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muy desagradables y se pasa mal cuando se sienten, pero es peor anestesiarse con la insensibilidad de no sentir, es como vivir muerto en vida.

      Así respondo a tu pregunta desde lo que podríamos llamar manipulación personal que todos hemos ido teniendo. Claro que podemos manipular a una población o a una sociedad si sabemos cómo conseguir que se emocionen de una u otra manera. De igual forma que antes de la Segunda Guerra Mundial a las poblaciones se las tenía controladas, sobre todo, desde las emociones básicas del miedo y la culpa, también seguro que se utilizó en muchos momentos la rabia para con otros pueblos o el asco. La culpa y el miedo han sido las dos emociones básicas más utilizadas desde el sapiens sapiens para de esta manera tener a la ciudadanía recogida en un control social. Desde mediados del siglo XIX y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, nace otra forma de utilizar emociones básicas para alcanzar el control social, en este caso y tal como te he explicado antes, se le dice a la población que tiene derecho a ser feliz y esto es fantástico, es como antes dije una verdadera revolución, pero que se convierte en aberrante si ser feliz significa no pensar, no tomar decisiones, no ser dueño de la propia vida, ya que cuando nos sentimos alegres estamos eufóricos, exultantes, muy disociados, pero tenemos muy poco control sobre la fuente que nos produce esa felicidad. Es una felicidad consecuencia de fuentes externas, que tiene que ver con lo que obtenemos respecto a lo que está sucediendo en nuestro entorno, no es una felicidad que nace desde dentro, donde nos sentimos anfitriones de conseguirla, tiene más que ver con la subvención o la coyuntura social, “vacas gordas” o “burbujas”, que con las propias capacidades.

      Esta posibilidad real de universalizar la felicidad es una aspiración legítima y que debería adentrarse en cualquier proyecto vital, pero para conseguirla es necesario diferenciar la felicidad que surge desde el exterior y que es muy objetiva, por ejemplo, me siento feliz porque el paisaje que estoy observando es extraordinario, y esa otra parte de la felicidad más experiencial y subjetiva que nace dentro de nosotros sin necesidad de estímulo externo. Ambas deben complementarse. Para que la felicidad sea tanto experiencial como fruto de lo que acontece en nuestro entorno es necesario un desarrollo de todas nuestras dimensiones, surgiendo una armonía y un fin, un plan, un proyecto de vida, una responsabilidad. No puede haber felicidad si no hay persona y la persona debe llevar el rumbo; cuando no es así, nos convertimos en un personaje que puede ser muy feliz, pero cuanto más lo es, más ahoga, aniquila y destruye a la persona. Hay programas de televisión que trasmiten directamente la necesidad de realizar un personaje, aunque se esté hablando y dialogando de la vida de la persona, sucediendo que en numerosas ocasiones el personaje devora a la persona. Y en algún momento, para que el personaje siga con su felicidad, la persona tiene cada vez menos vida, es una nueva forma de vender el alma al diablo, es la adicción a tener éxito, entendiendo como tal ser famoso, aunque ya no tengas vida propia.

      Como antes has dicho, si se es feliz por beber un refresco que nos dice que la felicidad tiene color rojo (alucinante), por ser alto/a, con un cuerpo perfecto, dominar muchos idiomas, tener un C.I. altísimo, varios Master, poseer barcos, casas y motos, ir de vacaciones cuando te apetece, realizar varios deportes, saber de finanzas, tener controlado el tema informático, hablar mucho por Smartphone, dominar la cocina, leer habitualmente, saber de cine y de música, ir a conciertos, congresos y saber de política, poder opinar en los programas de radio y a la vez tener un diálogo fluido con los hijos, la pareja o la familia, pasear, meditar, convivir con la naturaleza, tener amigos de esos que después de tres años sin verte parece que fue ayer la última vez que estuvisteis juntos o dormir 8 horas… unimos universos que suponen que la felicidad se consigue por lo que tengo, adquiero o represento. Sin embargo, hay otros universos donde la felicidad sucede por ser quien soy, por ser antes de tener, donde el ser es previo al obtener y, por ello, después tengo, adquiero, represento o consigo. Parece lo mismo, pero aquí no hay propiedad conmutativa, ya que para ser feliz no podemos ser miserables, lo más alto no se sostiene sin lo más bajo, de tal manera que en el plano inferior debemos tener unos mínimos para que la felicidad no suceda a cualquier precio. Sabemos que somos limitados y sabemos que la mayor de nuestras limitaciones es que vamos a morir en algún momento. Existen la enfermedad, la desgracia, la injusticia y el sufrimiento, así que desde una serena aceptación de la existencia del dolor y el malestar, podemos proponernos alcanzar, celebrar y conseguir esos mínimos de felicidad, sin coger atajos que nos activen el circuito de gratificación de recompensa a cambio de perder el control de la propia vida.

