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entreabrió los labios como si estuviera a punto de decirle algo y aminoró su marcha. Tenía un rostro bellísimo, como los de las modelos que aparecían en las portadas de las revistas. Sus rasgos eran delicados y tenía unos ojos azules muy expresivos.

      —Perdone, ¿es médico? —le preguntó ella entonces.

      Jeremy, que aún llevaba su bata blanca sobre la ropa de calle, asintió con la cabeza.

      —Así es.

      —¡Qué bien! Quería que alguien examinara al bebé… ¿Podría hacerlo?

      —No soy pediatra —le dijo Jeremy—. Soy cirujano ortopédico. Pero la clínica aún sigue abierta. Seguro que hay alguien que puede atenderla hoy mismo.

      La mujer miró a su alrededor.

      —No puedo esperar. Y me preocupa mucho el bebé. Sólo quería asegurarme de que está bien.

      —¿Que es lo que le ocurre? —preguntó él—. ¿Tiene fiebre o algún otro síntoma?

      —No, creo que no. Bueno, no estoy muy segura —repuso la joven algo confundida mientras observaba al bebé y volvía después a mirarlo a él—. Sólo quería que un médico lo examinara y me asegurara que goza de buena salud.

      Le pareció muy extraño, pero se acercó un poco más para observar al bebé. Calculó que no debía de tener más de dos meses de edad. Tenía los ojos abiertos y parecía estar bastante alerta. Tenía gordos mofletes, un color sonrosado y unos brazos de buen tamaño. No le pareció que hubiera ninguna razón aparente para pensar que el pequeño pudiera estar enfermo, al menos a primera vista. También le dio la impresión de que estaba bien cuidado.

      Miró de nuevo a la madre, que parecía nerviosa.

      —Como le he dicho ya, no soy pediatra. Y es difícil asegurarlo sin examinar en profundidad al bebé, pero no me da la impresión de que esté enfermo.

      La joven suspiró, parecía muy aliviada.

      —¡Menos mal! ¡Gracias a Dios!

      No entendía por qué había estado tan preocupada ni por qué había decidido no entrar a la clínica y esperar con el resto de los pacientes a que alguien la atendiera.

      —No sé si lo sabe, pero la clínica ofrece atención gratuita a las personas que no pueden…

      —Gracias, pero no es ése el problema. Ya he estado en la clínica. Esperé durante más de una hora y había muchas personas que llevaban más tiempo aún que yo. Tengo que volver a casa, no puedo esperar más.

      Se imaginó que su marido la esperaba. Aunque sabía que era absurdo, no pudo evitar sentirse algo decepcionado.

      Habría sido irracional dejarse llevar por el sueño que había tenido la noche anterior y creer que aquello podía ser más que un simple y breve encuentro con una desconocida que necesitaba su ayuda. Después de todo, esa mujer sólo tenía un ligero parecido con la protagonista de su sueño. Pero decidió que no estaría de más examinar mejor al pequeño para asegurarse de que no tenía golpes o moretones.

      Acarició la mejilla del bebé y éste agarró uno de sus dedos. Le sorprendió su fuerza y sintió que el corazón le daba un vuelco. Cada vez le costaba más entender por qué estaba reaccionando de esa manera.

      La mujer miró entonces su reloj y frunció el ceño.

      —Perdone las molestias, pero tengo que irme.

      Le agradeció que lo hubiera atendido y se despidió. Él se quedó mirándola mientras se alejaba calle abajo. Siguió observándola hasta ver que se detenía en la parada del autobús.

      Se preguntó si estaría metida en algún problema o qué tipo de relación tendría con su marido. No pudo evitar imaginárselo como un maltratador.

      Cada vez tenía más preguntas y menos respuestas. Lamentó no haber tratado de convencerla con más vehemencia para que aceptara su consejo y volviera a la clínica.

      Vio entonces que aún tenía tiempo libre antes de la cena y decidió hacer algo al respecto.

