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Debo recordarme que traigo un vestido para no temer exhalar y que ese imaginario botón no le sacará un ojo a este tipo frente a mí, que está a punto de hablar, cuando alguien se le adelanta.

      —Akira declara muerta a las personas hasta cuando se atragantan con una aceituna. No es de fiar.

      Me giro hacia las escaleras y la persona me tiende una mano morena salpicada de manchas color crema. Nunca había conocido en persona a alguien con vitíligo. Afecta desde su rostro hasta sus brazos descubiertos por una camiseta de tirantes delgados. Es como una obra de arte móvil.

      —Soy Glimmer y tú debes ser Zoella. Bienvenida a la fraternidad Los Hígados, como ves, el nombre lo eligió Akira.

      —Mi cerebro no está procesando lo que me estás diciendo —digo, aunque acepto su mano.

      ¿Cómo me conoce? Tengo cincuenta y tres seguidores en Instagram y estoy segura de que no forma parte de ellos.

      —Eres la chica de Betland que estaba buscando una compañera para la renta, ¿verdad? Bueno, soy la del anuncio en Facebook.

      —¿No te llamabas Ingrid? —inquiero.

      —En esta casa hay una computadora de escritorio y cinco personas con la sesión iniciada en la aplicación, es normal equivocarse de cuenta.

      —También es difícil compartir un baño, pero hacemos lo que podemos con desodorante de ambiente. —Akira aparece en la parte superior de las escaleras, aún sin pantalones—. Ya verás cómo funciona todo, foraste... ¿A dónde se fue el paciente 001?

      Cuando me giro, el sofá está vacío.

      Blake

      —¿Dónde estabas, Hensley? —inquiere Dave al ponerse una camiseta—. Puede que el antiguo entrenador te perdonara los retrasos, pero dudo que el suplente lo haga.

      —¿Es un tipo duro? —evado su pregunta.

      Evito contarle lo que estuve haciendo porque si lo hago comenzará a atar los cabos sueltos. Es lo suficiente inteligente como para no formular preguntas en voz alta; pero me incomoda el hecho de que las formule para sí mismo y me miré con ojos precavidos en el intento de encontrar las respuestas.

      Iba a casa de Mei para decirle que no podía acompañarla a una exposición el sábado porque tengo trabajo, pero que, si ella aún quiere, podría llevarla y recogerla —me siento culpable al cancelar planes—, cuando un coche dobló la esquina y me dejó inconsciente.

      Aún sigo algo adolorido, pero tenía que venir.

      —No lo conocí, pero según los rumores lo es. —Se sienta a mi lado en el banco del vestuario y busca mis ojos—. Lo digo en serio, Blake. No creo que él sea tan indulgente contigo como lo era el coach Martínez.

      Pienso en la cantidad de veces que falté y voy a faltar a las prácticas, los partidos que perdí y sé que me perderé. A pesar de que estoy continuamente esforzándome para lograr hacer todo, la realidad me dice que es imposible. Trabajo, estudio, entreno, soy niñero a medias de mi sobrino y tengo compromisos que cumplir, gente que ayudar.

      Si tengo que quitar horas de mi agenda, esas solo pueden ser de fútbol.

      —No quiero su indulgencia. Con que no me saque del equipo, me basta.

      Dave se reserva los comentarios y asiente. No es alguien de muchas palabras, pero es capaz de expresar en una oración más de lo que muchos son capaces de decir en quince.

      —¡Adivina de qué me enteré hoy, Hensley!

      Me giro ante la alegre voz de Shane Wasaik. Es el polo opuesto de Dave; moreno, bajito, calvo, amante en exceso de los carbohidratos, hiperactivo y flojo tanto de lengua como de trasero: sus gases pueden hacer que el vestuario quede despejado en tiempo récord.

      —Estaba hablando con la prima de la tía de la cuñada de mi hermana cuando me enteré que Pablo Picasso, ese pintor que te gusta, en realidad se llamaba Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz Picasso. —Exhala con fuerza cuando termina—. Pobre hombre, ¿cómo se acordaba su nombre completo? Yo apenas puedo deletrear el mío y a veces me olvido de escribirlo en mayúscula.

