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siglo XVIII. Las condiciones geográficas y climáticas, aunadas al intercambio cultural, hicieron florecer lenta y paulatinamente formas de organización que constituyen un objeto de interés de la especialista que se dio a la tarea de desentrañarlas y explicitarlas al lector, dando sugerentes propuestas.

      María Teresa Uriarte hace reflexiones que entrañan un profundo conocimiento de los temas tratados, resultado no sólo de la investigación misma, sino también del acucioso cuidado con que revisó y cotejó las referencias bibliográficas y, a su vez, de la manera en que atendió con gran puntualidad y modestia profesional las sugerencias y observaciones de nuestro comité editorial. Por todo ello, estoy convencida de que este libro que ahora tenemos el privilegio de sumar a nuestra excerpta de obras publicadas con el sello universitario será del interés tanto de especialistas como del gran público.

María Alicia Mayer González

      PRÓLOGO

      Dos han sido los campos principales en los que ha concentrado su atención como investigadora y docente la doctora María Teresa Uriarte Castañeda. Uno es el arte prehispánico de Mesoamérica, de modo muy especial el de la pintura mural, tarea en la que ha proseguido, asumiendo con gran éxito las investigaciones de quien fue su maestra, la recordada doctora Beatriz de la Fuente. Elocuente testimonio de lo alcanzado en este campo por la doctora Uriarte lo ofrecen varias de sus aportaciones, libros, artículos, cursos, ponencias y conferencias a lo largo de varios años.

      El otro ámbito de su interés –contrastante con el anterior– es el de la historia y el arte de la península de California. De hecho sus tesis de licenciatura y maestría, presentadas respectivamente en 1974 y 1980, ambas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, versaron sobre costumbres y ritos funerarios entre los indígenas de Baja California y acerca de la pintura rupestre de esa misma región.

      Expresaré que en su dedicación profesional, larga y cuidadosa que abarca estos dos campos, no ha sido ella ni la primera ni la única. Tenemos el ejemplo de Francisco Xavier Clavijero, el humanista mexicano del siglo XVIII exiliado en Italia que escribió su Historia antigua de México y asimismo la que tituló Historia de la Antigua o Baja California. Y me atreveré a añadir que a mí me han atraído grandemente los estudios mesoamericanos y lo tocante a la gran península californiana.

      He calificado de contrastante este doble interés precisamente porque por un lado atiende lo que fue el desarrollo de una gran civilización originaria, la de Mesoamérica y, por otro, se concentra en la experiencia histórica de una cultura, la de los indígenas bajacalifornianos.

      Subsistieron ellos hasta que ocurrió la penetración de los europeos, en una especie de paleolítico fosilizado, en un medio ambiente áspero y poco favorable para la subsistencia humana.

      Consultando el currículum vitae de María Teresa podemos ver que, si bien ha concedido atención preferente a Mesoamérica, nunca ha abandonado su interés en torno a la Baja California. Tan contrastantes intereses, lejos de implicar dispersión, han exigido, a mi parecer, una considerable apertura de espíritu. Son ellos los que, dando entrada a asuntos cuyo estudio y apreciación presuponen conocimientos y métodos que confieren agilidad y capacidad de comprensión, contribuyen a un más adecuado desarrollo de una investigación.

      El presente libro, como lo señala su autora, es fruto de retomar, ampliar y dar nueva vida a las que fueron sus tesis, la de licenciatura, que tuve el gusto y honor de dirigir, y asimismo la de maestría sobre la pintura rupestre. En cuanto a la primera, estuvo circunscrita a la presentación y análisis de costumbres y ritos funerarios de los nativos californianos. Ahora este libro abarca eso y mucho más. En la segunda es más amplio y hondo su acercamiento al tema antes ya tratado.

      Revisadas y enriquecidas tales aportaciones y distribuido el texto en una introducción y cuatro grandes capítulos, ofrece ahora María Teresa una bien documentada presentación acerca de lo que puede llamarse la antigua California indígena. Se ocupa en el primer capítulo de los primeros contactos entre los nativos y los europeos, tanto de las expediciones propiciadas por Hernán Cortés, como de la que personalmente emprendió él. El relato acerca de todo esto adquiere por momentos un tono de aventuras no imaginadas sino reales.

