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entonces fue un chico que no permitió que nadie le diera órdenes pero, por otro, supo dárselas él mismo, por lo que no fue muy conflictiva su adolescencia. Compartía casa y cariños con sus tíos y primos, a los que adora; sus tíos nunca pudieron con él, aunque tampoco les dio muchos disgustos, no admitió que hicieran de padres, eran sus tíos, a los que respetó y admiró hasta que murieron, pero siempre fue él su propio padre y su propia madre.

      Recordó cómo paseaba por el olivar que sus padres habían comprado. Al ser los dos funcionarios de correos y trabajar en la misma oficina, tenían suficiente para vivir bien y pudieron comprar las tierras que anteriormente habían pertenecido a los antepasados de su madre y que les fueron despropiadas después de la guerra por pertenecer al otro bando. Recordó cómo al salir del colegio, él se quedaba en el comedor, muchas tardes se iba con ellos a regar o cómo en tiempo de recogida ayudaba a recoger las olivas que habían caído fuera de la manta.

      No pudo despedirse de ellos, estaba en el colegio cuando llegó la directora y le dijo que saliera de clase. Fue muy cariñosa, lo abrazó y sin saber qué pasaba, con ese abrazo sintió que algo muy grave había sucedido; fue un abrazo que aún recuerda, lleno de amor y sentimiento. A partir de ahí nunca más quiso un abrazo, ese abrazo quedó impregnado con una mezcla de mucho amor y del presagio de la tragedia; cuando alguien intentaba abrazarle su cuerpo se ponía tenso, le era imposible. Todas estas memorias también son esquemas emocionales que se grabaron en lo más profundo de su mente. La vida de Félix estaba muy condicionada a tres esquemas fundamentales:

      – Nadie sustituiría a sus padres.

      – Sería una persona legal.

      – No tendría abrazos ni demostraciones de amor, después del amor viene la muerte.

      Y con esos mimbres fue creciendo Félix, con un perfil que pronto canalizó con una necesidad de vivir solo, viajar y tener una relación permanente con el campo. La ciudad le agobiaba, la gente le ponía triste y quedarse en un sitio parado era como dejarse morir. Pronto descubrió el tren, primero, como viajero, ya que desde muy pequeño, con la herencia que le había quedado, pudo pagarse viajes cuando no tenía colegio. Sus tíos al principio se preocupaban por si le pasaba algo, pero pronto se dieron cuenta de que a los caballos salvajes cuando se les deja en libertad es cuando mejor se saben cuidar; sin embargo, si les quieres meter en un box y domarles, entristecen tanto que algunos prefieren lesionarse a estar allí.

      Posteriormente, el tren pasó de ser un medio para viajar al vehículo de su profesión. Aunque no tenía ningún familiar ferroviario, consiguió aprobar las oposiciones como maquinista y desde entonces trabaja pilotando un tren. Cuando no trabaja, sigue pilotando su Harley Davidson. Es un conductor, aprendió a conducir su vida desde muy joven.

      Recordó cuando conoció a Elisa, con quien se casó, todo fue muy rápido. Elisa era la hija de un matrimonio que regentaba un hotel de dos estrellas, muy cómodo y limpio; en él dormía cuando tenía que hacer noche en Málaga. Después de verla crecer, a pesar de que tenía ocho años más que ella, surgió el amor entre ambos. Cuando nació su hijo Abel, Félix tenía 29 años y Elisa 25. Posiblemente Elisa vio en Félix al llanero solitario que Pedro había captado, esto la fascinó, tenía delante de ella a un Indiana Jones de verdad; ella se encontraba secuestrada por la vida en el hotel, una vida que daba una posición económica a su familia pero que a ella la ahogaba, ya que estaba cansada de hacer noches en la recepción o servir desayunos y cenas a los viajeros. Félix encontró en Elisa la ingenuidad, una persona a la que ofrecer un mundo lleno de aventuras; cuando ella lo miraba sentía cómo la respiración de la joven se aceleraba y esto hizo que la colocara en su mente en un universo limpio y lleno de vida. Sintió en ella todo lo que no había sentido dentro de él, además de que la chica estaba “para untarla en pan”, como habitualmente decía a los amigos de morada.

