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que “la desproporcionalidad de sectores de la producción capitalista no deja fuera de su accionar al subconsumo” (Lenin [1897] 1958, T. 2: 158; Lenin [1898] 1958, T. 4: 56; Sweezy [1942] 1973: 206; Marini 1979a).

      En síntesis, casi pedagógica, Lenin remata sus polémicas juveniles desarrolladas durante seis años, concluyendo que el desarrollo del capitalismo en una sociedad periférica (como la rusa de aquellos tiempos; y dejamos expresamente de lado cualquier previsible analogía con las formaciones sociales latinoamericanas para no forzar los textos originales) resulta irremediablemente contradictorio, desigual y polarizante, acorde a las enseñanzas de Marx sobre la acumulación capitalista y las crisis expuestas en los diversos libros de El Capital, pero de ningún modo... “imposible” (Lenin [1899b] 1957, T. 3: 48).

      En paralelo a sus prolongadas polémicas con los populistas liberales de la década de 1890, Lenin también cuestiona a los denominados marxistas legales, entre los que sobresalían Pyotr B. Struve, Nikolái A. Berdiáev, Sergei N. Bulgákov, Mijaíl Ivanovich Tugán-Baranovsky y Semyon L. Frank, quienes por oposición a la supuesta “imposibilidad” lógico-histórica del capitalismo en Rusia, terminaban de manera apologética atenuando los “desequilibrios” endógenos hasta volver eterno el régimen capitalista.

      De todos ellos, probablemente los dos más serios hayan sido Bulgákov y Tugán-Baranovski. Este último, a partir de los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital pretendía defender, desde 1894 en adelante, una visión neoarmonicista de la sociedad regida por el capital, intentando reducir el problema de la realización en la obra de Marx a una mera “teoría de la proporcionalidad”, esforzándose por legitimar el presunto carácter “ilimitado” de la acumulación capitalista (Rosdolsky [1968] 1989: 525; Valier [1971] 1975: 76; Harding 1984: 505; Colletti 1985: 238).

      Esta perspectiva neoarmonicista de los marxistas legales rusos (cuya influencia fue muchísimo más corta y acotada que la de los populistas, ya que en escasos años pasaron a integrar orgánicamente los partidos burgueses liberales — “Demócratas Constitucionales”— de Rusia), coincidía a nivel internacional con el revisionismo encabezado por Eduard Bernstein.

      Si los populistas rusos de la década de 1890 en adelante pretendían negar la expansión del sistema capitalista mundial refugiándose culturalmente en una “eslavofilia” y una presunta “excepcionalidad rusa” que protegería por arte de magia al campesinado explotado de la nefasta influencia de las relaciones sociales capitalistas (de ahí que fueran paulatinamente abandonando sus métodos clandestinos y de confrontación armada práctica, reemplazándolos por argumentaciones puramente especulativas y “lógicas”); los marxistas legales, en coincidencia con el revisionismo bernsteniano, confiaban ciegamente en el carácter “armónico y pacífico” del régimen capitalista, caracterizándolo como un sistema prácticamente absoluto, estable y eterno, sin limitación alguna en su dinámica de expansión y acumulación. No comprendían que el desarrollo del capitalismo, lejos del equilibrio y la estabilidad, implicaba la reproducción ampliada de sus contradicciones. Por ello Tugán-Baranovski se esforzaba por reducir los desequilibrios estructurales del capitalismo a una simple fluctuación (y reacomodo) de carácter periódico, propia de sus “desproporciones”, sin consecuencia alguna sobre la posibilidad de apertura de una crisis orgánica, sustento de lo que Lenin denominará más tarde “situación revolucionaria”. En última instancia, el gran presupuesto de la obra teórica de Tugán-Baranovski consistía en un “equilibrio metafísico” (Rosdolsky [1968] 1989: 545, 551; Colletti 1985: 239).

      En aquella polémica contra el armonicismo de los marxistas legales, Lenin insistía en que el desarrollo capitalista socializaba cada vez más sus formas y relaciones de producción, abarcando y expandiéndose sobre nuevas ramas, sin modificar en lo más mínimo la apropiación y el consumo en forma privada (dimensión que explicaba por qué se mantenía en la miseria a los campesinos y su consumo paupérrimo), de donde se derivaban contradicciones antagónicas que derivarían en una crisis del sistema capitalista. Tesis defendida contra viento y marea por el futuro líder bolchevique, inspirada en el estudio de los diversos libros de El Capital de Marx, que recién se corroboraría varios años después, a partir del estallido de la primera guerra mundial (lo cual le permitiría ganar claramente la hegemonía sobre diversas tendencias —y ensayistas de fama y prestigio— del movimiento socialista y comunista no solo de origen ruso sino también internacional).

