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tener el consuelo de saber que Dios comprende el dolor indescriptiblemente amargo de ser devastadoramente separado de alguien que uno ama y necesita. Podemos tener el consuelo de saber que Dios entiende el quebranto del corazón y la soledad. Cuando colgó sangrante y moribundo, rodeado de soldados romanos endurecidos por la guerra, una multitud sádica y burlona, y un grupo de hipócritas religiosos vengativos, Jesús supo lo que es sentirse verdaderamente falto de amor, brutalmente abandonado y rodeado de odio:

      Porque perros me han rodeado;

      me ha cercado cuadrilla de malignos;

      horadaron mis manos y mis pies.

      Contar puedo todos mis huesos;

      entre tanto, ellos me miran y me observan.

      Repartieron entre sí mis vestidos,

      y sobre mi ropa echaron suertes.

       (Salmo 22:16–18).

      JESÚS FUE TRAICIONADO

      La noche de la Pascua, la última cena que celebraría con Sus amigos antes de morir, Jesús…

      Se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: «De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar». Entonces los discípulos se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba (…) Respondió Jesús: «A quien Yo diere el pan mojado, aquél es». Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón.

       (Juan 13:21–22, 26).

      ¿Alguna vez te has preguntado por qué Jesús le dijo a Judas que Él sabía que lo iba a traicionar? Quizás quería darle la oportunidad de cambiar de parecer. Quizás quería advertirle sobre la maldad que estaba a punto de cometer. Quizás solo quería que Judas entendiera la profundidad de Su dolor. Sea cual fuere el caso, Jesús sabía qué había en el corazón de Judas, y le dejó eso muy claro.

      Judas era uno de los doce discípulos que siguieron a Jesús por todas partes, cenaron con Él y aprendieron de Él. Jesús lavó los pies de Judas. Sin embargo, Judas dejó que el pecado se exacerbara en su corazón, lo que lo llevó a darle la espalda al hombre que llamaba «Rabí» o «Maestro».

      Algunos suponen que Judas traicionó a Jesús por la recompensa que le ofrecieron Sus enemigos, pero en realidad eso no calza con el perfil de un hombre que había sacrificado su hogar, su trabajo y sus posesiones para recorrer los paisajes polvorosos del antiguo Israel predicando, aprendiendo y comiendo pescado. Otros tienen la teoría de que Judas esperaba asustar a Jesús, ponerlo en una situación en que se viera forzado a usar Su poder divino para detener la crucifixión, derrocar a los romanos y libertar a Israel. Un tercer grupo sugiere que Judas estaba celoso: no era el discípulo preferido, el que obraba de milagros ni el que Jesús ayudó a caminar sobre el agua.

      Quizás Judas simplemente vio lo inevitable. A lo mejor sabía que la élite religiosa que odiaba a Jesús a la larga encontraría una manera de inculparlo. En lugar de correr el riesgo de morir junto a su maestro, Judas negoció para salvarse el pellejo. Cualquiera sea el caso, Judas usó medios pecaminosos para conseguir un objetivo pecaminoso. Sin embargo, ni todas sus confabulaciones, maquinaciones, mentiras y apuestas lo pudieron salvar. Más bien, lo llevaron a la desesperación, y terminó destruyéndose.

      Pero Judas no fue el único amigo que abandonó a Jesús. Pedro, uno de los mejores amigos de Jesús, juró: «Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré» (Mateo 26:35). Así y todo, Pedro negó conocer a Jesús tres veces mientras Cristo era enjuiciado y torturado. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se quebrantó y lloró. Y a esas alturas, los otros discípulos también habían huido.

      Jesús experimentó traición por parte de los que Le habían jurado lealtad y habían declarado su amor por Él. Él entiende cómo se siente eso.

      JESÚS FUE DIFAMADO

      Imagínate un momento el juicio fingido de Jesús. Jesús está en el medio, abucheado, escarnecido y acusado falsamente por mentirosos que tenían puestas ropas sacerdotales. En el Antiguo Testamento, Dios instituyó a los sacerdotes para que hablaran al pueblo en Su nombre y Le ofrecieran sacrificios en favor del pueblo. Usaban ropas hermosas, diseñadas por y para el Sacerdote supremo, Jesucristo (Éxodo 28:31–35). ¡Hablando de lobos vestidos de ovejas! Incluso mientras torturaban y asesinaban al Mesías prometido, esos hombres tenían puestas Sus vestimentas sacerdotales. Sacrificaban corderos en el templo de Dios incluso mientras planeaban asesinar al Cordero de Dios en la cruz de un delincuente.