      Abel vino muy pronto, la pareja aún no había conseguido acoplar sus ritmos tan dispares cuando apareció el pequeño. Félix no lo hizo bien y él lo sabe, siempre lo supo, no fue un buen marido y fue un padre ausente. No ayudó a que Elisa pudiera disfrutar de su nuevo estado de casada, muy pronto comenzó a llegar tarde a casa, inventaba viajes que no tenía, incluso, en algunas ocasiones dormía fuera de su casa con Elisa estando en Madrid. Todo esto lo tuvo siempre muy presente Félix, no lo descubrió en este momento dialogando con su biografía, es algo de lo que fue consciente desde el primer momento. Algo le impedía acercarse al niño, cuando lo tenía entre sus brazos no lo podía abrazar, es como si tuviera miedo de que su hijo le sintiera y después pudiera dejarle solo, como le ocurrió a él con sus padres. Félix tenía una inercia que le impedía establecer un vínculo como el que él tuvo con su padre y su madre. Cualquier psicoanalista podría interpretar que Félix no se entregaba como padre por el pánico a que si lo hacía, su hijo, si él muriera, sufriría lo que él sufrió; pero otro psicoanalista podría interpretar que esta manera de comportarse aberrante como padre, era un mecanismo de defensa. Pero lo que realmente ocurría es que tenía pánico a amar de verdad, por si algún día sus seres amados volvían a desaparecer. Fuera por lo que fuese, Félix no estuvo a la altura como compañero en el matrimonio ni como padre con su hijo. A los cuatro años, después de que Elisa le perdonara varias infidelidades, esta se fue con Abel a Málaga, volvió a su hotel que desde entonces regenta con sus hermanos y años después se volvió a casar.

      La separación no fue muy cívica. Félix fue condenado a una orden de alejamiento de quinientos metros de su mujer y su hijo, después de varias denuncias por acoso telefónico y amenazas; desde entonces no supo más de su hijo y mucho menos de Elisa. Una historia difícil, ya que la culpa estuvo siempre presente en la mente de Félix; junto a la rabia, la culpa ha sido, quizás, la emoción que más veces ha sentido en su vida. Estas dos emociones solo desaparecen de Félix cuando viaja con su moto. Él se ganó solito que Elisa le dejara y ha pagado su condena. Ha vivido toda su vida con esa mochila, solo. Desde entonces no ha estado con una mujer más de dos veces, se ha convertido en una persona muy difícil de entender, que huye de cualquier relación que tenga el más mínimo compromiso. Sigue siendo un llanero solitario, cada vez más solitario. Cuando tomó esa curva llena de gravilla y la moto le dio un latigazo con la rueda de atrás, salió volando y el impacto con el asfalto y el quitamiedos hicieron todo lo demás.

      Capítulo 2

      Cuando no sepas qué hacer con tu vida,

      puede que tengas que concluir con lo vivido

      y, desde ahí, comenzar a vivir todo lo que te queda de vida.

      R. Aguado

      Estamos determinados por el tiempo y el espacio, todo lo que sucede se encuentra envuelto entre los ejes que separan el pasado del presente y este a su vez del futuro, además de las coordenadas donde residimos en el universo. Lo más difícil para ser líder es saber liderarse a sí mismo, por ello es importante mirar hacia dentro, descubrirse y reconocerse. Estamos condenados a convivirnos durante toda nuestra vida, ya que no podemos convertirnos en extraños de nosotros mismos y, por ello, saber habitar la vida que vivimos requiere de mucha capacidad de comprensión y aceptación personal.

      La noche, como el invierno, congela las vivencias de tal manera que, si no entramos en ese periodo de reseteo que ocurre con el dormir, nuestro cerebro queda aferrado a lo vivido el día anterior y no podemos pasar página. Cuando hemos podido entrar en el sueño, cada estadio REM significa una oportunidad para poder metabolizar nuestras memorias traumáticas, así como todos los acontecimientos anclados como esquemas emocionales a nuestra biografía. Al soñar, en el primer plano de la escena mental, aparece el cerebro del reptil. Si reflexionamos sobre los reptiles y todos los animales de sangre fría, descubriremos que estos duermen pero no sueñan, sin embargo, los animales mamíferos, animales de sangre caliente, sí soñamos. ¿Por qué soñamos? simplemente porque la mente reptiliana sigue operando en nosotros. Los reptiles no tienen estado de sueño ya que para ellos esta mentalidad es su estado de vigilia, es decir, cuando nosotros dormimos las ensoñaciones son como el momento de vigilia del reptil. Esto quiere decir que nuestro cerebro de reptil está taponado por nuestro cerebro racional mientras estamos en vigilia, pero sigue funcionando cuando

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