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dónde está la mona Ricarda? Se me ha escapado”.

      Desde ese momento suele hacer toda una inmersión en un mundo de fantasía y despilfarro de ridículos y esperpentos que, como verdadero mago de la palabra, hace que los pacientes se disocien de su realidad hospitalaria para adentrarse en un universo donde lo único que está permitido es divertirse con la historia que Escarabajo le ofrece. Todo ello hecho a medida, según el perfil del paciente, su edad y el estado emocional en el que se lo encuentra al entrar en su habitación.

      Pedro antes de entrar en las habitaciones o las salas donde los niños ingresados estudian con sus pedagogos del hospital, coordina con los responsables de enfermería la evolución de aquellos que va a visitar. En estas reuniones, ya vestido de Escarabajo, toma nota de la evolución clínica y emocional de los pacientes, como un médico más, y cuando termina sus visitas realiza un informe de lo que ha observado y se lo transmite a quien en ese momento esté coordinando la enfermería.

      Leer un informe de Escarabajo es la mejor forma de adentrarse en la parte más humana del hombre. Como es de imaginar, el informe de un payaso de hospital no menciona enfermedades ni palabras médicas. En ellos es fácil encontrar frases como:

      “… responde bien al susto, si le asustas te mira con una mezcla de rabia y asco, y eso le viene bien, ya que echa hacia fuera lo que tiene dentro. Está muy asustado y para sacarle de ahí, la mejor medicina es un susto de payaso, por ejemplo, comienzo a gritar ay, ay, ay, ay y, después de crear un escándalo me dirijo al niño y le digo: ¿quieres jugar a gritar ay?; es muy divertido, cada ay que gritas es como si encuentras una ocasión para decir que ahí, en tu corazón, hay muchos ayes. La mayoría de los niños al rato están gritando ay como posesos y con todas sus ganas y, cuando se cansan, su cara ya tiene una sonrisa”.

      Pero en lo que más hincapié hace en sus informes es en aquellas cosas que al paciente le van bien o mal, y que no tienen tanto que ver con las medicinas que se le dan o las pruebas que se le hacen, sino cómo se le trata en cada uno de estos actos. Es habitual escuchar a Escarabajo decir que nunca hay que tratar mejor al órgano que a la persona, cada paciente tiene su necesidad personal de información y de decisión y, por esto, es fundamental que todo lo que pueda decidir él hay que respetarlo.

      Cuando Escarabajo salió de su sesión de seguimiento de los pacientes con Ana, la coordinadora de enfermería de ese día, se dirigió al que en ese momento tenía más preocupados al servicio de enfermería y médico. Esta vez no era un niño, se trataba de un señor de cincuenta y tres años que había necesitado de una intervención quirúrgica para recomponerle su pierna derecha, ya que sufrió una fractura diafisaria de fémur tipo IV de conminución, necesitando una fijación externa con uso asociado de injerto óseo, todo ello con traumatismo craneoencefálico y pérdida de conciencia de dos horas que no necesitó de inducción al coma, después de un accidente con su moto.

      Lo que preocupaba es que llevaba una semana ingresado y nadie se había puesto en contacto con el hospital para interesarse por él y, lo más importante, nadie lo había visitado. En su historia clínica sabían que tenía trabajo y que vivía solo, aunque hasta el momento desconocían en qué consistía su oficio, ya que tanto la psicóloga como la psiquiatra habían hablado con él varias veces. Pero Félix, que es como se llama el paciente, solo respondía con monosílabos, repeliendo hablar de cualquier cosa que no fuese su pierna y del tiempo que tendría que estar hospitalizado. Cuando Natalia, la psicóloga que le visitó, le preguntó qué pensaba de no haber recibido ninguna visita, Félix solo murmuró que quizás nadie se acordara de él, nadie lo echaba de menos. La preocupación de los facultativos estaba fundada no en el comportamiento psicológico de Félix, habitual después de este tipo de traumatismos; el equipo no tenía referencias de cómo era su personalidad antes del accidente; este dato es importante para saber su afectación cognitiva y emocional y si, debido al traumatismo, había cambiado mucho su forma de relacionarse o siempre había sido tan brusco e introvertido. Además, estas lesiones son dolorosas y llevan un período de recuperación, dependiendo de la gravedad, desde unos meses hasta más tiempo y la lesión de Félix era muy grave, por lo que necesitaban un paciente que colabore en la recuperación y que tenga un proyecto vital que le mueva hacia su recuperación, la mejor de las posibles.

