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La Emoción decide y la Razón justifica. Roberto Aguado Romo
Читать онлайн.Название La Emoción decide y la Razón justifica
Год выпуска 0
isbn 9788497276825
Автор произведения Roberto Aguado Romo
Жанр Документальная литература
Серия Gestión Emocional
Издательство Bookwire
– Por eso he engordado diez kilos desde que te dejé, ¿verdad? Porque me estoy comiendo mi rabia –replicó Natalia en un tono de broma.
– Bueno, los kilos a veces los cogemos para que nadie se enamore de nosotros y, así, no hay peligro de sufrir por desamor –expresó Pedro, esta vez con un tono de ironía, atreviéndose a quitar una lágrima del pómulo de Natalia–. En este momento no me preocupa por qué te fuiste, pero sí me tiene asustado lo que te he hecho para que me tengas ese rencor después de tantos años.
– Representas todo lo que deseo de un hombre y, a la vez, eres todo lo que no quiero para mí como mujer.
– Pues, explícate –exclamó Pedro en tono de “no entiendo nada”.
– Cuando estoy contigo me siento feliz, me haces reír, tienes chispa, eres genial, tienes conversación, sabes escuchar, eres el mejor amante, pero pensar que tengo que vivir toda la vida contigo me ahoga, tú me haces feliz, pero no tengo la felicidad dentro de mí cuando estoy contigo. Quizás sea yo, no lo sé. La verdad es que, después de ti, con ninguno de los chicos con los que he estado he sido capaz de sentir lo que sentía contigo.
– Pero, ¿tú eres feliz en algún momento? –preguntó Pedro.
– Sí, claro que sí. Me siento muy feliz en mi trabajo, con mis viajes, mis congresos, saliendo al campo, nadando, hablando con mis amigos; quizás, lo que me hace más feliz es cuando algo sale bien en el hospital con un paciente; me siento feliz cuando me fumo un cigarro, me tomo una copa de vino, veo una película. Estoy feliz en muchos momentos de mi vida, pero no lo consigo con un hombre. No lo conseguí contigo, terminaste siendo quien me hacía feliz, pero no era feliz cuando no estabas a mi lado, me sentía mal, te convertiste en la fuente de mi felicidad, me sentía dependiente de ti y, por todo esto, sin saber qué decir, me marché. No tenía nada que decirte. Me fui para encontrar dentro de mí, para poder localizar de nuevo en mis adentros la fuente de mi felicidad. Cuanto más feliz me hacías, menos feliz me sentía si no estabas conmigo.
– ¿Y lo has conseguido?
– Ahora no me ahogo, no sufro. Me ahogaría si te viese solo como Pedro, si veo a Escarabajo no sufro, ya que representa esa parte de ti que me gusta tener cerca, aunque puedo vivir sin ella. Escarabajo es quien me hace gracia, quien me hace sentir bien porque es ocurrente, genial, distinto, incansable; es quien me da lo que sentía contigo cuando vivíamos juntos, pero no me roba nada.. Ahora, cuando estoy delante de Pedro, sufro. Porque, para mí, como un día escuché a Aritz Anasagasti: “lo importante no es con quién quiero acostarme, lo importante es con quién quiero estar después de acostarme”. Con Pedro me apetece acostarme y disfrutar pero, todo eso que es maravilloso, se convierte en un tormento al pensar que estaré dependiendo de él toda la vida; es como si me quedara sin vida porque se la entregara.
Pedro ya no podía más, tenía un dolor en el pecho muy fuerte; entre la conversación con Félix y ahora lo que había ocurrido con Natalia estaba en el límite, sentía que podía desmoronarse y no quería hacerlo en presencia de Natalia. Pedro amaba a Natalia desde la universidad, la amó mientras vivían juntos y cada vez que la veía seguía más colado por ella; de hecho, había inventado a Escarabajo para poder estar en el mismo hospital. Escarabajo, después de estos cuatro años de vida, ha hecho muchas cosas honorables y ha ayudado a muchos pacientes y, aunque ahora Escarabajo tenga una vida independiente de Natalia, los principios fueron los que fueron. Nació por ella, aunque ahora viva por sus niños.
Pedro se levantó, se acercó a Natalia y se dieron un abrazo que duró mucho tiempo, como si Pedro absorbiera la rabia de Natalia, como si hubiese un vaso comunicante entre ambos, de tal manera que, cuanto más triste se encontraba Pedro, menos rabiosa se sentía Natalia. Salieron del OCS, Natalia se fue hacia el pasillo que comunica con planta y Pedro, en sentido opuesto, dirección a la salida del hospital. Cuando iban a girar ambos miraron hacia atrás, Natalia levantó la mano izquierda, Pedro la derecha y dejaron de verse.
