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      Junto a Bernstein, el otro gran exponente del revisionismo, con no menor erudición que su homólogo alemán, es sin duda el austro-marxista Otto Bauer, quien, polemizando con Rosa Luxemburg, en 1913 planteó esquemas de reproducción pensados para cuatro ciclos de acumulación capitalista; mientras Henryk Grossman, aún intentando polemizar con el armonicismo de Tugán-Baranovski, adoptó los mismos esquemas de Bauer extendiéndolos a un cálculo de treinta y un años (Sweezy [1942] 1973: 231-236; Grossmann [1929] 1984: 67 y ss.; Colletti 1985: 432).

      De todas las intervenciones que participaron de aquella nueva polémica la más radical fue, sin duda alguna, Rosa Luxemburg. Analizando el proceso global de la producción capitalista y teniendo en mente la lucha política contra el imperialismo (y su indisoluble militarismo), Luxemburg intentó subrayar los límites objetivos de la acumulación capitalista, tratando de demostrar, a partir del cuestionamiento de los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital, que la acumulación o reproducción ampliada se vuelve imposible en un sistema capitalista “cerrado” (en el cual, según los supuestos metodológicos de Marx, solo habría dos clases: capitalistas y clase obrera). En su óptica, la realización del plusvalor necesita siempre “un afuera” (Luxemburg [1912] 1967: 269), pues dentro del sistema “cerrado” llegaría un momento en que la demanda con capacidad solvente de pago se volvería imposible, excepto que... esa demanda provenga de “afuera”, es decir, de relaciones sociales precapitalistas (sea en relaciones sociales agrarias en las metrópolis, sea en colonias aún no completamente sometidas y subsumidas por las relaciones sociales capitalistas del sistema mundial).

      Al escribir este libro, el objetivo político de Rosa era sumamente radical: cuestionar el colonialismo capitalista, pero también someter a discusión las complicidades del colonialismo “socialista” de la Segunda Internacional (representado, en el Congreso Internacional de 1907, como ya señalamos, principalmente por Eduard Bernstein y Hendrick Van Kohl), poniendo en el primer plano de la discusión teórica los procesos de conquista y sometimiento de diversos pueblos, sociedades y naciones de la periferia del sistema capitalista, sin los cuales el capitalismo no podría sobrevivir de ninguna manera como sistema mundial. (La afamada “acumulación por desposesión” de David Harvey (Harvey 2003: 111-140) resulta netamente deudora de los análisis que un siglo antes desarrollara Rosa Luxemburg). En ese plano Rosa fue una crítica demoledora del eurocentrismo que lamentablemente impregnó a las principales autoridades de la teoría socialista en tiempos de la Segunda Internacional.

      No obstante, como ha sido advertido en demasiadas ocasiones, las limitaciones de este loable intento, motivado por un objetivo claramente revolucionario y radical, se centran en la incomprensión metodológica del nivel de abstracción lógica de los esquemas de reproducción de El Capital (Rosdolsky [1968] 1989: 92-100; Valier [1971] 1975: 100-101; Guillén Romo 1978: 74). En ese mismo sentido agrega Marini: “Además de manifestar la tendencia que caracteriza de reducir lo lógico a lo histórico, fuente de todos los errores de su obra de innegable valor, Rosa Luxemburg se equivoca en la apreciación del concepto de reproducción simple, puesto que no es lo mismo una abstracción que una ficción” (Marini, 1979a).

      No era un despropósito focalizar la mirada —como bien lo hizo Rosa Luxemburg— en ese “afuera” de la acumulación capitalista en Europa occidental, es decir, en la periferia del sistema capitalista mundial, donde se encuentran precisamente los pueblos colonizados, las formaciones sociales periféricas y dependientes y la fuerza de trabajo “indígena” (como la denominó Lenin), todas ellas temáticas que la posterior teoría marxista de la dependencia adoptará como objeto prioritario de estudio y análisis.

      Sin embargo, haciendo un balance desde nuestros días, es innegable que Marx estaba más que “informado” de los procesos colonialistas propios del sistema mundial capitalista (Kohan 1998 y 2022). Si los esquemas de reproducción ampliada del libro segundo de El Capital no se centraban en el comercio exterior de Inglaterra ni teorizaban prioritariamente sobre el colonialismo, no era por falta de “información” o de “interés” de Marx. Las razones eran de orden lógico-dialéctico y metodológico. Si se reflexiona sobre El Capital en su conjunto, sin aislar los esquemas de reproducción del resto de la obra, no puede obviarse que Marx, ya en el libro primero había formulado la hipótesis de que la conquista y colonización de América, África y Asia constituían una precondición imprescindible e indispensable para que se conformara el sistema capitalista a escala mundial (Marx, [1872-1873] 1988, T. I, Vol. 3: 939).

