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Ética y bienestar animal. Agustín Blasco
Читать онлайн.Название Ética y bienestar animal
Год выпуска 0
isbn 9788446035282
Автор произведения Agustín Blasco
Жанр Документальная литература
Серия Ciencia
Издательство Bookwire
En la actualidad el problema está complicado por la existencia de grupos radicales que defienden la causa de los animales por métodos poco ortodoxos, que van desde la protesta callejera y la desobediencia civil al acoso, la intimidación y el terrorismo. Cuando me disponía en 1989 a incorporarme por un periodo sabático en lo que hoy se conoce como Roslin Institute –el famoso instituto que generó la oveja clónica Dolly–, tuve que ser realojado, porque unas semanas antes el ala del laboratorio que me iba a acoger había sido volada por un grupo de liberación animal y los animales dispersados por los alrededores. El agradable instituto en el que yo había trabajado a mediados de los ochenta, con una sola puerta de cristal con llave –puesto que ni las puertas de los despachos, ni las de los laboratorios ni la de la biblioteca tenían cerradura– se había convertido en una especie de centro de vigilancia penitenciaria, con puertas con cerraduras de combinación para pasar a cada ala de los edificios y con identificadores personales inteligentes que avisaban automáticamente a los servicios de seguridad si adoptabas una posición horizontal –por posible caída producida por una agresión–. Mis amigos de la Facultad de Veterinaria llevaban un bastón con un espejito en un extremo para examinar los bajos del coche, ante la posibilidad de que les hubieran colocado artefactos explosivos, y otros colegas de otros centros de investigación se habían visto sometidos a acosos de diversa índole, incluyendo una profanación de una tumba familiar. Los defensores de la desobediencia civil, como el Frente de Liberación Animal, y el principal referente del mismo, Peter Singer, han desaprobado expresamente estas actuaciones (Singer, 1993, p. 311), lo que no impide a los grupos más radicales seguir cometiéndolas empujados, como todo grupo radical, por una «buena causa» que merece cualquier sacrificio.
Hay un paralelismo evidente entre la actuación de estas organizaciones con los movimientos de liberación nacionales, o si se quiere –descontando los actos terroristas– con los grupos feministas extremistas de principios del siglo XX que tanto hicieron para concienciar al gran público acerca de los derechos de las mujeres. Es posible que estos grupos resulten útiles en este sentido –dejando aparte la discusión sobre los límites admisibles de las protestas– y que, una vez llamada la atención sobre el problema, los legisladores puedan dedicarse de forma más reposada a estudiarlo con el detalle y la profundidad que se requiere. Tenemos ejemplos de grupos que fueron considerados extremistas en su día –el movimiento verde, por ejemplo– y que hoy están perfectamente integrados en la política cotidiana. El movimiento verde tiene en su haber, más que sus decisiones como partido en el Gobierno –que en el mundo han sido escasas–, el hecho de que han obligado a todos los partidos políticos a ser más «verdes» y preocuparse más por la protección de la naturaleza. Desde este punto de vista poco habría que discutir con los grupos radicales, como no fuera sobre los límites legales de sus acciones. Sin embargo se ha producido un fenómeno particular en el caso de los defensores de los animales; estos grupos han contado –y cuentan– con el apoyo de filósofos morales, profesores de Ética y otros profesionales involucrados, que han estructurado los fundamentos éticos de sus proposiciones más extremas, lo que ha dado lugar a dos consecuencias importantes: la primera es que les han dado respetabilidad y la segunda, que les han dotado de una capacidad de polémica de la que antes carecían. Porque una cosa es aproximarse al sufrimiento animal a través de la sensibilidad y otra disponer de un trabado aparato retórico, como el del Proyecto Gran Simio –una asociación que pretende que se reconozcan derechos a los simios superiores– que puede conducir a consecuencias sobre la legislación nacional e internacional bastante problemáticas. Se esté de acuerdo o no con la actuación de los grupos activistas, ésta forma parte indiscutible de la maraña.