      —Odio tus árboles genealógicos —dice con un desdén sereno Dave, como es usual, pero yo arqueo una ceja entretenido.

      Todos creen que Shane habla por los codos porque puede. En parte así es, pero también es el primero en notar cuando estás estresado. Te hace hablar de cosas que te gustan para que dejes de pensar en las que no.

      Ya afuera, en el pequeño estadio, han retirado el techo retráctil que utilizamos los días de lluvia. Según los meteorólogos lo vamos a necesitar en los próximos días, pero de momento el sol baña el césped y a un hombre que está de pie, mirando su sujetapapeles y con el rostro oculto por una gorra de los Kansas City Chiefs. Su figura es imponente.

      Los murmullos del equipo entero se escuchan al ritmo de nuestras pisadas mientras nos acercamos.

      —Quiero ejercicios de estiramiento y movilidad muscular, dos millas de trote alrededor de la pista de atletismo y uno, corriendo. Traigan escaleras coordinativas, conos, redes de entrenamiento y todos los malditos balones que haya en este lugar. —Su voz es áspera como la lija y acalla hasta el zumbido de las moscas—. No quiero presentaciones. Los conoceré a medida que vayan cometiendo estupideces y exija saber sus nombres. —Sigue sin mirarnos—. Mi nombre es Bill Shepard y estoy a cargo de ustedes, señoritas.

      —¿Bill Cyrus Shepard? —Shane susurra atónito—. ¿No es el suegro de Malcom Beasley, el quarterback de los Saints? ¿No entrenó también a Logan Mercury? —Se agarra la calvicie sin poder creerlo—. El novio de una amiga del tío de una excuñada me consiguió un autógrafo del 27 el año pasado. Venero ese pedazo de papel como los hindúes a la vaca del chocolate Milka.

      Dave ladea la cabeza sin comprender quién es el novio de la amiga del tío de una excuñada de Shane y yo reprimo una sonrisa.

      —Creo que no fui lo suficientemente claro, zopencos…

      El suplente levanta la vista y de forma instantánea muchos desean bajarla. Su rostro es un conjunto de facciones férreas e imperturbables. Si tuviera que retratarlo, lo haría con carboncillo. Blanco o negro, a si parece reducir el mundo este hombre.

      —Quiero que hagan cada una de las cosas que dije ahora mismo —reitera, y cuando nos quedamos observándolo, brama—: ¡¿Qué están esperando?! ¡¿Una carroza, un jet privado o un jodido poni?! ¡A trabajar, que holgazanes sobran en el mundo!

      No es hasta que estoy en las duchas —casi muerto—, que las palabras de Dave vuelven a mi mente. Es verdad, Shepard no será indulgente conmigo, pero no sé cómo voy a explicar mi situación a un tipo que entrenó profesionales y no dudará en echarte si no ve compromiso y disciplina en extremo de tu parte. Él no podría entender mis motivos y tampoco se los confesaría.

      Con una toalla envuelta en la cintura regreso a mi casillero mientras froto mi codo. Cuando desperté en el sofá de las vecinas estaba algo mareado, pero en cuanto escuché la voz de la responsable de mis hematomas jamás me sentí más lúcido. Repaso nuestra pequeña conversación, o más bien su monólogo sobre mi mural, y cada vez me intrigo más. Es extraño que llegue alguien nuevo en esta época del año, más aún, que lo haga con una historia escrita en el rostro. Apenas logré mirarla por menos de dos minutos antes de que Glimmer apareciera y yo recordara que mi teléfono debía seguir en la calle. Miré el reloj de la sala y no quise interrumpir su conversación. Además, tenía que llamar al trabajo.

      —¡Lindos abdominales! ¿Puedo conseguirlos por internet? No me importa pagar el envío.

      Me giro hacia la misma voz de esta mañana. Los Sharps me impiden verla, pero tengo la certeza de que está cerca, más allá de las decenas de cuerpos, toallas y ropa interior usada que vuela de un lado al otro.

      Capítulo

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