      Aun destacando el innegable brillo teórico y la valentía política de Rosa Luxemburg (esa águila que siempre voló más alto que todas las gallinas reformistas que la insultaron y despreciaron, como bien advirtió Lenin ante su asesinato), gran parte de esos debates iniciados por Tugán-Baranovski, propios de la Segunda Internacional, se perdían en los laberintos de los diversos niveles lógicos de la escritura de El Capital, por ejemplo, confundiendo las abstracciones lógicas de los esquemas de reproducción con esquemas formales de la sociedad capitalista (Sweezy [1942] 1973: 211-236; Mandel [1962] 1983, T. 2: 97-98; Rosdolsky [1968] 1989: 510-519; Caputo y Pizarro [1970] 1975: 210-211 y 1971: 76-77; Colletti [1978] 1985: 237-279; Marini 1979a; Osorio 2004: 38-40).

      Aquellas viejas antinomias entre el objetivismo catastrofista del presunto “derrumbe” y la moralina revisionista, hoy insostenibles y tan solo interesantes para quien pretenda conocer la historia de la teoría social crítica, se reprodujeron en tiempos más recientes con otros ropajes, nuevos formatos y jerga apenas modificada, pero repitiendo palmo a palmo los mismos errores de antaño (que, de tan repetidos, dejan de ser errores para transformarse en obstáculos epistemológicos y políticos). En las formulaciones más cercanas a nuestra época —claramente deudoras y herederas de la Segunda Internacional, que oponía mecánicamente el objetivismo y el voluntarismo; “la economía” y “la política”—, aquellas descoloridas e inoperantes dicotomías vuelven a presentarse invitándonos a optar entre:

      (a) La teoría del valor de El Capital de Marx, interpretada de modo arbitrario como si aquella consistiera en una explicación genérica, simple y objetivista del metabolismo del “capital en general”, que nos describiría, supuestamente, cómo funciona el capitalismo en cualquier lugar del planeta (prescindiendo de todo tipo de mediaciones, desarrollo desigual entre formaciones económico-sociales, asimetrías nacionales ni superexplotación de la fuerza de trabajo) y

      (b) La teoría leninista del imperialismo, asociada a una concepción “voluntarista” de la organización revolucionaria, y a un análisis del capitalismo centrado exclusivamente en los monopolios y las rivalidades entre potencias, pero no sustentado en las formas y modos de producción y reproducción de la vida social.

      Es decir, una falsa y forzada disyunción exclusiva que pretende introducir al interior del paradigma marxista las antinomias propias y típicas del pensamiento burgués.

      ¡Como si la teoría del valor de Marx y la teoría del imperialismo de Lenin fueran antagónicas y excluyentes!

      Lo cierto es que, más allá de hermenéuticas malintencionadas y macartistas, Lenin supera el objetivismo pasivo de la Segunda Internacional que a partir de una lectura en clave fatalista de la concepción materialista de la historia y el callejón sin salida de una presunta teoría del “derrumbe” (extraída con fórceps de El Capital) pretendía condenar al movimiento revolucionario a “esperar” el despliegue hasta el infinito del capitalismo hasta que este se choque, casi mecánicamente, con sus limitaciones endógenas. Pero Lenin tampoco cae en la apología ingenua y en el fondo predeterminista, desde la cual, se cantan loas de alabanza ciega al espontaneísmo de las masas que se levantarían por arte de magia cuando “exploten”, frente a sus límites ineludibles, las contradicciones internas del sistema capitalista.

      Aunque en sus investigaciones y estudios económicos (desde 1893 a 1916) encontramos varias pistas de su resolución, las claves principales mediante las cuales Lenin resuelve el dilema entre objetivismo y subjetivismo se encuentran principalmente en sus teorías de la crisis y las situaciones revolucionarias junto con su teoría de la hegemonía (núcleo epistemológico de su filosofía marxista de la praxis). En dichas teorías se articulan dialécticamente las dimensiones “objetivas” y “subjetivas” del marxismo; separadas, desconectadas y enfrentadas tanto

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