      Volvió a la clínica. Atravesó la sala de espera y fue a hablar con la recepcionista. Millie Arden era la encargada de recibir a los pacientes ese día. Era una mujer mayor, con el pelo canoso y una sonrisa muy cálida.

      —¿En qué puedo ayudarlo, doctor? —le preguntó.

      —¿Recuerda haber visto a una joven madre que salió de aquí hace sólo unos minutos? Tiene unos veintitantos años y el pelo castaño claro. Llevaba vaqueros y una chaqueta rosa. Y el bebé estaba envuelto en un chal azul.

      —Sí, rellenó el formulario de admisión como… —murmuró Millie mientras miraba la lista de pacientes y buscaba el nombre de la joven—. ¡Aquí está! Se trata de Kirsten Allen.

      Se preguntó si sería su nombre verdadero o si la joven se lo habría inventado para no dejar su información y que pudieran localizarla.

      —¿Es la primera vez que venía a la clínica?

      —No estoy segura, pero puedo mirarlo. Un momento —le dijo Millie mientras se sentaba frente a su ordenador—. No, parece que no había estado aquí nunca —agregó unos segundos más tarde.

      Sabía que era mejor olvidarse del tema, pero le estaba costando hacerlo. La tal Kirsten Allen había conseguido recordarle a la mujer de su sueño y no podía quitárselo de la cabeza.

      Incluso había aparecido con un bebé en sus brazos.

      Sabía que era sólo una coincidencia, pero ese breve encuentro en el aparcamiento de la clínica había conseguido mejorar mucho su ánimo y quería mantener ese sentimiento y no volver a dejarse llevar por el pesar.

      Después de bajarse del autobús cerca de la calle Lone Star, Kirsten llevó al pequeño Anthony a casa. Esperaba poder llegar antes de que su hermano Max descubriera que había salido para llevar al bebé a la clínica.

      Nunca habían tenido buena relación y era especialmente mala en esos momentos. Su hermano le echaba en cara su actitud y no dejaba de pedirle que no interfiriera en su vida. Lo cierto era que reconocía haberse pasado de la raya al llevar al niño de su hermano al médico, pero había estado muy preocupada por la salud del pequeño y temía que pudiera tener algún problema que no hubiera sido diagnosticado.

      Si lo dejaba todo en manos de Max, sabía que sólo lo llevaría a revisiones médicas o a que lo vacunaran cuando lo creyera necesario, pero ella se había dejado llevar por sus instintos maternales y había sentido la necesidad de asegurarse de que el bebé estaba bien. No sabía si la madre de Anthony se habría ocupado del pequeño como debía.

      Habían pasado sólo dos días desde que Courtney, la exnovia de su hermano, apareciera en casa de Kirsten. La joven le había comunicado entonces a Max que era el padre de Anthony. Al parecer, se había cansado de tener que ocuparse del bebé y quería que fuera él quien lo cuidara.

      A Kirsten nunca le había gustado Courtney, pero era algo que nunca la había comunicado a su hermano. Le había costado mucho morderse la lengua y no decir nada cuando la irresponsable madre le entregó el bebé a su hermano. Le había llevado también un asiento para el coche, una pequeña bolsa de pañales y un biberón. Segundos después, había salido de su casa sin mirar atrás.

      Creía que Anthony estaría mejor sin una madre como Courtney. Además, era demasiado pequeño para que pudiera traumatizarle lo que había ocurrido.

      No conseguía entender cómo había podido su hermano tener algo que ver con una mujer como Courtney.

      Pero tenía que reconocer que su hermano había tomado desde un primer momento las riendas de la situación. Aunque siempre había llevado una vida llena de diversión e irresponsabilidad, parecía dispuesto a ocuparse de Anthony.

      Y ella había hecho lo mismo, por eso había decidido llevar al pequeño a la clínica. Pero no había contado con tener que esperar tanto

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