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en su rostro por la reciente escena.

      No fue mi intención ponerla en esta situación. Debo estar suplicando sin saberlo porque su sonrisa sigue intacta, como si lo entendiera, a pesar de que ambos sabemos que ni siquiera la curvatura de sus labios puede quitar la rigidez de nuestros cuerpos.

      —Y bienvenida a Owercity, Zoella.

      —Zoe —corrige con voz pausada—. Puedes llamarme Zoe, Blake.

      Hay algo en su forma de mirarme que me hace interpretar su oración como muchas otras: «Puedes llamarme Zoe, puedes hablar conmigo, puedes contar conmigo».

      Zoe

      Shakespeare dijo que la locura tiene su propia lógica. Lo comprobé anoche después de la Tomatina.

      Ayer, dejé mis cosas bajo las escaleras mientas salí para entregarle las llaves del Jeep a Bill. Al regresar, me encontré a Elvis gritando por el ataque de Mei Ling; sin embargo, un rato más tarde, ocurrió lo mismo:

      —¡Hay una serpiente alrededor de mi pierna! —Saltaba en un pie y sacudía el otro como si eso pudiera aflojar el agarre de Gloria. De pronto, se quedó callado y se dio cuenta de la dimensión de esas palabras. Su pánico se triplicó—. ¡¿Por qué hay una maldita serpiente alrededor mi pierna?! ¡Llamen al zoológico, a control animal, a las benditas fuerzas armadas o a mi mamá!

      —Relájate, es inofensiva y no es venenosa. —Sonreí para tranquilizarlo, pero solo lo alteré más—. Es una pitón y su nombre es Gloria. No puedes temerle a alguien que se llama Gloria, Elvis.

      Me arrodillé y empecé a desenroscar a mi amiga de su pierna. La tapa del terrario de seguro se abrió durante la mudanza. No obstante, me resultó raro que Gloria saliera de él. Es muy tímida. Fue una pena que, una vez que se sintió en confianza con alguien, este quisiera llamar a su mamá.

      —¿Tienes una pitón de mascota? —inquirió, aún estupefacto—. Ni siquiera te molestes en desempacar, porque tú —añadió al apuntarme con el índice mientras intentaba no perder el equilibro— no puedes vivir aquí si tienes esa cosa.

      Mei Ling lo miró con su usual antipatía, pero le brillaron los ojos con una diversión perversa. Pensé que ella y Bill se llevarían bien.

      Ya tenían en común odiar a Elvis.

      —No seas exagerado, en esta casa se aceptan mascotas. Te tenemos a ti después de todo —recordó.

      —¡Claro que se aceptan mascotas! Perros y gatos, peces y cobayos, ¡hasta podría aceptar un jodido caballo! —Corrió al otro extremo de la habitación cuando Gloria se acurrucó alrededor de mis hombros—. Pero ¿algo que come ratones? No, estás loca.

      —Las conservaremos —sentenció Mei—. A Gloria y a la chica que le da ratones para el almuerzo.

      Era lo más indirectamente amable que me había dicho desde que había llegado.

      —¡Tú misma estás reconociendo que le da ratones para comer! ¿Y sabes que le da de postre? —dijo, exasperado, pero su voz se volvió un susurro al echar otro vistazo a Gloria—: Humanos, seres humanos como tú y yo.

      —No come tanto, aún es una bebé —aseguré acariciando su cabeza—. Ingiere un ratón cada un par de días.

      —Sí, y cuando se le antoje algo dulce de sobremesa la seducirá mi glucosa en sangre y me comerá —argumentó, pegado a la pared.

      —Si las chicas no quieren darte un beso, tampoco una pitón lo querrá; no te preocupes —le restó importancia.

      Akira bajó por la escalera al oír el escándalo. Sonrió en mi dirección como si ver a tu nueva compañera de alquiler con una serpiente en brazos fuera de lo más casual. Entonces, ella trasladó sus ojos a Elvis. Él empezó a negar con cabeza, pero fue en vano. Ella lo derribó como si estuvieran jugando fútbol y empezó a examinarlo.