      En el segundo capítulo María Teresa Uriarte atiende con ampliada perspectiva, el tema de los orígenes de los californios y describe sus formas de organización, su alimentación, costumbres y gobierno. Importa destacar aquí que, a diferencia de los que presentó en su tesis de licenciatura, los testimonios que aduce son mucho más numerosos y variados.

      En lo que fue su tesis, los principales testimonios provinieron de las obras de los jesuitas Miguel Venegas, Historia de la conquista temporal y espiritual de California, aparecida a mediados del siglo XVIII, y la aportación ya mencionada de Francisco Xavier Clavijero. Aunque la obra de Venegas incluía informes de otros misioneros que habían estado en la península y la de Clavijero fue un resumen bien logrado de una obra más grande que es la del padre Miguel del Barco, hay que reconocer que ninguno de los dos autores en que entonces se apoyó –Venegas y Clavijero– habían estado en California. La limitación derivada de esto, inevitablemente influyó en el trabajo de María Teresa.

      Ahora, en este libro amplia ella considerablemente sus fuentes. En primer lugar toma en cuenta en forma directa el caudal de informaciones del padre Miguel del Barco, cuya obra había permanecido inédita hasta que yo pude rescatarla y publicarla tiempo después de aquel en que la doctora Uriarte preparaba su tesis.

      Además de acudir al manantial de noticias ofrecidas por Del Barco, aduce ahora las investigaciones realizadas por etnólogos, lingüistas y otros estudiosos a lo largo de los siglos XIX y XX hasta la actualidad. Y junto con éstas aprovecha lo que tales trabajos modernos han aportado sobre las costumbres, creencias y ritos de otros "californianos". Me refiero así a grupos situados más al norte pero emparentados con los cochimíes peninsulares. El trabajo de María Teresa adquiere así, en este segundo capítulo y también en el tercero, el carácter de una obra comparativa que abarca un considerable número de grupos nativos.

      Y he dicho lo anterior porque precisamente en el tercer capítulo, al presentar lo tocante a la religión y mitología de los varios grupos –pericúes, guaycuras y cochimíes– no se circunscribe a ellos sino que se fija también en lo que podemos conocer de otros más septentrionales como los kiliwas, paipais, diegueños, cucapás y otros. El resultado es que la obra de nuestra autora constituye una introducción bien documentada a lo que llamaré las variantes culturales de grupos que vivieron –y algunos de ellos hasta hoy perduran– desde el paralelo 13 de latitud norte, o sea el cercano a cabo San Lucas, hasta cerca del 33 donde se halla el hábitat de los mencionados grupos septentrionales.

      Importa también poner de relieve el empeño de María Teresa por reunir información sobre las creaciones culturales de estos indios cuya existencia muchos han tenido como muestra de formas de vida extremadamente precarias. Y esto es lo que ha llevado a conjuntar la temática de su antigua tesis de licenciatura con lo que aportó en la de maestría. Me estoy refiriendo al extraordinario arte rupestre, petroglifos y en especial pinturas muy numerosas en abrigos rocosos y otros lugares sobre todo entre los paralelos 28 y 29 latitud norte de la península.

      Dedicando el capítulo cuarto a la pintura rupestre reúne en él un gran caudal de información con pertinentes apreciaciones. Primeramente expone cómo se obtuvieron las primeras noticias sobre ese arte, y en forma pormenorizada presenta a los más destacados investigadores que desde principios del siglo XX hasta el presente se han interesado en tales manifestaciones –seguramente sagradas y rituales– que hoy calificamos de artísticas.

      Lo abarcado en este capítulo cuarto y las ilustraciones que incluye de pinturas rupestres, es introducción a un tema en verdad fascinante. De él puede decirse en pocas palabras que es muestra irrefutable de la capacidad creadora de los seres humanos, aun cuando subsistan en un medio tan hostil como es el que constituyó el hábitat de estos indígenas. El catálogo que aporta María Teresa acerca de los principales sitios donde se ubican estas pinturas es asimismo muy pertinente.

      Creo

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