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del planteo leninista sobre la hegemonía gira en torno al concepto de “crisis revolucionaria”, condición de posibilidad objetiva para la intervención política subjetiva y organizada del campo revolucionario. Ni derrumbe catastrófico y automático ni simple imperativo categórico: la originalidad del planteo estratégico de Lenin residía en su defensa de la legitimidad de la organización revolucionaria (y sus múltiples formas de lucha), imprescindible para intervenir en las situaciones revolucionarias abiertas por la crisis estructural y sistémica del capitalismo, entendido como sistema imperialista mundial.

      En su obra se conjugan entonces sus teorías sobre: (a) la crisis; (b) la situación revolucionaria; y (c) la hegemonía. Estas tres dimensiones, articuladas desde una estrategia política, le permitieron eludir la antinomia sin salida del catastrofismo economicista que esperaba, infructuosamente, el “derrumbe”, así como también la impotente y reformista moralina neokantiana.

      Por ejemplo, refiriéndose al primero de mayo de 1913, en su texto “La celebración del 1 de mayo por el proletariado revolucionario”, Lenin intentó definir conceptos claves como los de “situación revolucionaria” y “crisis revolucionaria”. Por entonces escribió: “La sola opresión, por grande que sea, no siempre origina una situación revolucionaria [subrayado N. K.] en un país. Para que estalle la revolución no basta con que los de abajo no quieran [subrayado de Lenin N. K.] seguir viviendo como antes. Hace falta, además, que los de arriba no puedan [subrayado de Lenin N. K.] seguir administrando y gobernando como hasta entonces” (Lenin [1913] 1960, T. 19: 218-219). Estaba claro que su planteo se negaba a apoyarse exclusivamente en crisis económicas para esperar sentados el supuesto “derrumbe” y la emergencia de un cambio de régimen.

      Dos años más tarde, Lenin volvía a insistir con la dialéctica de objetividad-subjetividad y la pertinencia de las categorías de “situación revolucionaria” y “crisis revolucionaria”. Escribía entonces: “Porque la revolución no surge de toda situación revolucionaria, sino solo de una situación en la que a los cambios objetivos antes enumerados viene a sumarse un cambio subjetivo” (Lenin [1915] 1960, T. 21: 212).

      No es casual que, por esta resolución dialéctica del enigma mediante el cual el pensador bolchevique dejaba varios kilómetros atrás, al mismo tiempo, a “catastrofistas” y “revisionistas”, Antonio Gramsci haya caracterizado a Lenin, en sus Cuadernos de la cárcel, como “el más grande teórico moderno de la filosofía de la praxis” (Gramsci [1932-1933] 1999-2000, Cuaderno 11, Tomo 4: 135).

      Ese planteo estratégico y dialéctico de Lenin es el que explica la superioridad que sus posiciones ganaron durante la primera guerra mundial frente a “revisionistas” y “ortodoxos”, ambos pertenecientes a la socialdemocracia reformista, occidentalista y eurocéntrica.

      El capitalismo, ya convertido en sistema mundial imperialista, nunca se “derrumbaría” automáticamente sin la intervención subjetiva y organizada del movimiento revolucionario (no solo el de la Europa occidental, étnicamente blanca, moderna y con pretensiones “ilustradas”, sino también el movimiento revolucionario de las colonias, semicolonias, países periféricos, naciones oprimidas, pueblos indígenas y sociedades dependientes). ¿Intervención que aparecería en qué momento? Pues cuando se presente “la ocasión” sobre la que escribiera el viejo pensador florentino Nicolás Maquiavelo; traducida por Lenin mediante la categoría de “situación revolucionaria” en medio de la crisis del sistema capitalista. Por eso la teoría leninista del imperialismo no solo constituye un aporte teórico y científico de largo aliento (imprescindible para comprender la génesis y desarrollo de la posterior teoría marxista de la dependencia), sino también y principalmente, la base epistemológica subyacente en la fundación de la futura Internacional Comunista.

