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Extra Point. Ludmila Ramis
Читать онлайн.Название Extra Point
Год выпуска 0
isbn 9788418013645
Автор произведения Ludmila Ramis
Серия Goodboys
Издательство Bookwire
—¿Crees que es posible? —cuestiona Kansas con voz triste mientras peina mi cabello.
—¿Tú no? —respondo, sorprendida—. Porque si tantas personas creen en tantas cosas, entonces, tal vez, puedan creer en muchas cosas siendo una, ¿o está mal?
Malcom niega con la cabeza.
—Puedes creer en lo que tú quieras, pero debes saber que cuando crezcas tus creencias pueden cambiar. Es habitual que los niños se hagan grandes y aún crean en lo que sus padres les dijeron, pero tu mamá nunca te educó para creyeras en algo.
Se ve apuesto usando traje. ¿Por qué la gente se viste bonita para los funerales? De todas formas, se verían incluso más lindos si usaran colores o estampados. A mí me gustan el violeta y el amarillo, también el rosa y el azul, y las flores.
—Anne quería que tú misma descubrieras en qué creer y en qué no, Zoe —explica Kansas—. Es decir, que lo que quieras creer, ahora al igual que dentro de veinte años, estará bien. Nadie puede juzgarte…
—¿Pero? —digo.
—¿Por qué crees que estoy por decir pero?
—Porque tú siempre dices que hay un pero. También le dices a Malcom que se calle cuando empieza a hablar mucho.
—Pero —continúa ella mientras asiente— debes saber que no vas a volver a ver a tu mamá, al menos en esta vida. No estoy asumiendo o rechazando la idea de que habrá otra, eso ya lo decidirás tú, pero de momento no podrás verla, abrazarla o hablar con ella. Dolerá tanto que algunas veces te echarás a llorar con tristeza y otras con rabia, pero debes recordar que nos tienes a nosotros. Eso no va a devolverte a Anne ni aliviará el dolor, pero te ayudará a sobrellevarlo.
Eso me recuerda al accidente. Tuve mucho miedo y me despierto llorando cuando sueño con una ruta. Salgo corriendo por el pasillo y le pido a Malcom si puedo dormir con él o a Kansas si puede tocarme una canción en el piano. Si no logro conciliar el sueño, voy al cuarto de Billy y lo despierto. Sin importar la hora que sea, se levanta y cocinamos juntos el desayuno. El chocolate caliente calma los miedos y, también, lo hacen sus abrazos.
—¿No voy a dejar de extrañarla nunca, nunca?
—No, no lo harás. —Mi hermano acaricia mi mejilla. Mis lágrimas son distintas a las suyas porque las puede atrapar con el pulgar—. Sin embargo, hay diferentes formas de extrañar a alguien. Cuando piensan en las personas que ya no están, algunos sonríen con algo que se llama nostalgia, que no tiene por qué ser triste. Lo entenderás con el tiempo.
Se sienta a mi otro lado y me encuentro atrapada entre ellos. Los tres miramos donde se supone que está mamá. ¿Entierran a toda la gente en un mismo lugar para que no se sientan solos o sus familias no lo hagan cuando vengan a visitarlos?
Con la nueva información que me dieron, me pongo a pensar en qué quiero creer, pero tal vez no basta con querer. Siempre quise que Santa Claus existiera, pero mi amiga Nardy dijo que no lo hacía y me lo comprobó a pesar de que yo quería seguir creyendo en él. Creer en las cosas tiene que implicar más que querer, así que, aunque quiera creer que mamá reencarnará en su viejo cuerpo, irá al cielo a cenar con los abuelos, dormirá por siempre sin pesadillas y asistirá a todos mis cumpleaños como un fantasma, no puedo.
Algún día voy a averiguar en qué creo, pero ahora hay algo más importante que hacer.
Saco del bolsillo de mi abrigo el sándwich de queso que preparé con Ratatouille antes de venir.
