo hacemos? –preguntó Félix.

      – No con conocimientos científicos. Es habitual que muchos de nosotros sepamos lo que tenemos que hacer para llevarnos bien con nosotros mismos. De hecho, se han escrito muchos libros sobre la importancia que hay en llevarse bien con uno mismo. Pero una cosa es saber lo que hay que hacer y otra ser capaz de hacerlo.

      – Guau, esa es buena. Lo importante no es saber lo que hay que hacer sino ser capaz de hacerlo. ¿No somos capaces de hacerlo? –insistió Félix.

      – Creo que la evidencia nos dice que no. En la mayoría de los problemas, lo que nos hace sufrir no es en sí la naturaleza del problema. Sufrimos porque nos enojamos con nosotros, nos hacemos trampas, sentimos miedo e inseguridad de nuestras posibilidades, dependemos de lo que nos rodea e, incluso, dejaríamos todo lo que hoy colocamos como bienes supremos, como la familia, los hijos, el trabajo, la comida, la bebida, incluso el sexo, si tuviéramos un artilugio que nos diera placer en nuestro cerebro.

      – No me lo puedo creer, tan tontos somos –aseveró Félix.

      – No es cuestión de ser tonto o listo, es simplemente que tenemos distintos motores que nos mueven, algunos muy alejados de nuestra voluntad. Por lo tanto, si no sabemos que existen, podemos caer en una inercia en la que no seamos capaces de llevar un mínimo las riendas de nuestro destino –sentenció Ismael.

      – Es alucinante, ponme un ejemplo, por favor.

      – James Olds y Peter Milner, en 1953, colocaron un electrodo en una zona del cerebro de una rata que, posteriormente a este trabajo, se denominó circuito de gratificación de recompensa. Descubrieron que si se la daba la oportunidad de estimular este circuito pulsando una palanca, la rata pulsaba una y otra vez la palanca a pesar de hacerse heridas en las patas. Prefería seguir estimulándose a comer estando hambrienta, beber estando sedienta o tener relaciones sexuales en fase de celo. Esta misma respuesta se ha podido observar en humanos en experimentos muy poco éticos y desde el punto de vista científico repugnantes, como los realizados por Robert Galbraith Heath desde el departamento de psiquiatría y neurología de la Universidad Tulane de Nueva Orleans, donde demostró, entre 1948 y 1980, que personas que tenían implantados electrodos en zonas del circuito de gratificación de recompensa como el septum, si podían autoestimularse con un dispositivo, dejaban de lado labores como estar con sus hijos, asearse, comer, beber o tener relaciones sexuales.

      – O sea, en nuestro cerebro hay un circuito que si lo estimulas te sientes tan bien, que pasas de todo lo que te rodea –casi gritó Félix.

      – Exactamente, ese circuito está formado por varios núcleos o estructuras cerebrales. Algunas de ellas, cuando se estimulan, nos producen una sensación de placer tan alta que se han denominado centros del placer. De hecho, siempre que cualquiera de nosotros siente placer es porque este circuito y estos núcleos se han activado.

      – Es decir, las cosas que vivimos pueden activar este circuito, ¿pero también se podría hacer si pusiéramos un electrodo?

      – Exactamente, el placer habitualmente lo producen las cosas que hacemos, pensamos o sentimos, pero esnifando cocaína también podemos sentirlo. El motivo es que la cocaína produce una elevación de un neurotransmisor que activa este circuito, se llama dopamina.

      – Pero estos científicos se lo callarían, porque para qué queremos saber que podemos ser autómatas si nos operan y nos están dando chutes en ese circuito. Nos convertiríamos en una especie de autómatas dependientes.

      – Bueno y qué diferencia hay con un adicto a la coca, heroína o un jugador compulsivo o una persona que tenga una dependencia emocional. Toda Adicción crea un autómata que lo deja todo por seguir estimulando el circuito con su droga, conducta o relación.

      – Me dices –prosiguió Félix– que este descubrimiento sirvió de algo para la ciencia.

      – Mucho, Félix, dame unos minutos y te lo explico… sirvió para muchísimo…, es más, ha sido uno de los hitos que explican nuestro comportamiento y nuestra forma de vivir en estos momentos.

