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para que fuera al psicólogo, pero podías habérmelo dicho, en vez de hablar con ella a mis espaldas —le espetó Deanna. Agarró el vestido rosa y lo hizo una bola—. Pero no quiero tu dinero —le dijo en un tono gélido y metió el vestido en la maleta—. Nunca lo he querido —le dijo, dándole la espalda.

      Drew se tomó aquello como un desafío. La hizo girar sobre las rodillas y le agarró la mano. Con el dedo pulgar, empujó el anillo de diamantes que todavía llevaba en el dedo.

      —No he hecho nada a tus espaldas. Y el dinero es el motivo por el que accediste a todo esto.

      Ella apartó el brazo con brusquedad.

      —Accedí porque tú me pediste ayuda.

      —Y también porque necesitabas mi ayuda con las deudas de tu madre —le dijo él, insistiendo.

      —No voy a discutir contigo —le dijo ella, fulminándolo con la mirada —agarró todo de un manotazo y lo metió en la maleta de cualquier manera—. Si quieres pensar que soy una interesada, adelante. En este momento tengo cosas más importantes que hacer —cerró los pestillos por segunda vez.

      —¿Como qué?

      —Como alejarme de ti —le dijo, poniéndose en pie—. Isabella ya se ha ofrecido a llevarme a San Antonio. Y no te preocupes. Le conté la verdad sobre nosotros esta mañana, así que no tendrás que hacerlo tú —pasó por su lado y se dirigió hacia la puerta.

      Drew se dio cuenta de que estaba llorando. Rápidamente fue tras ella y le cortó el paso.

      —Si no fue por el dinero, ¿entonces por qué lo hiciste?

      —¡Porque estoy enamorada de ti! —le dijo, dándole un empujón en el pecho para quitárselo de en medio—. Y ahora que ya está todo claro, quítate de mi camino y yo me quitaré del tuyo.

      Drew sintió un dolor profundo en el pecho que nada tenía que ver con el empujón.

      —No quiero que te quites de mi camino —admitió, lentamente.

      —Claro que sí quieres —le dijo ella con impaciencia—. Nadie sabe mejor que yo que la mejor manera de salir de tu vida es enamorarse de ti — trató de dar un rodeo y alcanzar la puerta—. Así que te lo voy a poner todo muy fácil y me iré a casa, que es donde tengo que estar.

      —Maldita sea, Deanna —la agarró de la cintura y la atrajo hacia sí—. ¿Puedes parar un momento y escucharme?

      —No te preocupes. Seguro que no te costará mucho encontrar otra secretaria tan tonta como…

      Drew masculló un juramento y la hizo callar de la única forma posible.

      Con un beso.

      Ella se quedó de piedra, pero él continuó besándola hasta vencer su resistencia. Poco a poco, sus labios empezaron a ablandarse y sus puños dejaron de golpearle en los hombros.

      —Donde tienes que estar es aquí conmigo —le dijo tranquilamente.

      —¿Qué? —la voz de Deanna todavía sonaba fría, pero sus ojos verdes contaban otra historia.

      —Lo que has oído —afirmó él—. Y eso lo sé porque mi lugar también está a tu lado.

      Ella entreabrió los labios y parpadeó rápidamente. Los ojos se le estaban aguando por momentos. Una lágrima aventurera colgó durante un segundo de sus pestañas antes de caer sobre su mejilla.

      —No lo dices de verdad. Sólo estás muy afectado por lo de tu padre.

      —Estoy muy afectado por lo de mi padre —le confirmó él—. Pero si te dejo salir por esa puerta, entonces no me lo perdonaré jamás, y sabré que le he decepcionado —le sujetó la cara con ambas manos—. Me he atormentado tanto intentando averiguar lo que significas para mí, que no fui capaz de verlo —atrapó la lágrima con la yema del pulgar—. Pero ya no tengo que averiguar nada más —respiró hondo—. Sólo quiero… sentir —añadió.

      Ella se le quedó mirando con un gesto de perplejidad. Las lágrimas corrían sin parar por sus mejillas, pero todavía había incertidumbre en su mirada. La incertidumbre que él había suscitado… De repente tuvo miedo, mucho miedo de perderla para siempre…

      —Me dijiste que me amabas —le recordó, sintiendo el picor de las lágrimas en los ojos.

      Ella apartó la mirada, avergonzada.

      —Sí —le dijo, obligándose a mirarle de nuevo—. Pero a veces me haces perder la paciencia —susurró.

      Drew sintió que las rodillas le temblaban. Tenía que hacer todo lo posible por impedir que se fuera. No podía dejar marchar a la mujer que era su apoyo, su mano derecha, su alegría… Ella era todo lo que su padre hubiera querido para él.

      Le dio un beso en la frente, en los ojos, en los labios…

      —Dime que nunca me dejarás.

      Deanna respiró profundamente y buscó su mirada. Era él, Drew, sin reservas ni juegos… Drew, el hombre encantador que siempre había sido. Lentamente deslizó la palma de la mano a lo largo de su mandíbula, sus mejillas… húmedas.

      Poco a poco, su corazón volvió a latir con normalidad.

      —Te quería incluso antes de saber que te quería —le susurró, poniéndose de puntillas para darle un beso—. Y nunca te dejaré.

      Él la estrechó entre sus brazos y la abrazó con fervor, sabiendo que ambos estaban por fin donde siempre habían querido estar.

      Epílogo

      HOLA, abuelo.

      El agente de policía bajó del coche patrulla y se acercó a un hombre desarrapado que iba andando por el arcén. Había recibido un aviso en el que alertaban de la presencia de un posible vagabundo que hacía autostop a las afueras de la ciudad.

      —¿Adónde se dirige?

      El hombre se volvió lentamente y el agente lo enfocó con su linterna. Tenía el pelo tan mugriento y revuelto que era imposible saber su color. Era un hombre mayor, con la ropa hecha jirones… Sus ojos parecían perdidos, lejos de este mundo.

      El agente suspiró. Aquel hombre le recordaba a su propio padre, que sufría de Alzheimer. Se acercó un poco.

      —Seguro que le gustaría tomarse un sándwich y una taza de café, ¿no? —miró hacia el coche de policía.

      No debería haber encendido las luces rotatorias.

      —Si se dirige a alguna parte, puedo llevarle.

      El hombre hacía echado a andar de nuevo, siguiendo su camino por aquella carretera solitaria y oscura.

      —Un momento —el policía corrió hacia él y le agarró del brazo.

      El anciano trató de soltarse, pero el agente le sujetó con fuerza.

      —Vamos a llevarle al hospital. Allí le examinará el médico y estará seguro.

      El hombre pareció molestarse mucho.

      —Déjeme en paz. Tengo prisa —a pesar de su aspecto desaliñado y su expresión distraída, su voz sonaba enérgica.

      De repente levantó la vista hacia el cielo. El agente hizo lo mismo, pero lo único que vio fueron las luces de un avión.

      —Puedo ayudarle a llegar a donde vaya si me dice adónde se dirige. ¿A casa?

      El anciano forcejeó un poco con el policía.

      —A casa no. El bebé. Tengo que encontrar al bebé.

      El agente le agarró con fuerza. Era un hombre alto y corpulento, por muchos años que aparentara tener.

      —Claro, claro —le dijo, conduciéndole lentamente hacia el vehículo—. Ya encontraremos al bebé.

      Deanna

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