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gestación de la teoría del imperialismo y la dependencia

      Guiándose por las huellas y pistas metodológicas de su maestro, Lenin se esfuerza desde muy joven en tratar de continuar la obra inacabada de Marx. Su punto de vista no solo se ubica en “el ala más radical del marxismo” (Rosdolsky [1968] 1989: 528), sino que, además, sienta las bases epistemológicas para una crítica profunda y sin concesiones de todas las derivas occidentalistas, colonialistas y eurocéntricas que se han pretendido construir, erróneamente, bajo la sombra del prestigio, prestado y ajeno, de Marx.

      El joven Lenin comienza a leer y estudiar El Capital (los dos primeros libros, hasta ese momento publicados) a los 18 años de edad y ya a los 23 años interviene en polémicas de envergadura con repercusiones a escala internacional. A medida que se van publicando otros textos inéditos del maestro, los va devorando uno a uno (desde el tercer libro de El Capital, recién publicado por Engels en 1894, hasta la Historia crítica de las teorías de la plusvalía, considerado el cuarto tomo de El Capital y publicado —con ciertos cortes y censuras realizados por K. Kautsky— entre 1905 y 1910).

      Así como Marx estructura sus diversos planes de estudio e investigación siguiendo siempre el hilo rojo del método dialéctico, Lenin no quiere equivocar el camino. Por eso programa su brújula teórica con el mismo método de su guía inspirador. No es casual que, en 1914, al iniciarse la primera guerra mundial, en plena crisis capitalista y desbarajuste completo de la Internacional Socialista, prolongue esas lecturas detalladas de la obra de Marx abordando en forma completa la Ciencia de la Lógica [1812], de Hegel (haciendo extractos de la misma, agregando anotaciones y numerosas reflexiones propias). Ya no a través del tamiz unilateral de Plejanov o Kautsky (las viejas “autoridades” de la II Internacional), sino enfrentándose directamente con Hegel, de quien Marx se había declarado “discípulo de aquel gran pensador” en el epílogo a la segunda edición alemana de El Capital (Marx [1873] 1988, T. I, Vol. 1: 20).

      Sus numerosos estudios realizados a lo largo de más de dos décadas, que lo conducirán en 1916 a publicar el resultado de sus investigaciones sobre el imperialismo, entendiéndolo como una nueva fase mundial del sistema capitalista, se encaminan desde lo abstracto hacia lo concreto. La misma dirección metodológica elegida por Marx para desplegar la exposición lógico dialéctica de El Capital.

      Ya desde sus primeros textos, Lenin interviene en los debates formulándose interrogantes generales como las siguientes: ¿qué es el mercado? y ¿qué es el capitalismo? (Lenin [1893] 1958, T. 1: 105, 112, 120); preguntas a las que luego agrega: ¿en qué consiste el concepto de “formación económico-social”? y ¿de qué nos habla y cuál es el objeto de estudio de El Capital? (Lenin [1894] 1958, T. 1: 145-150, 152-163, 170, 174, 180, 185, 191). Partiendo de esas indagaciones todavía abstractas y genéricas se dirige, a lo largo de más de veinte años, entablando incontables polémicas económicas, políticas y filosóficas, hacia una comprensión concreta del sistema mundial capitalista, el colonialismo, el problema nacional y el imperialismo, su desarrollo desigual que divide al conjunto de las formaciones económico sociales que constituyen la totalidad de la economía mundial en centros imperialistas y países coloniales, semicoloniales y dependientes [el término específico sobre la “dependencia”, que hemos subrayado, corresponde a Lenin. N. K.] (Lenin [1916a] 1960, T. 22: 277 y Lenin [1916b] 2009: 483), sus contradicciones antagónicas e irreconciliables, las raíces más profundas de su crisis, las guerras (tanto las imperialistas de reparto del mundo, como las de liberación nacional y las guerras civiles) hasta llegar, por fin, a su principal objetivo: identificar las condiciones de posibilidad para iniciar un proceso revolucionario de aspiraciones internacionales y mundiales.

      Como su voluminosa obra está plagada de infinitas discusiones y polémicas e interlocuciones tan variadas y diversas, resulta bastante fácil perderse en ese laberinto interminable sin encontrar la lógica subyacente de sus estudios, las directrices principales que va persiguiendo a lo largo de cada paso pequeño que da y las perspectivas generales de su programa de investigación que se despliega, siguiendo las enseñanzas de su maestro, desde lo abstracto hacia lo concreto.

