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que realizó, en 1683, el almirante Isidoro Atondo por órdenes directas del rey Carlos II. Esta vez integraron la expedición más de 100 hombres, incluyendo tres jesuitas, uno de ellos Eusebio Francisco Kino. Es cierto que, tres años después y a costa de una inversión de 225 mil pesos por cuenta del real erario, Atondo decidió que no había modo de sobrevivir allí y regresó a la Nueva España. Y también que, tras analizarse el informe del almirante, se llegó a la conclusión de que aquel territorio era "inconquistable" por los medios hasta entonces empleados. Sin embargo, en ese tiempo los misioneros hicieron avances en el aprendizaje de una de las lenguas que hablaban los habitantes de la península, el cochimí, y en consecuencia, en la enseñanza del catecismo entre ellos, llegando a sumar alrededor de "cuatrocientos catecúmenos dispuestos para recibir el bautismo", según Clavijero. Al respecto abundó:

      Por ello, en repetidas ocasiones se le pidió al superior de la Compañía de Jesús que se encargara de la conversión de la población con el apoyo financiero de la Corona y aunque en igual número de veces éste respondió negativamente, el padre Kino se encargó de promover entre sus correligionarios la causa de la conversión de los californios. Juan María de Salvatierra, visitador general de las misiones, abrazó dicha causa y durante una década hizo gestiones, incluso ante el rey, para que se le autorizara realizar tal empresa. Al fin, en 1696, la Audiencia de Nueva Galicia consintió secundarlo y Salvatierra recibió a su vez la autorización de la Compañía de recolectar limosnas con objeto de sufragar los gastos. El virrey dio su permiso con dos condiciones: que nada se le pidiese para los gastos y que los misioneros tomaran posesión de la península en nombre del rey. Fue entonces que, además de permitirles llevar soldados que se hicieran cargo de su seguridad, se les asignaron funciones como las de "nombrar el capitán y gobernador para la administración de la justicia y licenciar a cualquier oficial o soldado siempre que lo creyesen necesario".

      El propio Rothea supo de la existencia de pintura rupestre en algunas cuevas de la zona y se dio a la tarea de inspeccionarlas. Una en particular llamó su atención por sus dimensiones, por lo bien conservadas que estaban las pinturas y por lo que en ellas vio dibujado. Así lo describió:

      Estos hallazgos lo llevaron a tratar de averiguar qué sabían los indígenas de las pinturas y su origen, así que reunió a los más ancianos para interrogarlos y pidió a los padres de las misiones de Guadalupe y Santa Rosalía que hicieran lo mismo.

      Las leyendas acerca de míticos gigantes que en tiempos remotos poblaron aquellas tierras subsisten hasta nuestros días. Los indios seris de Sonora, cuentan que ellos fueron sus ancestros y que llegaron cruzando el golfo de California, cosa que hacían con gran facilidad gracias a su estatura. Pero aunque en el presente existen todavía muchas incógnitas por resolver con respecto a los primeros pobladores de California, también se ha avanzado algo en el conocimiento sobre su origen o la antigüedad de tales asentamientos.

      NOTAS