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personalidad quieres tener.

       Tus emociones serán tuyas cuando decidas qué emociones quieres tener.

       Tu tiempo será tuyo cuando decidas tu pasado, tu presente y tu futuro.

      Un iniciado no vive para ser mejor ni peor que otra persona y tampoco para servir a dios, a la Tierra ni a nadie, sino para su propia existencia. Nosotros no servimos: compartimos. La diferencia entre ambos conceptos está en que servir significa dejar de ser para entregarse a otro, mientras que compartir significa simplemente dar lo que uno es, ni más ni menos. Entonces, el primer paso de un iniciado es asumir la propia existencia y tras reconocerla, reconocer la existencia de lo demás e interrelacionarse con todo lo que hay: la Tierra, los Apus, los seres de luz, las plantas, los objetos, el Sol, el agua... Un iniciado se interrelaciona con todo pero no depende de nada ni de nadie, ni permite que nada ni nadie tome decisiones por él.

Por más que ame a la Tierra y esté en una resonancia constante con ella, no le preguntaré qué es lo que quiero o tengo que hacer, porque he venido aquí a ser yo, por lo tanto decidiré qué quiero hacer.

      En caso de preguntarle algo a la Tierra, será cuál es el mejor proceso o camino para llegar a lo que quiero. Lo mismo sucede con los Apus, ángeles o cualquier guía. Un iniciado se asume dios y entiende que no hay nada más grande ni más pequeño que él. No adora a nada ni a nadie y tampoco permite ser adorado, pues tal cual define la Real Academia Española (RAE), adorar es “reverenciar o rendir culto a un ser que se considera de naturaleza divina”, y un iniciado asume que de naturaleza divina somos todos. En esta sociedad, al adorar la gente se arrodilla y pide a algo externo, pero lo que hacemos los iniciados es amar, hablar e interactuar con el ser que sea, siempre con naturalidad.

      Reconocer la existencia de todo es fundamental en el camino iniciático porque ahí comienza la interrelación entre el adentro y el afuera: todo lo que uno puede tocar, sentir, oler… existe. Si vivimos en una plataforma de muerte (como es el caso de la mayoría de la humanidad) no podremos reconocer vida en las cosas; la gente camina sin darse cuenta de que el suelo está vivo, respira sin sentir que el aire está vivo y mira la tele sin saber que está viva. Sin embargo, cada una de esas cosas tiene una manera de vibrar y es al reconocerla que accedemos a la posibilidad de modificarlas. De esta forma, si reconocemos la existencia del agua podemos transformarla en lo que queramos, sea medicina, cafeína u oro. Y del mismo modo, no podemos modificar algo que no reconocemos, siendo válido esto no sólo en lo físico.

      Si uno no admite que tiene un patrón genético que le está haciendo daño, no puede cambiarlo. Si no reconocemos que tenemos una emoción que nos está generando un conflicto, no podremos removerla. Si tenemos una empresa y un empleado nos está robando, hasta que no lo reconozcamos no podremos despedirlo para coger a otro mejor.

      Solamente podré modificar aquello que logre reconocer.

Si fumo un cigarro sin reconocer su existencia y vibración y por ende sin cambiar su programación, me va a hacer mal porque en lo colectivo está programado como veneno.
Que existen los Apus son sólo cuentos, pero cuando tú los reconoces y te empiezas a interrelacionar con ellos se hacen reales para ti y ese mito te funciona.

      Un cuento es una historia y toda historia es un mito. En un nivel de consciencia el mito no existe, en otro sí y en otro más elevado todo es imaginación de uno. Sucede que cuando no podemos asumir algo dentro lo proyectamos afuera para interrelacionarnos con ello, entonces a medida que vamos integrando todo y le damos función a cada cosa, vamos ganando en existencia.

Si barro mi casa eso mejorará mi vida porque todo estará más limpio, pero mi existencia no mejorará en nada. En cambio, puedo mejorar mi existencia a través de limpiar mi casa dándole una función a esa acción; por ejemplo, verbalizando: “A través de barrer mi casa limpio toda la suciedad en mi mente”.

      Si no elegimos qué queremos que las cosas hagan en nosotros siempre lo decide otro (dios, el colectivo, el inconsciente…). Y la relación que tengamos con cada cosa generará nuestro estado interior, ya que es un espejo interno.