—Zoe, eso es de mal gusto —reprocha Malcom, pero veo que sonríe más de lo que lo ha hecho en los últimos días.
—¿Mal gusto? —repito mirando el sándwich—, pero si esto siempre sabe riquísimo.
No sé de qué se ríen, pero me río con ellos y luego dejo la comida frente a mamá. Morir debe dar hambre.
—Necesitamos tizas de colores —decido—, la lápida es muy fea y gris.
—Creo que podemos decorarla un poco —concuerda Kansas, y Malcom la abraza.
—No un poco —corrijo—. Mucho, muchísimo. Puede que no existan colores donde se encuentra. Es nuestra responsabilidad añadirlos por ella, porque la amamos.
Por mamá drenaría todos los arcoíris del cielo.
Capítulo I
Dispar
Presente
Zoe
Hoy es un buen día.
«Para atropellar a alguien».
En realidad, creo que nunca es un buen día para llevarse por delante a un peatón. Grito, freno el Jeep de golpe y salto fuera para encontrar un chico inconsciente en medio de la calle.
¿Y si lo maté? ¿Puede ocurrir tal desgracia por ir a doce millas por hora? Hay gente que muere por tragarse monedas o intentar abrazar el reflejo de la luna estando ebrio, como le pasó a un poeta chino llamado Li Bai.
«Dios, Dios, Dios…», pienso. Varias personas mueren por una mala caída todos los días.
—¡Lo siento tanto! ¡Juro que no quise hacerlo! —Me arrodillo junto al extraño que está de espaldas a mí—. No es como si alguna vez haya querido atropellar a alguien —apresuro a corregirme, aunque muchas veces dije o pensé que quería arrasar con mi coche a la profesora de educación física—, o por lo menos no de verdad.
¿Por qué de los más de setecientos cincuenta millones de personas tuvo que cruzar la calle conmigo al volante?
—Dime que sigues respirando —susurro, nerviosa—. Vamos, por favor, inhala oxígeno por las vías aéreas superiores y expulsa el dióxido de carbono, no es difícil.
¿Debería tocarlo? ¿Llamar a emergencias? Estoy tan paralizada que no logro hacer memoria de la clase de RCP que tomé el verano pasado. No quiero tocar un cadáver o, por lo menos, no uno que no sea utilería de Halloween y que no se use con el fin de dar dulces a los niños y mucha clientela a los dentistas.
—Por favor, por favor, por favor...
Miro alrededor desesperada por ayuda, pero en la cuadra solo estamos nosotros y dos perros apareándose junto a una autocaravana. No se escuchan ni los pájaros y no logro gritar ya que tengo un hilo de voz. Sin saber qué hacer, me atrevo a tocarle el hombro y echarle un vistazo. Mechones oscuros caen sobre su frente. Los aparto con dedos temblorosos; debe tener una edad cercana a la mía.
—Eres demasiado lindo para morir —me espanto.
Estoy a punto de verificar que sigue respirando cuando un repentino grito me sobresalta y hace caer sobre mi trasero.
—¡Apártate, ahora! —Una chica asiática, vestida con un buzo neón demasiado grande, salta los escalones de un porche y corre hacia nosotros con dos pequeños rodetes azules que rebotan en la cima de su cabeza—. ¡Akira Arlet Lee, estudiante de medicina de segundo año! ¡Dame espacio!
Sus ojos van y vienen con rapidez por el desconocido, como los de un lector relámpago, mientras apoya dos dedos en su cuello para tomarle el pulso.
—Accidente de tránsito a velocidad mínima, probabilidad de heridas mortales del 10 % —murmura para sí.
Saca un estetoscopio del bolsillo del su buzo y escucha su corazón. ¿Qué clase de fanática de Grey’s Anatomy o Doctor House es esta? ¿Acecha tras su ventana a posibles víctimas para salir a auxiliarlas?
—Dime que está bien, por favor, dímelo —ruego—. ¡Fue un accidente!
Ahora saca una linterna médica y le abre los párpados. No salgo corriendo porque estoy en contra del