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incluso engañar a su cónyuge. La diferencia es que lamentará haber cometido esas acciones y sentirá vergüenza. Más importante aún: se arrepentirá y recibirá ayuda para cambiar, madurar y restaurar la relación en la medida de lo posible. No esperará ni exigirá que las personas que ha herido confíen en él. Toma en serio la lealtad y la responsabilidad; por lo tanto, también toma en serio sus pecados y sus fallas.

      La mansedumbre vs. la violencia

      y las palabras ásperas

      Ya sea que te hiera con el puño o te apalee a punta de insultos, el abuso te golpea. Muchas veces, los episodios de violencia de mi papá se veían interrumpidos por meses de una calma depresiva y un descuido inquietante. Cuando al fin explotaba, arrojaba objetos, quebraba vidrios, pateaba las mascotas y lanzaba a las personas contra la pared.

      Una vez, cuando era adolescente, mi papá dijo que podía ir a una cita. Unos veinte minutos antes de que llegara mi novio, cambió de parecer. Dijo que nunca me había dado permiso. Exigió que me quedara en la casa. Cuando me atreví a rebatirle, me agarró, sujetándome del brazo con una mano y del muslo con la otra, y me arrojó hacia arriba, haciéndome caer en la mitad de la escalera.

      Nunca me había sentido tan indefensa. Me azoté la cabeza y el hombro contra la pared o el piso (no estoy segura de cuál de los dos fue, quizá contra ambos) y me raspé la espalda en el pasamanos. Subió los peldaños corriendo y emergió ante mis ojos como un oso iracundo. Traté de controlar la respiración para que mi pánico no lo molestara. Me aguanté las ganas de llorar porque sabía que las lágrimas lo enfurecerían. Me quedé callada. Me acobardé. A la larga, se alejó.

      Eso es abuso. Pero aun así, cuando miro al pasado, sus palabras hirientes y sus «cumplidos» sexuales fueron incluso peores que su violencia. Terminé aprendiendo que los hematomas se sanan rápido, pero no el espíritu devastado.

      El graciador también puede perder los estribos. La diferencia está en la reacción ante su acción. Se avergüenza de lo que hizo y evita repetirlo. Pide perdón, repara el daño y desea mejorar. Nunca toma represalias contra ti por haber contactado a un pastor, un consejero o la policía. Asume la responsabilidad por su pecado.

      La templanza vs. el descontrol y la codicia

      Al abusador le encanta gratificar sus impulsos. Se resiste a moderar su comportamiento, a no ser que lo haga para engañar a los demás o conservar las apariencias. Puede que solo peque en secreto, pero la concupiscencia insaciable y el egoísmo temerario están ahí.

      Todavía puedo ver a mi papá temblando de ira, moviendo las piernas con nerviosismo, con los ojos furiosos y tiritones porque dejé un libro en la mesa de centro. Me tiró el libro a la cabeza. Tampoco tenía dominio propio para sus pasatiempos. En los períodos de desempleo, cuando mi mamá no tenía lo suficiente para comprar alimentos, él compraba ropa deportiva de marcas caras y salía a andar con estilo en su nueva bicicleta costosa. Priorizaba sus deseos por sobre las necesidades de su familia. Dejaba que a sus hijos les faltara mientras se autocomplacía.

      En cambio, cuando yo tenía alrededor de quince años, conocí a un veinteañero que parecía solitario y deprimido. Creo que tenía un trasfondo oscuro. Las manos le temblaban y sacudía las piernas de forma compulsiva. Lo conocí en una cafetería donde yo tocaba piano y cantaba. Desarrollé una especie de amor platónico por él, y supongo que lo notó.

      Una noche, con los ojos fijos en su botella de cerveza, me dijo: «Nunca podremos salir. No soy bueno para ti. Pero no te preocupes; vas a encontrar a alguien más».

      En ese momento, él mostró gracia. Fue consciente y tuvo dominio propio. Vio a una niña solitaria e influenciable, pero no se aprovechó. Alguien podría decir que tuve suerte, pero yo le doy el mérito a Dios y a ese joven por protegerme.