Finalmente, es interesante constatar que el grupo de personas preocupadas por el bienestar animal suele estar correlacionado –no al 100 por 100, por supuesto– con otro tipo de activistas; por ejemplo, activistas por la naturaleza, por la comida orgánica, el protocolo de Kioto, etc. Los intereses de estos grupos no son siempre coincidentes, y en ocasiones colisionan, perteneciendo el mismo activista a varios de los grupos cuyos intereses se enfrentan. Así, la ganadería intensiva produce por unidad de producto menos CO2 y en general menos contaminantes que la extensiva, como veremos más adelante. Esto hace que las contradicciones que se generan en la persona a la que repugna la ganadería intensiva pero que está a favor de disminuir las emisiones de CO2 acabe por desorientarla, y no encuentre otra solución que simplemente la de promover el vegetarianismo. Las buenas intenciones múltiples no siempre tienen una recompensa universalmente satisfactoria.
Hacia dónde vamos
El coste conjunto de los edificios y las instalaciones en jaulas en batería representa sólo el 8 por 100 del coste de producción de huevos, y esto en el caso de las instalaciones más sofisticadas; instalaciones más simples representan menos del 8 por 100 del coste de la producción avícola. Se puede llegar a cifras comparables para el resto de las producciones animales… Mano de obra y alojamientos son ítems menores en los costes de producción y no hay argumentos sobre viabilidad económica que justifiquen la poco razonable aglomeración de animales en las granjas.
Ruth HARRISON, Animal Machines, 1964.
Nos guste o no, estemos de acuerdo con ello o no, indiscutiblemente vamos a un mundo en el que el respeto por el sufrimiento animal va a tenerse en cuenta. Y no hablo solamente del mundo desarrollado; en una economía global, los países productores y exportadores de carne están descubriendo que a los importadores sí les preocupa el bienestar de los animales que importan. Una investigadora uruguaya realizó recientemente una tesis en mi laboratorio sobre calidad de carne y bienestar del ganado vacuno de carne uruguayo, en colaboración con el Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias de Uruguay. También recientemente, otro investigador uruguayo realizó parte de su tesis sobre bienestar animal en mi departamento. El motivo de este interés en Uruguay por el bienestar reside en que están viendo en el ganado extensivo un valor añadido para el consumidor europeo; en definitiva, la «vaca feliz» tiene un atractivo superior al de la vaca alimentada con pienso compuesto en instalaciones de producción intensiva. La preocupación sobre el bienestar de los animales de granja se ha traducido ya en cambios en la legislación europea, española y local, en el sentido de respetar ciertos principios que hagan más cómoda la vida a los animales de las granjas. Esta mejora en el bienestar implica inversiones mayores, lo que está produciendo en algunos casos, como el del las gallinas de puesta en Holanda, una deslocalización de la producción a países que no disponen de estos requerimientos de bienestar, para importar posteriormente los huevos; en definitiva, y como ocurre con las alfombras hechas por niños en países en los que no está prohibido el trabajo infantil: no nos preocupa siempre y cuando no sean nuestros niños. No nos preocupa el maltrato a los animales siempre y cuando no seamos nosotros los que los maltratamos. ¿O sí? Cada vez es más corriente la insistencia en el «precio justo» que tienen ciertos productos importados de países en desarrollo –el café o el té, por ejemplo–, que se supone que es un precio que garantiza el bienestar de los recolectores. Previsiblemente pronto habrá regulaciones sobre las condiciones en las que los productos importados han sido generados, independientemente de que los consumidores quieran o no pagar algo más por un producto de «animal feliz», que de momento no suele ser el caso[13]; al fin y al cabo menos del 20 por 100 de lo que paga un consumidor va a parar al granjero, y de este 20 por 100 dos tercios es lo que el animal se ha comido, por lo que las instalaciones o el manejo suponen un porcentaje pequeño de lo que el consumidor paga cuando compra carne o productos cárnicos –un argumento, por cierto, que ya ha sido expuesto al menos desde la publicación del primer libro que llamó la atención sobre el maltrato que sufren los animales de granja (Harrison, 1964), véase la cita que encabeza este apartado–. El incremento de costes debido a mejoras en el bienestar no tiene por qué producir subidas apreciables en el producto vendido (Appleby, 2005). En Europa parece claro que la legislación sobre bienestar animal va a ser progresivamente desarrollada para asegurar ciertas condiciones de bienestar en las granjas. Con esto me refiero a todas las granjas, no sólo a las que producen lo que se consideran «productos de calidad». Hay una asociación frecuente entre «animal feliz» y producto de mayor calidad, por el que sí se está dispuesto a pagar más, pero que no cubre todo