Si tengo un mueble en casa y no lo uso, no está en evolución, no me es útil y aún más, se convierte en un obstáculo y en involución, ya que si quiero llevar otra cosa a mi casa no podré porque está ese mueble, que nunca he usado y ni siquiera sé porqué lo tengo. De la misma manera en que ese mueble no evoluciona, hay algo en mí que no evoluciona y se convierte en un bloqueo energético que impide la entrada de otra cosa. Si le doy funcionalidad a ese mueble (“a partir de ahora te voy a usar para guardar leña y así no pasar frío” o “te voy a regalar al vecino para que te dé un uso”) ese mueble evoluciona y mi parte interna en donde está ese mueble, también.

      Si tenemos una vecina, para nuestro Universo nunca existirá hasta que no le digamos “hola”. Recién a partir del día en que la reconozcamos y la saludemos ella existirá para nosotros y formará parte de nuestro Universo. Lo mismo sucede con la Tierra; hasta que no le decimos “hola, Madre, me presento ante ti”, ella no existe para cada uno de nosotros ni nosotros para ella, por lo tanto no podremos interactuar.

      Además, el iniciado asume la falta como una posibilidad para evolucionar. A diferencia de las personas espirituales que siempre consideran todo está perfecto (“dios dirá”; “dios proveerá”) sin asumir su propia falta, el iniciado hace al revés, asume la falta y la usa como camino, dando por hecho que gracias a que nos falte algo podremos conseguirlo.

Gracias a que tengo una relación conflictiva con mi madre puedo resolverla.
Gracias a que no puedo ver las auras puedo aprender a verlas.

      Los iniciados reconocemos la falta y la usamos a favor, como un desafío, ya que todo lo que no tenemos lo podemos conseguir, decidiendo dirigirnos hacia allí a través de los tres planos: simbólico, energético y físico. Por eso, una falta no nos asusta ni nos genera miedo. El iniciado asume cómo está (enfadado, por ejemplo) y a partir de ahí trabaja; sino, sería confundir consciencia con creencia. Puede que alguien nos diga que debemos vivir en armonía y lo creamos, ¿pero cómo hemos de alcanzar la armonía si no somos capaces de asumir cómo estamos ahora? Ser consciente no es actuar mejor o peor, es simplemente darse cuenta de algo para poder resolverlo, comprenderlo y sanarlo. Sino, lo único que hacemos es reprimir cada falla en nosotros provocando que se repita siempre, como en un círculo vicioso en lugar de en una espiral evolutiva. Pero cuidado, porque cuando un iniciado asume sus faltas crece, va ganando fuerza espiritual y energética y también sami; entra en un estado de perfección y a veces deja de ver. Se siente tan fuerte que no puede advertir la propia falta y, por ende, no la puede trascender. Por eso, no se es guerrero por ser fuerte sino por ser frágil, ya que esa condición es la que me permite ver la falta y en consecuencia nos da la posibilidad de trascenderla.

      La verdadera fortaleza del guerrero no está en su fuerza para mantener todo perfecto, está en su honestidad para asumir la imperfección y tomarla como camino. Además, dejaremos de juzgar, comprendiendo que no existe nada bueno ni malo, sino simplemente diferentes puntos de vista.

Si se me cae dinero en la calle para mí será algo malo, pero para quien lo encuentre será bueno.

      El código Kawsay también nos permite concentrarnos en nuestro nombre, asumiendo que, por ejemplo, si yo soy Miguel no puedo existir por otra persona. Yo no puedo pensar por mi pareja, por mi madre o por mi jefe, sólo puedo pensar por mí. Del mismo modo, para algunos soy bueno, para otros malo, lindo, feo o vanidoso, pero para todos soy Miguel, por lo tanto mi nombre representa lo más cercano a mi existencia desde el momento del nacimiento. Así y todo, llega un momento determinado de evolución en el camino de un iniciado en el que cada uno cambia su nombre, pues no lo elegimos nosotros mismos; por ese motivo, Jesús pasó a llamarse Cristo o Sidharta, Buda. En casos de vidas muy conflictivas o traumas difíciles de resolver, de hecho, cambiar de nombre y realizar un ritual de renacimiento puede ser una de las formas más poderosas de sanar. Finalmente, asumir nuestra existencia nos lleva a cesar la búsqueda y asumir que somos perfectos, ya que no tiene sentido indagar afuera para hallar lo que somos desde el preciso instante en que nacimos. Esto no significa que no hemos de evolucionar, sino que si evolucionamos seremos aún más perfectos de lo

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