      – Hola, Félix. Soy Escarabajo, el payaso del hospital. Vengo a sacarte información de algo que nos preocupa y, como yo represento el absurdo, lo mismo a mí sí que me lo cuentas –toda esta retahíla la dijo con la boca muy abierta y pronunciando muy despacio, como si fuera un secreto, siempre braceando, igual que si nadara en un mar de chocolate, y andando con los pies como si el suelo fuera de chicle.

      – ¿Estamos de carnaval o en este hospital hay algunos médicos que se disfrazan? –respondió Félix con gesto de enfado.

      – No, Félix, no soy ningún médico. Soy Escarabajo, el payaso de este hospital. Y vengo con la intención de que me cuentes tus secretos.

      – ¿Qué secretos? ¿Por qué tanta preocupación por mi profesión, o por qué no me visita nadie? ¡¡¡Curadme esta pierna!!! Lo demás qué importa.

      – No es imprescindible sufrir en un proceso como el tuyo –respondió con voz mucho más adulta y serena Escarabajo.

      – Vaya, ahora eres un payaso psicólogo. La verdad es que vas a conseguir que me ría, pero no porque me haga gracia lo que dices.

      – ¿Cómo era tu vida hasta el accidente? –reiteró Escarabajo, con rotundidad.

      – Trabajaba mucho, viajaba mucho, sentía que hacía lo que me gustaba, quiero volver a tener esa vida, pero ahora estoy aquí hablando con un payaso –era evidente la desesperación de Félix.

      – Si quieres podemos trabajar y viajar si tanto te gusta. Eso se me da bien, pero dime, ¿en qué consiste tu trabajo?

      – ¿En qué consiste el tuyo cuando no te vistes de payaso? –preguntó Félix retando a Escarabajo.

      Escarabajo permaneció mirándolo en silencio y, en ese momento, se dio cuenta de que si quería ayudar a Félix tenía que responder a esa pregunta. Era la primera vez que iba a hacer una cosa así, pero decidió que el momento lo requería. Comenzó quitándose la bola roja que hacía de nariz, después se quitó la peluca amarilla, las dejó encima de la mesilla que había al lado de la cama de Félix y le contestó:

      – Has acertado, cuando no soy payaso en este hospital, trabajo como psicólogo con mis pacientes. Te aseguro que nunca he dejado de ser Escarabajo delante de nadie en el hospital, nunca he hablado con nadie como Pedro, mi nombre, pero creo que, si quiero que me hables de ti, tengo que actuar como yo mismo. Tú también mereces que conteste a tu pregunta. Soy Pedro y mi profesión es psicólogo.

      Félix quedó un poco aturdido, no es muy habitual que un payaso se desnude y te presente a la persona. El gesto de Pedro le llegó dentro, se dio cuenta de que para un payaso desprenderse de su nariz o su peluca, es tan difícil como contar su vida a un desconocido. Cuando salió del asombro, sonrió por primera vez; la situación era algo esperpéntica. Delante de él estaba Pedro con la cara pintada, un pantalón hecho con retales de telas y zapatones. Tenía delante a un híbrido entre Escarabajo y Pedro, ya que seguía pintado con sus pómulos rojos y tenía perfilados los labios y las cejas; era una situación muy singular, poco común. Después de unos minutos de silencio Félix miró a Pedro y le dijo:

      – Soy maquinista-conductor de ferrocarril desde los veinticinco años, ahora tengo cincuenta y tres. Estoy separado, tengo un hijo de veinte años al que no veo y con el que no hablo desde que me separé, cuando tenía cuatro años. Nací en Oviedo, mis padres murieron cuando tenía catorce años en un accidente de tráfico, iban solos a trabajar, eran funcionarios de correos y trabajan en la ciudad, nosotros vivíamos en un pueblo a veinte kilómetros, un camión cisterna no hizo un stop y allí murieron los dos. Desde entonces viví con la familia de mi tío, hermano de mi padre, han sido como mis segundos padres, hasta que murieron siguieron en ese pueblo. Con mis primos tengo buena relación, son como mis hermanos, aunque no nos vemos mucho porque viven en Galicia.

      Actualmente resido en Madrid y, aunque tengo muchos

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