      Aunque la vulgata convencional pretendió reducir la teoría del imperialismo a una receta y un esquema economicista, su gestación y conformación en realidad se nutre de múltiples dimensiones de análisis; aun cuando Lenin, consciente de la estricta censura zarista, no siempre puede volcar en sus textos destinados específicamente a Rusia el abanico multicolor de sus infinitos estudios y lecturas. Por ejemplo, en su Carta del 2/7/1916 dirigida a M. N. Pokrovski, emitida desde Zürich (Suiza), a través de la cual le avisa que le envía por correo certificado el manuscrito del libro que se conocerá finalmente como El imperialismo, fase superior del capitalismo, le dice a su interlocutor: “[...] ¡Sería muy decepcionante que no lo editaran! [...] En cuanto al nombre del autor, yo preferiría, por supuesto, mi seudónimo habitual. Si esto no fuera conveniente, sugiero otro: N. Lenivtsin. O si quiere, elija usted cualquier otro. [...] En cuanto al título, si no es oportuno el que lleva, si conviene evitar la palabra «imperialismo», pongan entonces: Las peculiaridades fundamentales del capitalismo moderno [...] Le envío la primera hoja, con el índice de los capítulos, algunos de los cuales tienen un título que tal vez no resulte del todo conveniente desde el punto de vista de las medidas de rigurosidad. Si usted lo cree más conveniente y seguro, reténgala y no la pase [...] P. S.: He hecho todo lo posible por adaptarme a las «medidas de rigurosidad». Me resulta tremendamente difícil y me doy cuenta de que, por esta causa, hay muchas asperezas. Pero ¡qué le vamos a hacer!” (Lenin [2/7/1916] 1986, T. 49: 295-296).

      Toda la carta de Lenin (recién publicada en forma íntegra en 1932) expresa, en reiteradas ocasiones, las particulares condiciones de censura por las cuales debía pasar su libro sobre el imperialismo, comprometiendo desde el título mismo de la obra, el nombre de su autor, las notas y bibliografía empleadas, los términos utilizados, etc. Acusar entonces a Lenin de “economicista” por no incluir las consecuencias políticas y los procesos político-militares como parte del imperialismo (que él tenía estudiados en detalle a fines de junio de 1916, cuando concluye su obra), haciendo de este modo deliberada abstracción de las complejísimas condiciones en las cuales se elaboró, se escribió y se publicó su libro, presupone —¡en el mejor de los casos!— una ignorancia supina. Por no decir más.

      Habiendo entonces acumulado una perspectiva propia y distinta, a lo largo de esas incontables polémicas con populistas liberales, marxistas legales, economicistas, catastrofistas pretendidamente “ortodoxos” y revisionistas gradualistas, Lenin amalgama y articula diversas problemáticas en una concepción holista y totalizante que conducirá a su teoría madura del imperialismo.

      Entre esas problemáticas diversas pero complementarias que conforman los principales insumos de su teoría madura del imperialismo deberían incluirse:

      — Su obra Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, escrita en febrero-marzo de 1914 y publicada en abril-junio del mismo año. En ella, Lenin, apoyándose en un criterio estrictamente histórico, social y económico ajeno a todo “esencialismo”, prolonga e incluso profundiza sus polémicas de 1907 contra el “socialismo” colonialista y euro-occidentalista de la Segunda Internacional, defendiendo la legitimidad de los pueblos coloniales e indígenas, así como de las naciones periféricas y oprimidas a enfrentar y separarse de las potencias coloniales y formar su propio Estado; defender su lengua materna; constituir una administración autónoma y un Parlamento igualmente independiente. Pero lo más importante de esta obra, para el presente estudio, es el rescate riguroso, delicado y sutil que Lenin hace de la correspondencia y escritos de Karx Marx sobre el problema colonial. Rescatando del interesado “olvido” en el que E. Bernstein, H. Van Kohl, F. Ebert, E. Vandervelde y tantos otros “socialistas” colonialistas —disfrazados de “internacionalistas”— sepultaron los escritos de Marx, Lenin reproduce la carta del 10 de diciembre de 1869 del autor de El Capital donde este deja en claro el apoyo abierto de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) a la independencia de la colonia inglesa de Irlanda. Lo mismo hace con otras cartas de Marx sobre la independencia nacional de Polonia. En esas posiciones de Marx, formuladas no solo a nombre suyo y de Engels, sino en representación de la AIT (Primera Internacional), se invierte la ecuación metrópoli-colonias. Marx explica de modo detallado la conclusión a la que llegó luego de estudiar durante años el problema: no es el proletariado “civilizado” de la nación opresora el que liberará a los pueblos coloniales e indígenas, sino justamente al revés. Es la lucha y la victoria de los pueblos coloniales e indígenas, es decir, las periferias coloniales, semicoloniales y dependientes, la que hará posible que finalmente se emancipe el proletariado

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