      Si tuviéramos que trazar una cartografía mínima y esquemática de todas las fases que Lenin va recorriendo hasta llegar a sistematizar su teoría madura del imperialismo, tendríamos que señalar, como mínimo, alrededor de una decena de obras suyas, que confluyen posteriormente en su libro célebre El imperialismo, fase superior del capitalismo [1916].

      Esta obra constituye el sustento teórico inicial y la plataforma epistemológica a partir de la cual se despliega posteriormente la teoría marxista de la dependencia e incluso la teoría de la acumulación a escala mundial (Caputo y Pizarro [1970] 1975: 172-173; Amin [1971] 1975: 32-33; Dos Santos [1978] 2011: 357; Osorio [1994], en Marini y Millán 1994b, T. 2: 166; Ouriques [1994], en Marini y Millán 1994b, T. 2: 187; Kohan 2015a y 2015b; Osorio 2016: 52; Smith 2016: 95, 107, 188, 202, 219-220, 225-226).

      Dentro de ese universo complejo y abigarrado, por momentos inabarcable, repleto de discusiones y controversias con las más diferentes tendencias e incontables interlocuciones (algunas hoy célebres, otras absolutamente desconocidas para el público del siglo XXI), no existe un consenso unívoco que delimite cuáles son las obras que confluirán en su teoría madura del imperialismo y qué período preciso abarcan dentro de su biografía político-intelectual. Dejando a un lado las impugnaciones banales y superficiales de la obra de Lenin (que casi en su totalidad ni siquiera se toman el trabajo de leer al menos los títulos y el índice, ya no el contenido, de sus libros, reduciendo grosera y artificialmente su obra a apenas dos o tres textos “clásicos”), los especialistas más eruditos tampoco se ponen de acuerdo al respecto.

      Por ejemplo, Luciano Gruppi, en su aguda y riquísima investigación El pensamiento de Lenin, limita los afluentes e insumos previos de esta teoría a sus estudios económicos, políticos y filosóficos del período inmediatamente anterior, correspondientes a los años 1912-1916 (Gruppi 1981: 152). Aunque no lo explicita, este especialista italiano seguramente acota el período de gestación a esos años, tomando como fecha de inicio los debates económicos de Lenin con Rosa Luxemburg. En cambio, nos parece mucho más realista y exhaustiva la reconstrucción que realiza Alonso Aguilar Monteverde, quien en su libro Teoría leninista del imperialismo extiende los antecedentes, insumos y bases fundamentales de la teoría a las obras y polémicas del período 1896-1913 (Aguilar Monteverde 1983: 38-56). En el mismo sentido, Jacques Valier llega aún más lejos e incluye las polémicas de la década 1890-1900, en adelante, hasta 1916, como elementos claves para comprender la conformación madura de la teoría del imperialismo (Valier [1971] 1975: 65, 133).

      Aunque rebasa el objetivo específico del presente estudio, no debemos olvidar que, entre los trabajos y libros de discusión económica de mediados de la década de 1890 y la obra ya sistematizada que corona la teoría madura en 1916, median tres grandes problemáticas, insoslayables y definitorias: (a) su teoría de la organización revolucionaria, (b) su teoría de la hegemonía y (c) su teoría de la situación revolucionaria. Estas tres problemáticas, aunque giren en torno a la política y no se circunscriban a la discusión estrictamente económica sobre el carácter, la crisis y las tendencias del sistema mundial capitalista, de ningún modo resultan ajenas al núcleo central del pensamiento leninista.

      En 1893, apenas seis años después de que el zarismo ahorcara a su hermano Alexander y cinco años más tarde de haber comenzado a estudiar sistemáticamente El Capital, Lenin publica su primer ensayo. Tenía 23 años de edad. Durante toda esa década adopta por objeto prioritario de polémica a dos corrientes estrictamente rusas: el populismo y el denominado marxismo legal. La primera de mucha mayor penetración en las clases populares, principalmente en el mundo campesino y de más extensa supervivencia política. La segunda, más acotada en el tiempo, se inscribía en algunos segmentos de la intelectualidad liberal desde cuyas coordenadas sus representantes se acercaban a una lectura armonicista del marxismo, próxima a lo que en la Segunda Internacional se conoció posteriormente como revisionismo. Los populistas provenían en gran medida de una antigua tradición de eslavofilia; los marxistas legales, en cambio, propendían al occidentalismo eurocéntrico.

      La primera corriente, populista, nunca fue homogénea. Su desarrollo tuvo varias fases y etapas, notablemente diferenciadas entre sí. Lenin distingue el primer

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