      – Ahora el que no te quiere cansar más soy yo, Ismael, llevas más de una hora hablando –indicó con gesto serio Félix–. ¿Qué es entonces la sociedad del bienestar? ¿No es conseguir ser feliz?

      – La realidad de la sociedad del bienestar debe ser la de una colectividad que garantice una seguridad social gratuita, una educación universal y sin diferencias, unos servicios que cubran la dependencia de aquellos que sufren una incapacidad que les impide ser autónomos, es la sociedad de la jubilación con dignidad, de ofrecer a los padres la capacidad de cuidar, al menos en los primeros años de vida, a sus hijos y no por ello poner en riesgo su puesto de trabajo, es la sociedad de los centros de acogida, del traslado rápido a un hospital desde cualquier punto del país, de poder recibir comunicación directa y rápida de los trámites legales, se viva donde se viva, y muchos más conceptos. Sin embargo, la sociedad del bienestar ha ido mutando hacia una sociedad que tiene como equivalente la sociedad de la subvención. Y creo que la palabra subvención engloba el mayor despropósito del derecho a vivir en autonomía, de la fiesta en la plaza del pueblo, de conseguir la fama por ir a programas de televisión que nunca hubiéramos imaginado que podrían existir, del derecho a tener todos los derechos y no tener ningún deber, es una sociedad donde el derecho a ser feliz se ha instalado sin tener en cuenta que, para ello, se necesita un verdadero esfuerzo y entregar a la comunidad parte de ti. La sociedad del bienestar tiene sus raíces en la aportación común de esfuerzos para, de esta manera, obtener beneficios cuando los necesitas.

      Quizás pueda parecer una idea absurda, posiblemente los economistas y políticos me dirán que es imposible lo que expongo y que no se puede llevar a cabo, me gustaría, eso sí, que me dijeran realmente porqué. Yo lo propongo y luego tú decides si es posible o no.

      Imagínate que tenemos una población que tiene 1000 personas desempleadas, que cobran una media de 900 euros, algunos solo cobran 400 euros por estar en eso que se denomina subsidio por haber agotado su prestación de desempleo y otros pueden estar cobrando 1500 euros. Si multiplicamos los 900 euros de media, por 1000 personas y por 12 meses tenemos una cantidad de gasto público al año de 10.800.000 euros.

      Por otro lado en este supuesto tenemos 300 personas que, según la ley de dependencia, necesitan de ayuda para poder realizar las actividades de su vida cotidiana. El pago que se realiza a quien les da ese soporte asistencial es, de media, de 800 euros al mes, ya que algunas personas solo requieren de una ayuda puntual para levantarse o acostarse, mientras que otros necesitan tener las 24 horas del día a alguien que le asista. El gasto que tendría un estado por esta ayuda sería de 800 euros por 300 personas por 12 meses incluido su cotización a la seguridad social. Un total de gasto público de 2.880.000 euros.

      Entre los parados y la ayuda por dependencia el gasto en este supuesto sería de 13.680.000 euros. La parte que recoge por cotización como trabajador el estado sería de unos 600.000 euros.

      Por qué no ponemos a estos mil parados a trabajar asistiendo a esas 300 personas que sabemos tienen dificultades para tener una autonomía. Por déficit presupuestario hay quien no ha podido conseguir el certificado de persona dependiente o, lo que es peor, sí que han sido valoradas como tales, pero no se les puede dar la prestación y son las familias las que tienen que hacer un esfuerzo sobrehumano, cuando no contratar ellos con su dinero a personas que les ayuden, habitualmente sin darles de alta y, por ello, dentro de lo que denominamos economía sumergida o dinero negro. El gasto del sueldo sería similar al que se da por subsidio, ya que tenemos 3 parados por persona dependiente que podrían trabajar cuatro horas de media al día. Si incluimos la seguridad social, el gasto, como digo, no sería superior al del subsidio, con la diferencia de que se cotizarían alrededor de 1.800.000 euros, se les quitaría la etiqueta de desempleados, sintiéndose mucho mejor realizados como ciudadanos y, lo que es muy importante, tendríamos 300 personas asistidas, 1.000 parados menos y un gasto estatal de 13.680.000 euros, pero una entrada

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