      Ismael cogió el vaso de agua que tenía en la mesilla, bebió y comenzó a darle a Félix toda una clase magistral de la importancia del descubrimiento del circuito de gratificación de recompensa. Así, hoy sabemos cómo podemos convivir mucho mejor con nosotros, habitarnos de forma más sana y, por ello, tener alguna oportunidad para decidir nuestro destino. Ismael dijo:

      – En aquellos momentos era difícil asimilar que el cerebro pudiera sentir placer, la teoría dominante indicaba que el cerebro se excitaba solo cuando sentía dolor o peligro, por lo tanto, aprendíamos evitando. Olds señalaba que hasta su investigación “el dolor ofrece el impulso y el aprendizaje basado en la reducción del dolor proporciona la dirección”, la recompensa o el placer no estaban en la cabeza de los investigadores, la zanahoria aún no se había inventado, solo el palo. Los estudios de estos dos investigadores, bajo la dirección de Donald Hebb, demolieron la creencia anterior centrada en el castigo y demostraron que la conducta está tan impulsada por el placer como por el dolor. Este hallazgo del placer como un atributo esencial humano nos puede sorprender en este momento, como si estuviéramos manifestando un conocimiento de Perogrullo pero, en realidad, significó que entendiéramos el comportamiento de los adictos, lo mal que lo estamos haciendo al incidir tanto en colocar como sentimiento esencial la felicidad y, sobre todo, ha servido para que sepamos qué zonas de nuestro cerebro tenemos que activar si queremos salir de una depresión o la importancia que tiene para ser feliz que la estimulación no sea tanto externa como interna.

      – ¿Me dices que buscar la felicidad no es del todo bueno? –preguntó Félix.

      – Bien, a esta pregunta te contestaré más tarde. Ahora quiero indicarte que todos estos conocimientos han sido necesarios para poder realizar sociedades democráticas y permitir que la sociedad del bienestar sea posible. Con la teoría del dolor y el sufrimiento como única vía de aprendizaje, la población no podía sentir placer, el único placer que existía era la pérdida del dolor y eso impedía que se quisiera tener una vida plena, por lo que la democracia no podía suceder. Fue después de la Segunda Guerra Mundial cuando surgió la posibilidad de que todos teníamos derecho a ser felices, a vivir en los últimos escalones de la pirámide de Maslow. No obstante, aún hay mucho por hacer, han quedado aún muchas secuelas de aquella teoría en la que el dolor y el sufrimiento era lo único posible que podía sentir nuestro cerebro ya que, a día de hoy, aún sigo escuchando en ilustres autores que existen emociones negativas, cuando deberíamos haber cerrado este debate sabiendo que las emociones básicas son todas positivas en el sentido de que nos ayudan a sobrevivir; algunas son desagradables cuando se sienten, pero nunca negativas. Por ejemplo, sentir miedo ante un toro que corre hacia nosotros es muy positivo, ya que nos ayuda a huir y subirnos a un árbol. El miedo siempre es desagradable o displacentero, pero sentirlo es muy positivo porque nos salva la vida. Si seguimos indicando que hay emociones negativas a la comunidad, de alguna forma, mantenemos como presente la teoría añeja del dolor como base de activación del cerebro y colocamos la evitación del sufrimiento como base del aprendizaje. Y es que, en realidad, el descubrimiento de que el ser humano podía sentir placer directo ha sido una de las revoluciones sociales y, por tanto, del ser humano. Algo esencial, aunque muy pocos han hablado de ello.

      – Visto así, es curioso –verbalizó Félix, cada vez más impresionado de todo lo que estaba aprendiendo en un hospital– ¿Entonces antes de la Segunda Guerra Mundial no existía la felicidad?

      – La felicidad es el sentimiento principal de una emoción básica llamada alegría. La alegría es una emoción que, como todas las emociones básicas, está en el genoma humano, es decir, no se aprende a sentirse alegre. Todos los mamíferos somos mamíferos por poder emocionarnos, la naturaleza las eligió para que

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