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energética: producir vegetales es más eficaz energéticamente, lo que es cierto; pero el problema es en la práctica más complejo, como se puede ver en el ejemplo de la cadena alimentaria. Un herbívoro consume productos que no podemos consumir los monogástricos, transformándolos en proteína de alta calidad; sin embargo, debido a la extremadamente alta eficacia de la agricultura contemporánea, la producción de cereales por hectárea se ha multiplicado de tal forma que hoy día se alimenta a los terneros con cereales, lo que de paso mejora su índice de conversión y abarata el kilogramo de carne producido[16].

      El vegetarianismo ha sido utilizado como arma de combate incluso por quienes no ven problemas éticos en el consumo de carne animal. Así, Peter Singer no ve obstáculo al consumo de carne de animales bien tratados y sacrificados de forma humanitaria, pero promueve el vegetarianismo como forma de lucha contra las grandes empresas del sector que, en opinión de los defensores de los animales, han sido las que han producido unos problemas de bienestar animal que antes no existían con la cría tradicional (Singer, 1991).

      Como hemos visto, el vegetarianismo se defiende desde varios puntos de vista: salud, derechos de los animales a no ser utilizados por humanos, economía, eficiencia energética o arma de lucha para evitar el sufrimiento animal en explotaciones intensivas. No parece, sin embargo que estos mensajes hayan calado excesivamente en la población; en el año 2000 sólo el 2,5 por 100 de la población de Estados Unidos era vegetariana, y menos del 1 por 100 era vegetariana estricta –sin consumo de huevos y leche– (American Dietetic Association, 2003), en el Reino Unido y en el año 2008 se estimó que sólo el 3 por 100 de la población era vegetariana (Food Standards Agency, 2009), aunque al ser el vegetarianismo un tema fuertemente ideologizado, pueden verse publicadas un número considerable de estimaciones infladas, como sucede con los datos de asistentes a las manifestaciones. Lo cierto es que el vegetarianismo, aun siendo posible, es más complicado de practicar que las dietas omnívoras, y en países en desarrollo tiene el inconveniente de que el acceso a proteína animal resuelve cómodamente problemas de nutrición que son más difíciles de resolver bajo dietas estrictamente vegetarianas. No habiendo ventajas claras en cuanto a la salud, el vegetarianismo queda como un mecanismo de boicot a las empresas de carne o como un signo de respeto a la vida animal, que previsiblemente van a ser minoritarios durante bastante tiempo.

      Hasta aquí hemos expuesto el problema de nuestras obligaciones éticas para con los animales y los debates a los que ha dado lugar. Una parte positiva de estas discusiones ha sido que ha estimulado la investigación científica en las áreas de etología, neurofisiología y otras ciencias relacionadas con el bienestar. La ciencia puede contribuir decisivamente a desenredar la maraña que hemos expuesto a lo largo de este capítulo, y las respuestas a las preguntas sobre ética que hemos hecho estarán cada vez más fundamentadas en el conocimiento que tengamos de los animales y de nosotros mismos.

      Nota sobre los nombres

      —Cuando yo empleo una palabra –insistió Tentetieso en tono desdeñoso– significa lo que yo quiero que signifique, ¡ni más ni menos!

      —La cuestión está en saber –objetó Alicia– si usted puede conseguir que las palabras signifiquen cosas diferentes.

      —La cuestión está en saber –declaró Tentetieso– quién manda aquí… ¡si ellas o yo!

      Lewis CARROLL, Alicia en el País de las Maravillas, 1865.

      El debate entre defensores de los animales y detractores –no de los animales, sino de los defensores– está planteado en unos términos emocionales que en nada benefician a los intereses de ambas partes. Varios autores –Garner (2005, p. 122), por ejemplo– aclaran en sus libros que se referirán con el término «vivisección» a cualquier experimento con animales sea del tipo que sea, como una inocente nomenclatura usada para simplificar; en esto coinciden los movimientos de defensa de los animales. También es corriente usar el término «especista» para referirse a quienes consideran que pertenecen a una especie superior, merecedora de privilegios, tal como los racistas lo hacen con los miembros de otras razas. Aunque muchos lectores se considerarán «especistas», y de una manera fundamentada, no utilizaré el término debido a sus connotaciones peyorativas al compararlo con el racismo entre humanos. En la literatura en inglés es frecuente el uso de palabras con el significado conscientemente distorsionado: flesh (carne viva) por meat (carne consumible), pig (cerdo vivo) por pork (cerdo como carne consumible; algo así como «pez» y «pescado»), kill (matar) en lugar de slaughter (sacrificar), etc. La carne es asimismo un producto de los «cadáveres de los animales», y no estoy seguro de que los vegetarianos que consumen huevos piensen en si están comiendo «abortos»; tal vez consideren el hecho de que habitualmente los huevos no están fecundados. En la literatura en defensa de los animales hay una particular insistencia en el término «animales no humanos», para subrayar la proximidad de los defendidos con los agresores.

      Personalmente creo que esta situación tiene una solución difícil, puesto que está promovida por los fuertes sentimientos de personas que consideran que los animales están siendo injustamente agredidos, y que esta causa tiene tanta fuerza como otras causas nobles defendidas a lo largo de la historia de la humanidad. En este libro utilizaremos el castellano corriente, puesto que no creo que inventar un léxico que intente compensar los efectos anteriores –por ejemplo, motejar de «animalistas» a los defensores de los animales– ayude a relajar el tono de la discusión. A lo largo del libro utilizaré la expresión «defensores de los animales» para referirme al amplio colectivo que anda ocupado en estos menesteres y evitaré utilizar denominaciones que pudieran estar cargadas de connotaciones peyorativas. Debo aclarar también que no he pretendido nunca pertenecer al reino mineral ni al vegetal, y que conozco bien mi condición de animal humano, pero no creo que abuse del lenguaje si hablo de animales en unos casos y de humanos en otros. Por la misma razón, y siendo consciente de que los escritores de libros de ética somos también primates, en este libro utilizaré la palabra «primate» para referirme a los primates animales salvo cuando indique expresamente lo contrario. En inglés se usa la palabra ape para referirse a los chimpancés, gorilas y orangutanes y monkey para el resto de los monos; en castellano es correcto usar la palabra «simio» en el mismo sentido que ape en inglés, pero hoy día es aún popularmente un sinónimo de «mono», por lo que me referiré habitualmente a «primates superiores» o a «simios superiores» al hablar de chimpancés, gorilas y orangutanes. Cuando hable de chimpancés, incluiré a los bonobos –chimpancés pigmeos– salvo que indique lo contrario.

      Hay algún otro problema con la terminología. Las palabras «dolor» y «sufrimiento» son prácticamente sinónimas en castellano, pero la reacción a un pinchazo y el dolor por la pérdida de un ser querido deberían poder distinguirse. Lo mismo ocurrirá cuando hablemos de «lenguaje», «altruismo» y otros términos que probablemente tengan varios significados, dependiendo de cómo los apliquemos; no es lo mismo hablar del lenguaje de las abejas que del de Alejo Carpentier. No tengo una buena solución para esto, salvo subrayar en cada caso lo que quiero decir.