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llegamos a ese punto, dejamos de estar en guerra con nuestros padres y podemos incluso darles las gracias por todo, en lugar de estar en cada momento peleando y revelándonos contra ellos. Esa rebelión es el estado de Lucifer, que dentro de los mitos de la humanidad define cómo crece un niño: primero es puro, como era la especie humana en su génesis, y luego se abre a la humanidad; llega el padre, o en este caso viene el reptiliano y divide al andrógeno en hombre y mujer. Ahí aparecen los primeros seres con dualidad y desde ese momento el crédito con el cual se transciende. Esto significa que en el Universo primero se da la existencia para luego dividirse en dualidad, para que veamos que todo tiene un Sí y un No, los aprendamos y desde esa enseñanza podamos elegir nosotros qué amar, qué desear y de qué manera; qué queremos incluir en nuestra vida y qué no. Puede ser que el mito de la humanidad nos enseñe cómo se crea el psiquismo humano, o que el psiquismo humano nos enseñe cómo se crearon los mitos de la humanidad.

      EL CUERPO FíSICO, LA MEMORIA CELULAR Y LA CARGA GENéTICA

      Si te pregunto porqué naciste y porqué en determinado lugar o año o con determinados padres, probablemente me dirás “no lo sé”, por lo tanto, no eres consciente de tu llegada al planeta Tierra. Nadie -o casi nadie- tiene consciencia del porqué y del para qué está aquí, y eso significa que casi nadie tiene consciencia de sí mismo. Sabemos, sí, que nuestra madre nos da la vida junto al esperma del padre que entra y fecunda al óvulo, y que desde ese momento la madre da la vida al ser que se desarrolla dentro del feto. Pero uno no decide nacer desde su existencia –la elección propia- sino desde la carga genética, para devolver a los padres el favor de habernos hecho venir al mundo. Es como una deuda que decidimos traer (“como mis padres me regalaron una vida, yo a cambio doy mi existencia”) con todos sus programas genéticos, para despertarlos en vida, nacer y transcenderlos limpiándolos para nuestros ancestros y descendencia. Podemos decir, por tanto, que los programas genéticos son el precio que pagamos por llegar a este mundo, aquello que venimos a trascender. En resumen, al venir a este mundo decidimos hacerlo desde la genética, despertar cada uno su existencia y resolver durante el paso del tiempo las cargas de la propia familia. Se trata de pasar toda una vida rompiéndolas para cortar una línea de tiempo.

      Cada familia tiene un futuro o “adónde” determinado y los hijos de los hijos de los hijos continúan manteniéndolo. Sucede lo mismo con nuestras células, a las que damos una información que pasa a otra célula cuando éstas mueren y luego a las siguientes, y así sucesivamente. Eso genera un ciclo de vida que también se da a nivel familiar, generando una y otra vez la misma carga hasta llegar al “adónde” de esa historia original.

      Cuando adquirimos un conocimiento intelectual por vía de repetición luego lo bajamos a la célula. Si decimos “yo soy consciente” desde que lo asumimos lo somos, pero necesitamos una reiteración en el tiempo para que nuestras células se enteren de esto y lo encarnen. Digamos que un día aprendemos la importancia de la libertad a un nivel mental; la información estará ahí, pero no necesariamente por eso nos atreveremos a ser libres. Eso se debe a que la información aún no ha bajado a nuestras células, pero cuando lo haga se manifiestará en nuestra existencia. Si quieres aprender a hacer magia, por ejemplo, desde el momento en que lo decidas serás mago; sin embargo, has de repetirlo cada día para que se convierta en realidad. Hoy lo decides -simplemente lo dices- y mañana lo vuelves a decidir y repites: “soy mago” y pasado también, “soy mago”. Cada día le vas añadiendo un punto más de densidad a esa afirmación para que finalmente quede grabada en tus células y sin necesidad de pensarlo ni de decirlo actúes como un mago. Cuando esa información llega a las células la realidad está hecha y a lo mejor –pues lo mismo pasa a nivel transgeneracional- necesitas dos, tres, cinco reencarnaciones para que eso se integre en ti. A eso se le llama proceso, y es simplemente lo que tarda una idea en llegar a la célula. Tiene que ver con el crédito; como decía Cristo, es “el camino del carnero”, de quien hace carne lo que dice y materializa el verbo. Si decimos algo y lo podemos hacer significa que no sólo nuestra mente tiene esa información sino también nuestro cuerpo. Al resultado que nos proponemos lo logramos en la vida cuando la información se graba en nuestra célula, y por eso no podeos alcanzar un resultado afuera si no tenemos la información adentro. Los iniciados trabajamos con rituales de construcción metafísica que enterramos o quemamos precisamente para poner información en la tierra, que es igual a depositarla en las células del propio cuerpo. Lo mismo han hecho todos los dogmas: a través de iniciaciones, bautizos y comuniones han estado grabando información en las células de cada uno (tu padre, tu abuelo, tu bisabuelo…) para crear un ADN concreto con información específica, para que las cosas funcionen de determinada manera. Lo que estamos haciendo ahora es lo contrario: liberar a cada célula de información y permitir que cada persona ponga en ella la información que quiera.