      La principal crítica metodológica de Lenin a los marxistas legales, principalmente a Tugán-Baranovski, sostiene que: “Los esquemas [se trata de los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital de Marx. N. K.] de por sí no pueden probar nada; solo pueden ilustrar un proceso, siempre y cuando los distintos elementos que los forman hayan sido previamente esclarecidos [subrayados de Lenin. N. K.]” (Lenin [1898] 1958, T. 4: 60; Sweezy [1942] 1973: 233).

      Tomando en cuenta esta crítica leninista a los principales teóricos del marxismo legal, resulta erróneo y sobre todo injustificado el intento de Roman Rosdolsky (a pesar de su enorme y apabullante erudición enciclopédica) por asimilar la reflexión de Lenin sobre la teoría marxista de la crisis capitalista al armonicismo de Tugán-Baranovski (Rosdolsky [1968] 1989: 528). Hipótesis equivocada que repite, sin modificar un solo renglón y sin animarse a problematizarla, Lucio Colletti, aunque este último lo haga, a diferencia de Rosdolsky, con una intención clara y sesgadamente impugnadora de Lenin, ya que la expone en una época en que este pensador italiano había abandonado definitivamente su antigua adscripción al marxismo (Colletti 1985: 282, 334).

      Lenin se opuso, entonces, a todas estas corrientes, entablando encendidas polémicas en varias direcciones. Aun simpatizando con los métodos clandestinos, la organización de cuadros compartimentada y la confrontación revolucionaria práctica de los primeros populistas, rechazaba a los populistas liberales de la década de 1890 por su negación especulativa (puramente “lógica”) a reconocer que el sistema capitalista estaba adquiriendo una dimensión realmente mundial, subordinando a la vieja Rusia bajo las fauces del naciente imperialismo dominante en la economía mundial. Y frente al armonicismo de los marxistas legales, impugnaba su teorización sobre los esquemas de reproducción por su carácter “apologético” del capitalismo, según sus propios términos, ya que la misma no permitía profundizar en las tendencias que conducirían a la inminente crisis capitalista internacional.

      En esas dos polémicas, diferentes pero complementarias, encontramos las primeras semillas de su inicial reflexión sobre el surgimiento del imperialismo contemporáneo, entendido como sistema mundial. Ese antecedente, en gran medida inexplorado por parte de las historias económicas académicas y por no pocos biógrafos y exégetas, resulta fundamental a la hora de reconstruir la formación de la teoría del imperialismo que su autor expondrá, ya en forma sintética y con un alto grado de sistematicidad dialéctica, en su obra famosa de 1916, en la cual aborda el problema desde una perspectiva epistemológica totalizante y holista, conjugando diversos ángulos. Es decir, negándose a escindir “la economía” (donde se ubica su análisis del capital financiero, la emergencia y predominio de monopolios, trusts y cárteles, así como también la fusión de bancos e industrias a escala multinacional, bajo el presupuesto de la reproducción ampliada del desarrollo desigual de las formaciones sociales); “la política” (atacando el oportunismo reformista de la denominada “aristocracia obrera” de los países centrales que confiaba ciegamente en el carácter “civilizador” de las potencias capitalistas occidentales); la dimensión “militar” (oponiéndose a las guerras imperialistas, defendiendo la legitimidad de las guerras de liberación nacional y la guerra civil revolucionaria) y la “ideología” (criticando los relatos legitimadores de los distintos chovinismos europeos occidentales que se repartían el mundo colonial, prolongando la política mediante otros medios, es decir, a través de la violencia y la guerra).

      Casi dos décadas antes de su obra célebre sobre la teoría marxista del imperialismo, en numerosos pasajes de El desarrollo del capitalismo en Rusia que quedaron “en la sombra” o pasaron desapercibidos, Lenin enfatiza el vínculo de la vieja Rusia (aún periférica si se la compara con la Europa capitalista occidental), en sus nexos con... el mercado mundial. Por ejemplo, abordando el problema que quitaba el sueño a populistas liberales y marxistas legales de la década de 1890, Lenin sostiene que las

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