      Las personas que Jesús amaba y a las que vino a salvar lo llamaron blasfemo —mentiroso, falso maestro y difamador de Dios—. Dijeron que estaba loco. Le dijeron borracho. Le pusieron todos los rótulos menos el que le pertenecía: el del Mesías prometido amoroso y paciente.

      Yo no he sido acusada sin razón ni condenada injustamente por mi propio pueblo en un tribunal, pero sí fui golpeada en el salón donde mi familia leía la Biblia y oraba. Sé cómo se siente que te digan loca y mentirosa, y que aseguren que tú fuiste la que provocó el pecado de tu abusador.

      Jesús sabe cómo se siente eso, cómo se siente que digan mentiras de ti, ser víctima de falsedades y rumores despiadados, que ciertas personas egoístas y poderosas destruyan tu reputación.

      JESÚS FUE DESATENDIDO

      Sería un ejercicio interesante contar las veces en que Jesús fue malentendido, malinterpretado o ignorado. Quizás sea más fácil contar las veces en que sí lo entendieron.

      Muchas veces y de diversas maneras, Jesús dijo que Él era el Hijo de Dios. Muchas veces, predijo que iba a morir por nuestros pecados y resucitar de los muertos. Rara vez lo entendieron y con frecuencia pensaron que estaba loco o poseído por demonios.

      Incluso en el huerto de Getsemaní, mientras Jesús lloraba y oraba, anticipando Su tortura y muerte, Sus discípulos se durmieron desconsideradamente. Jesús dijo: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo» (Mateo 26:38).

      Ahora, si un amigo me dijera «Mi alma está muy triste, hasta la muerte», eso me preocuparía. Tengo la esperanza de que dejaría todo de lado para consolarlo y llorar y orar con él, incluso si no entendiera cuál es el problema.

      Los amigos de Jesús no hicieron eso.

      De niña, a veces traté de contarles a algunas personas sobre la vida en mi hogar. Todas esas veces me malinterpretaron. Supongo que pensaron que estaba hablando de lo que es normal en la disciplina paternal o quizá de un incidente puntual y extraño. Les dije que me estaban golpeando y, para peor, en mi propia casa, pero no se dieron el tiempo de escuchar ni de entender. De igual manera, los discípulos tuvieron una reacción totalmente inadecuada ante el sufrimiento de Jesús. En lugar de orar con Él, secarle el sudor de la frente y llorar por Su angustia, se echaron en el césped y se durmieron (v. 40, 43–44). Y eso no ocurrió una sola vez. Jesús les dijo tres veces a Sus discípulos que Su corazón estaba partiéndose, pero en lugar de preocuparse, tomaron una siesta.

      ¡Qué pasividad! ¡Qué indiferencia! ¿Cómo pudieron ser tan ciegos y apáticos? Sin embargo, cuando me acuerdo de las muchas personas a las que intenté contarles de mi sufrimiento, a las que traté de alertar sobre lo que me estaba haciendo mi padre, la reacción de los discípulos se vuelve muy creíble. Quizás estamos programados para hacer lo más fácil en lugar de lo mejor. Quizás el instinto humano es bloquear lo que resulta incómodo o inexplicable. Quizás todos por naturaleza preferimos ser negligentes con las personas cuando lidiar con su sufrimiento afectaría la manera en la que estamos viendo la vida o arriesgaría las relaciones o la reputación de las que gozamos.

      Para la mayoría de la gente, es difícil imaginar que realmente es posible que estén ocurriendo historias de abuso como las que se ven en las noticias en la casa del lado o en su iglesia. Quizás sencillamente es algo demasiado horrible como para creer que es posible. Quizás no quieren saber porque entonces tendría que importarles. Quizás intervenir sería demasiado desastroso o inconveniente. Sin embargo, ya hagan caso omiso por ignorancia e ingenuidad o por irresponsabilidad y negación, la consecuencia que esa actitud tiene en la víctima es una sensación de aislamiento,

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