      LA RECETA DE LA VERDAD

      Es probable que un abusador no exhiba todos los vicios presentados en este capítulo. Pueden actuar por períodos o abusar casi constantemente. De igual manera, el sobreviviente puede haber vivido un solo momento traumático que marcó el punto de inflexión o haber convivido con el abuso cada día de su vida. Cuando me resulta tentador excusar a mi abusador, culparme a mí misma por su pecado o pretender que mi victimización no fue gran cosa, volver a esta dicotomía entre el abusador y el graciador aclara la incertidumbre de mi mente.

      ¿Fui abusada? Sí. ¿Fue abusivo mi papá? Sí. En una ocasión, busqué el nombre legal de una de sus acciones, una que no he descrito en este libro. El nombre del delito me resultó tan chocante que fue como un balde de agua congelada para mi mente. Es doloroso que tus miedos se confirmen, pero también es aliviador conocer la verdad.

      Es imposible tratar una herida si no notas que estás lastimado. Es imposible ver la luz antes de reconocer las tinieblas. No te recuperarás de la maldad si no puedes admitir lo que es la maldad. Dios es un Salvador que busca ovejas perdidas, adopta huérfanos y venda las heridas de los quebrantados de espíritu. Ya no es necesario tenerle miedo a la verdad. Podemos hablar la verdad, diagnosticar nuestro dolor y aceptar el pronóstico de la esperanza. Es que cuando le damos a la maldad su verdadero nombre, no solo emprendemos el proceso de recuperación, sino que también le quitamos a nuestro abusador el poder sobre nuestra mente.

      Señor Jesús, la luz del día se fue,

      La noche cierra ya, conmigo sé;

      Sin otro amparo, Tú, por compasión,

      Al desvalido da consolación.

       (Henry Francis Lyte)

      Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto. (Isaías 53:3a)

      Una de las cosas más profundas que Dios ha hecho es humanarse. Jesús sufrió como sufre el hombre, lloró como llora el hombre y murió como muere el hombre.

      ¿Por qué hizo eso?

      Principalmente, para obtener la salvación de los que Lo aman. Jesús vivió una vida perfecta para poder imputarles Su bondad a los que confían en Él. Sufrió una muerte agonizante para pagar nuestros pecados, en nuestro lugar. Resucitó de los muertos y ascendió al cielo para que Su pueblo pudiera gozar de la vida nueva con Él en el cielo.

      Es por eso que Dios Se hizo hombre. Sin embargo, también hubo una razón secundaria. Dios Se hizo hombre para garantizarnos Su empatía y compasión. Sabemos que Él comprende nuestro dolor más intenso, pues Él también lo sufrió.

      JESÚS FUE ABANDONADO

      David, el rey más grandioso de Israel, escribió en el Salmo 22:

      Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?

      ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación,

      y de las palabras de mi clamor?

      Dios mío, clamo de día, y no respondes;

      y de noche, y no hay para mí reposo.

       (v. 1–2)

      Alrededor de mil años después de que David escribiera su lamento, Jesús lo citó desde lo alto de una cruz empapada en sangre. Gimió las primeras cuatro palabras arameas del antiguo poema: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Marcos 15:34), y al leer el Salmo 22 completo, uno se asombra por la forma conmovedora en que se presagia Su experiencia.

      Ahora bien, el Hijo de Dios no estaba insinuando que Su Padre fuera un padre abusivo o negligente. Jesús sabía que iba a morir antes de que Adán y Eva mordieran el fruto prohibido en el huerto del Edén al comienzo de la historia humana (Génesis 3:6). Jesús es Dios. El Padre es Dios. La vida, la muerte y la resurrección de Jesús no eran solo los planes del Padre, sino también los de Jesús.

      Cristo fue a la cruz humilde y voluntariamente por Su misericordia, abnegación y dedicación hacia Su amado pueblo. No obstante, en ese momento en que exhaló Sus últimos alientos agonizantes, rasgado por los clavos y azotado por los látigos de púas, Jesús supo cómo se sentía ser desamparado por un padre. Supo cómo se

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