      El camino es de la fuente (idea) a la célula (cuerpo); tenemos que hacer carne la divinidad y la prueba de haberlo logrado es ver el resultado afuera. Dicho de otra manera, la idea es dios y lo que tarde en bajar a la célula es el proceso. Cuando lo alcanzas eres crédito, Veritas.

      A nivel familiar, cada miembro del clan es una célula que va a continuación de otra y refuerza el mensaje de la anterior. Si nuestro padre nació cristiano porque su padre lo bautizó dentro de ese mito, quiere decir que nuestro abuelo ya tenía una memoria celular de cristianismo; el punto siguiente al suyo para generar la línea fue nuestro padre, el siguiente a ese seremos nosotros y el siguiente nuestros hijos. Cada eslabón tiene la información del anterior, más la del siguiente.

      Asimismo, la tierra tiene sus propias leyes. Si ahora vamos a fumar un cigarro conscientemente y alguien nos dice que puede sanarnos la tos, un problema del hígado o cualquier otra cosa, eso es algo totalmente incomprobable, más no imposible. Para que efectivamente lo haga tenemos que poner en ello fuerza divina, chispa, crédito, y funcionará, pero cuando no, viene alguien que se maneja desde lo material, apagamos la chispa en nosotros y queda en función el automático. Para comprobar que el cigarro nos puede sanar tenemos que alcanzar ese grado de divinidad en nosotros; entonces podremos hacer que cualquier cosa nos siente como queramos, porque tendremos en la célula la información que a cada uno nos de la gana tener y no la que nos ha vendido otro.

      A través del crédito, la fuerza y la emoción, la información va bajando a la célula y cada vez que hagamos algo eso va a tener un plus más de fuerza. Por ejemplo, cada vez que practicamos un ritual estamos activando nuestra divinidad, por eso tras llevar un recorrido como magos lo que hacemos ahora tiene mucha más fuerza que cuando lo hacíamos hace dos años.

      Cuando elegimos darle función a algún objeto, si le añadimos la emoción de lo más sagrado que podamos vamos encendiendo la chispa, y cada vez que lo repitamos el crédito aumenta. Lo vamos haciendo carne y todo nuestro cuerpo vibra así, ya no lo pensamos ni analizamos, estamos ahí, en presencia. De hecho todos los rituales que hacemos son para ganar crédito, hasta que llega un momento en que tenemos tanto que ya no somos nosotros y no precisamos hacer el ritual, pues es sólo un “por dónde”.

      Finalmente, la sanación se da ante el simple hecho de decir “¡estoy sano!”, y todo lo demás son trucos para ganar fuerza y encarnar esa información en la célula; los rituales y las herramientas de sanación del iniciado son atajos para llevar información ahí. Cuando llegamos a estos niveles de chispa y crédito ya no precisamos siquiera hacer ofrendas porque somos la ofrenda, siempre estamos desprendiendo Munay (amor, deseo y poder) y ese mismo estado hace que allá donde pasemos seamos un regalo para la tierra. Somos un templo, la gente nos ve y reconoce como sagrados.

      Comenzamos a convertirnos en divinidad, cada uno en un ser que donde va todo lo transforma en paz; podríamos llegar a un sitio lleno de densidad y conflicto y que con nuestra presencia todo se sane. “Tú eres el templo”, dice la biblia y no es una metáfora, es que tenemos que convertirnos en ello antes de ser un dios y un templo es una ofrenda de todo aquel que pasa, es un estado de amor tan grande que donde vayamos somos luz, amor, crédito.

      Que nazcamos desde la programación genética y biológica, como materia sin brillo de divinidad, es un desafío para nosotros, tenemos que despertar ese brillo a lo largo de nuestra encarnación. De todas formas, la idea no es preocuparnos, pues si no lo logramos no pasa nada, volveremos a encarnar, y así hasta encarnar todo ese brillo y transcender

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