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Extra Point. Ludmila Ramis
Читать онлайн.Название Extra Point
Год выпуска 0
isbn 9788418013645
Автор произведения Ludmila Ramis
Серия Goodboys
Издательство Bookwire
El chico se atraganta. Frijoles. Nunca hay que burlarse de la muerte de los personajes de un libro frente a un lector.
—¿Por qué no bebe un té de cianuro? —replica—. Eres una desalmada.
Se lleva una mano al pecho, indignado.
—¡¿Ataque al corazón?! —malinterpreta Akira al llegar de la cocina, siempre alerta de posibles casos médicos.
—No, no y no —advierte él y levanta su manzana como si fuera un arma—. ¡Te ordeno que retrocedas, loca!
—No es como si tuvieras una pokébola y Akira fuese un Pokémon. —Me río—. ¿Estos dos siempre son así? —pregunto a Glimmer.
—Para desgracia de mi concentración, sí.
No tardan en empezar a forcejear. Hay una cadena de términos médicos por parte de ella y él intenta meterle la fruta en la boca para que se calle. Ayudo a la reina a juntar su equipo y sus libros para trasladarlos a la cocina.
—Dejando de lado la batalla entre la samurái y el acéfalo, quería avisarte de que hoy haremos una especie de cena en tu honor. Seremos nosotros y los chicos de Phi Beta Sigma.
En realidad, los guerreros samuráis son de Japón y no de Corea, como es Akira, pero también resulta extraño que su apellido sea chino. La mayoría no sabe distinguir entre coreanos, chinos y japoneses, pero con las gemelas está justificado porque parecen un combo de todo un poco.
—Nunca hicieron una fiesta en mi honor, ¡gracias! —confieso, emocionada, al darle un abrazo que la toma por sorpresa—. ¿Quieres que prepare la cena? Puedo hacerlo luego de una ducha y alimentar a Gloria con su roedor semanal.
En Betland, Bill no permite encender ni una hornalla, vaya a saber uno por qué.
Tomo uno de los ratones congelados que dejé en una lonchera en el freezer de la cochera y voy al baño. Dejaré que se ablande un poco con el vapor y así no usar el microondas. Me evitaré correr el riesgo de intoxicar a alguien y de malgastar energía eléctrica.
En cuestión de tres canciones de Taylor Swift, me encuentro envuelta en una toalla. Dejo la ropa sucia en el canasto y tomo la cena de Gloria por la cola, pero me freno al abrir la puerta.
—¡Lo siento! —chilla un niño que cubre sus ojos con las manos—. ¡No vi nada, lo juro!
Me espía entre sus dedos. Sus mejillas son del mismo color que la corbata rosada que lleva sobre una camiseta Star Wars. Es adorable. Quiero prepararme un sándwich con él.
—¿Y tú? ¿De dónde saliste, pequeña cosa encantadora?
El corredor está desértico, pero por las voces masculinas que provienen de abajo deduzco que vino con Larson sus compañeros.
—Soy Kassian y tengo siete, no soy ninguna cosa encantadora, y tampoco soy peque... ¿Eso es un ratón?
De la indignación pasa a la fascinación.
—Afirmativo. —Lo giro frente a su rostro para que pueda apreciarlo.
Los niños son fáciles de sorprender. Si los adultos pudieran maravillarse con cosas tan pequeñas un poco más seguido, como lo hacen los más chicos, serían más felices.
—¿Por qué llevas un ratón al baño mientras te duchas?
Del asombro pasa a la cautela y da un paso atrás.
—Dame dos minutos y puede que te conteste esa pregunta. —Le guiño un ojo—. ¿Puedes sostener esto por mí?
Acepta la cola del ratón con asco.
Subo al ático. No sé de dónde ha salido el niño, pero me encantan los infantes. Me recuerdan a los tiempos antes de que comenzaran los desastres, cuando tenía a mamá conmigo, inflaba condones creyendo que eran globos y me colaba en las aventuras del trío dinámico y los Jaguars.
Estoy pasando los brazos por las mangas de un vestido cuando escucho la lluvia intensificarse. Observo la ventana circular sobre la cama con inquietud. La dejé abierta esta mañana para ventilar la habitación, pero me gustaría volver en el tiempo y haber dejado el aire contaminado aquí adentro, porque ahora no puedo cerrarla. La vara de metal no cede y el agua salpica cada vez más fuerte el cristal. Es como escuchar caer todos los alfileres del mundo sobre los edificios de Nueva York.
—¿Puedo pasar? ¿Tienes ropa puesta ahora? —Kassian entre tanteando la pared con la mano en que sostiene el ratón y con la otra cubre sus ojos, pero hace trampa otra vez.
Doy un último vistazo a la ventana antes de apartarme de ella y trato de ignorar la sensación de encierro.
—¿Me dirás por qué tienes un ratón?
Lo guío hacia una esquina. Nos arrodillamos frente al terrario de Gloria, cubierto con una delgada manta azul para prevenir que a Elvis le dé un paro cardíaco al verla si llega a entrar.
—¿Haces los honores? —pregunto al tomar el roedor.
—No sé qué es eso.
—En este caso, te estoy pidiendo un favor que me hará muy feliz solo porque eres tú quien lo hace.
—Apenas me conoces, ¿por qué te haría fe…? —Mira con ojos desorbitados a mi mascota tras quitar la manta—. ¡Es una serpiente!
Está entre aterrado y extasiado. Con fascinación, pasa el índice por el cristal del terrario mientras alimento a Gloria y le cuento qué come, cuánto duerme y cómo la obtuve.
—¿Alguna vez intentó comerte?
—No, pero algún día podría intentarlo —miento, o tal vez no, pero lo cree y se afloja la corbata.
—Me agrada —señalo—. ¿Por qué la usas?
—Me gusta sentirme como si supiera todas las respuestas.
—¿Eso qué tiene que ver?
—Pues los grandes usan corbata.
—Pero los grandes tienen menos respuestas que los niños. A veces, no tienen ninguna y, mucho menos, todas.
—Eso es absurdo, ¿cómo van a tener menos respuestas? Son más viejos, saben más cosas.
—Por cada cosa que sabes, hay cien que no. Los niños pueden inventar respuestas, pero los grandes están limitamos por lo que conocen.
—¿Kassian? —llaman desde el corredor.
—¡Estoy aquí arriba! —Se pone de pie—. ¡Ven a conocer a mis nuevas amigas! —grita antes de inclinarse hacia mí para susurrar—: ¿Cómo te llamas? ¿Y la serpiente?
—Zoe y Gloria.
Blake bloquea la puerta con sus seis pies de estatura. Lleva jeans y una camiseta blanca tan desgastada que tengo material suficiente para imaginarme una película para adultos.
—Te presento a Gloria. —El niño hace un ademán en mi dirección con alegría—. Y esta de aquí es su mascota, se llama Zoe.
Los ojos del recién llegado brillan con gracia. El fantasma de una pequeña sonrisa le curva los labios un segundo.
—Es un placer, Gloria. —Le sigue la corriente a Kassian—. No pareces el tipo de chica que tiene una serpiente como mascota.
—No por nada dicen que las apariencias engañan —admito con picardía.
No conozco a este chico, pero estoy intrigada acerca de lo poco que sé de él. La inconclusa conversación sobre mi cicatriz, el roce con Larson y su reacción ante mi presencia en Notre Nuage, se repiten en una cadena de imágenes y de audio en mi memoria.
—¡Acércate, tío! —Corre para tomarlo de la mano y arrastrarlo.
Veo el parentesco en el color de sus ojos, la forma en que ladean la cabeza y la falta de uso de un