El día había sido duro para Pedro, tuvo que desnudar a Escarabajo para poder conectar con Félix y, en ese mismo día, después de cuatro años, se entera de que hacer feliz a la persona que ama es lo que hace que ella se vaya sin decir adiós, sin pensar en cómo se queda él o cómo podrá recomponerse. Todas estas ideas se agolpaban en su cabeza, se sentía como si le hubiesen apaleado, había sido infiel por primera vez a Escarabajo, que fue quien le sacó de casa cuando Natalia se fue. Sabía que había hecho bien con Félix, ya que era un asunto profesional. Pero con Natalia no; había escuchado mucha racionalización, todo un discurso que podría ser una teoría delirante de alguien que se siente bien cuando la fuente de su felicidad es un cigarrillo, una copa de vino, una película o su trabajo, es decir, es feliz por lo que hace, lo que consigue o posee, pero no cuando la fuente es el chico con el que está viviendo. Se preguntaba una y otra vez si Natalia tenía el concepto de felicidad mal enfocado, pero esta misma concepción de la felicidad que Natalia predica la tienen muchas personas, para más escarnio, muchas de esas personas son profesionales de la psicología, como Natalia, o son personas con una ocupación en la vida que tienen entre sus manos la salud y gestión de otras personas. Este tipo de felicidad es la felicidad objetiva, que aparece como consecuencia de los hechos, no es la felicidad subjetiva, que tiene más que ver con ser quien eres que por lo que haces, tienes o posees. Quizás nos han dicho que tenemos que ser felices sí o sí y que, si no te sientes feliz, es que algo va mal y, posiblemente, la felicidad sea un sentimiento más, solo uno más y no el más importante. Se repetía las palabras “te dejó porque la hacías muy feliz” y se prometió que estudiaría con rigor el concepto de felicidad. Cuando a Pedro algo le hacía sufrir, su forma de defenderse era estudiar la naturaleza del hecho que sufría y enseguida recordó que había leído en un trabajo de investigación que, curiosamente, en los países donde más índice de felicidad existe, por ejemplo, Noruega, es donde más suicidios se consuman.
Con toda esta tormenta en su mente, Pedro llegó a su casa y se metió en la ducha. Lloraba más que el agua que le caía por la espalda. Se fue a la cama, quería dormir, estaba agotado, esperaba que, como tantas veces, el sueño REM le ayudara a tener a la mañana siguiente, otra forma de ver la vida. Si era imposible paliar el dolor, al menos, que sufrir fuera una opción. Pese a acostarse y cerrar los ojos no pudo desconectar. Su pensamiento, en ese momento, fue consciente del permanente diálogo con su biografía, se repetía esta sentencia: “cuando alguien se encuentra bien contigo y le haces sentirse bien, si es en el ámbito profesional, todo funciona, pero si es en el plano personal, terminan abandonándote”. De hecho, le vino a la mente lo que le ocurrió cuando tenía diez años; estudiaba en un colegio público y ese año llegó una nueva compañera que parecía muy asustada, era una niña que vestía ropa distinta a los demás, se podía decir que era una niña “pija” y eso no era lo habitual en un colegio público de barrio. Pedro recordó cómo comenzó a jugar con ella. La chica cuando estaban solos era encantadora, pero cuando había otros chicos se volvía algo repelente, como si se trasformara. A punto de finalizar el año, Pedro se enamoró de ella como se puede estar enamorado a los diez años; la emoción que se siente es bestial, pero dentro de un escenario de miradas, juegos y cuchicheos, todo muy limpio e inocente. Un día se acercó a él una señora muy bien vestida y peinada, que salió de un coche muy bonito, era la madre de la niña y le dijo:
– ¿Eres Pedro, verdad?
– Sí, señora.
– Soy la madre de Verónica –que es como se llamaba esta niña– y quiero darte las gracias por lo mucho que has ayudado a mi hija.
Y fue en ese momento, tumbado en su cama, con los ojos cerrados, cuando fue consciente de lo que significaban esas palabras, hasta ese momento nunca las había recordado de esta manera. Esa mujer le dijo algo parecido a lo que hoy le había dicho Natalia, las dos le habían dicho que las había ayudado mucho, pero después las dos se fueron, una porque sus padres quisieron, la otra porque se sentía demasiado feliz con él. Ninguna había pensado en él, nadie fue capaz de preguntarse por un momento cómo le afectaría que esa niña se fuera del colegio o que su novia saliera un día del piso para no volver. Fue consciente en ese instante de que nadie tuvo en cuenta sus sentimientos;