      —Posibles síntomas por mordida de serpiente venenosa: sangrado, fiebre, diarrea, convulsiones, pulso rápido, ardor en la piel, muerte tisular, visión borrosa. —Le abrió los párpados con los dedos e incluso metió su cabeza bajo la camiseta del chico para oír su corazón—. Vómitos, entumecimiento, sudoración excesiva, desmayo, dolor y pigmentación de la piel entre otros.

      Elvis pudo quitársela de encima recién treinta minutos después.

      Cuando Glimmer volvió con la cena, nos sentamos frente al televisor a ver Next in Fashion. Mis compañeros de fraternidad se quejaban de los diseños, de los presentadores y de los concursantes; sin embargo, al parecer, a ninguno le interesaba la moda, pero me enteré de que Ingrid los obligaba a mirarlo y se volvieron adictos. Me dio gracia preguntar dónde estaba ella y que respondieran: «En Europa o por ahí». Asumí que su ausencia no era extraña, pero cuando Mei subió el volumen, me dio la impresión de que lo hizo para no responder más preguntas al respecto. Los noté entre molestos y tristes por la ausencia de la misteriosa Ingrid.

      Me sentí fuera de lugar, como alguien que se ha perdido una fiesta de la que todos están hablando. Lo mismo me ocurrió con Blake y con Larson esta mañana. Es difícil ser nueva en un mundo de viejos conocidos. No sé qué puedo o no preguntar, o si voy a herir los sentimientos de alguien al hacerlo.

      Como si no hubiera tenido una buena dosis de ser la forastera, llego a Notre Nuage e ingreso a su estacionamiento privado por primera vez. El guardia de la entrada es el tipo más limpio que vi en mi vida. Le brilla hasta la calva, como si el de mantenimiento se la hubiera pulido.

      —Hola, ¿cómo estás? —Apoyo la bici contra mi cadera y le muestro mi nueva identificación—. Tu traje es impecable, pero ¿no crees que te calcinarás con él por la tarde? ¿No te dejan usar bermudas o un kilt parecido al de los escoceses?

      Al decirlo, recuerdo el pronóstico para la semana y me arrepiento.

      «No pienses en eso».

      «No pienses en eso».

      «No pienses en eso».

      Me concentro en el hombre que está mirando mi vehículo como si quisiera reír.

      —¿Tienes algún problema con mi bicicleta, enemigo del medioambiente? —espeto, haciendo que sus labios dejen de temblar de golpe—. Eso pensé —regaño cuando me deja pasar y avanzo con la cabeza en alto, no sin antes añadir un serio, pero cortés—: Y que tenga buen día, señor.

      Hay pocos lugares vacíos, lo que no es extraño para un edificio donde trabajan más de cuatrocientas personas. Aún no puedo creer que Bill me consiguiera un puesto con solo un llamado.

      Dejo me bicicleta entre un Lamborghini ultranuevo y un BMW recién sacado de la fábrica. Considero ponerle el candado, pero ¿quién me la va a robar? Una vez que me alejo lo suficiente entiendo de qué se reía el de seguridad. La imagen es algo penosa, pero mejor ser fiel a tus ideales —y cuidar tu bolsillo—, que ir en contra de ellos para encajar.

      Cuando vuelvo a pasar frente al guardia, este asiente en mi dirección, con respeto. Estoy lista para conocer a la exitosa Betty Georgia MacQuoid.

      Capítulo VI

      Error de humanos

      Blake

      Las puertas del elevador están a punto de cerrarse cuando una mano con uñas stiletto de color oscuro las detienen. No es como si supiera mucho de uñas, pero Ingrid me deja practicar algunas técnicas artísticas en sus manos. Es una buena práctica para el pulso.

      Al cerrarse las puertas, veo su reflejo en la superficie espejada. Tiene la mandíbula tan apretada como el cinturón de su mono negro bajo el que asoman zapatos del mismo color. No recuerdo haberla visto usar un color distinto desde que papá murió.

      —Llegas tarde —dice, tranquila, pero la chispa de acusación no le falta.

      —Tú también.

      Omito

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