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trabajo —Deanna sonrió—. Eso es genial. ¿Dónde?

      —En un bufete de abogados. Horne, Rollings and Howard. Está en Escondido.

      Escondido era una ciudad que estaba al norte de San Diego.

      Deanna trató de no hacer una mueca de dolor. Gigi era una secretaria especializada en despachos de abogados, y siempre volvía a las andadas.

      —Supongo que allí conociste a Frank.

      —Oh, claro que no. Todos los empleados del bufete son mujeres. No. Conocí a Frank en el psicólogo. ¿No escuchas ninguno de mis mensajes?

      —¿Has ido al psicólogo?

      —Bueno, le dije a tu jefe que lo haría cuando me llamó porque no querías hablar conmigo.

      —¿Qué? —la voz de Deanna sonó repentinamente brusca—. ¿Drew te llamó? ¿Cuándo?

      —Fue la semana pasada. Cuando me dejaste ese mensaje tan malhumorado. Ya he ido dos veces.

      Deanna tragó con dificultad. La mano le temblaba, así que apretó el teléfono con más fuerza.

      —Me alegro mucho, mamá. ¿Entonces conociste a Frank en el psicólogo?

      —Oh, es maravilloso, Deedee. Sé que te gustará. Es muy sensato. Igual que tú. Tiene su propio negocio. Es un experto en plantas. ¿Te lo puedes creer? Se ocupa de mantener las plantas en cientos de oficinas de San Diego. Es tan atento —Gigi se rió con entusiasmo—. Cuida de mí, Deedee. Y me ha ayudado a devolver los últimos cuatro pedidos que recibí. ¿No es un cielo?

      —Sí. Eso suena muy bien.

      —Muy bien. Bueno, como veo que no pasa nada, voy a volver a la cama. Frank se tiene que levantar muy temprano —volvió a reírse—. Tiene mucha energía. ¿Me entiendes?

      —De acuerdo, mamá —le dijo Deanna. No sabía si echarse a reír.

      —Deedee, ya sabes que esa palabra me hace sentir muy vieja.

      —Lo siento —Deanna suspiró—. Te llamo dentro de una semana más o menos, ¿de acuerdo?

      —Cuando quieras. Por lo menos ahora ya sabes lo que tenía que decirte. Y espero que estés aprovechando el tiempo con tu jefe. Las chicas como tú no pueden permitirse el lujo de no cazar un buen partido. Recuérdalo.

      —Lo tendré en cuenta —Deanna hizo una mueca.

      Su madre colgó enseguida, pero Deanna se quitó el móvil de la oreja lentamente. La batería se estaba agotando, así que volvió a apagarlo. Se dio una ducha rápida, se puso el chándal y salió a correr por el rancho. Moviéndose de forma automática, hizo algunos estiramientos y empezó a correr suavemente. Al aproximarse al granero, apretó el paso y siguió de largo. Las lágrimas volvían a correr por sus mejillas. Corrió hasta que ya no pudo más y finalmente regresó andando. Habían pasado más de dos horas. Pero por lo menos ya no estaba llorando. Se había enamorado de un hombre que no quería ser amado, y era hora de irse a casa.

      La puerta del dormitorio estaba entreabierta cuando Drew llegó al Orgullo de Molly con J.R. Ya casi había anochecido. La empujó sin muchas ganas y entró.

      La maleta de Deanna estaba encima de la cama.

      Drew se paró en seco. Ella estaba sacando del armario aquel vestido rosa que había llevado el día de la boda. Esquivando su mirada, se dirigió hacia la maleta.

      —No sabía que habías vuelto.

      —¿Vas a alguna parte? —le preguntó él, cerrando la puerta tras de sí.

      —Bueno, creo que es evidente que ya es hora —le dijo ella sin mirarle a la cara. Quitó el vestido de la percha y lo metió en la maleta—. ¿Cómo fue la búsqueda?

      No habían encontrado nada significativo. Nada más que rocas, árboles…

      —No encontramos su cuerpo.

      Ella espiró profundamente y le miró a la cara por fin. Parecía tan devastada como él. Tenía los ojos y la nariz rojos.

      —¿Es eso lo que esperabas encontrar?

      —Has estado llorando.

      Ella bajó la vista y le dio la espalda. Continuó organizando la maleta.

      —No.

      —Mientes muy mal.

      —Y, sin embargo, tú me escogiste para mentir sobre… —gesticuló con el brazo—. Nosotros — cerró la maleta—. Creo que ha sido un error que hemos cometido los dos —bajó los dos pestillos, que se cerraron con un pequeño estruendo.

      —¿Por qué ahora?

      —Tengo una vida fuera de aquí.

      —¿Qué ibas a hacer? ¿Ibas a irte antes de que yo llegara?

      —Yo no habría hecho eso —le dijo ella, sacudiendo la cabeza.

      —Bueno, a mí me parece que sí ibas a hacerlo —Drew avanzó hacia el interior de la habitación.

      Ella retrocedió, tratando de mantener las distancias.

      —No voy a hacerte nada, por favor.

      —Jamás he pensado algo así —dijo ella, sonrojándose. Fue hacia el armario y sacó sus zapatillas de tennis. Se sentó el borde de la cama y empezó a ponérselas.

      Él arrastró una silla desde un rincón y se sentó frente a ella.

      —No debería haberme comportado como lo hice —le dijo, inclinándose hacia ella.

      —No sé qué quieres decir —le dijo ella, atándose los cordones.

      Él guardó silencio y se limitó a mirarla fijamente.

      —Muy bien. No deberías haberlo hecho. Y yo debería haber sido lo bastante lista como para no haber esperado otra cosa —apretó los labios y apartó la vista—. Así que los dos tenemos algo de culpa.

      Drew sintió una punzada de dolor. Le había dado motivos para pensar así de él.

      —Aunque las cosas hayan salido de esta manera, el trato sigue en pie.

      —Sabía que te cansarías rápido de mí, pero no tanto —le dijo ella. Se había puesto pálida de repente.

      —¡Cansarme de ti! Por Dios, Deanna, ¿de dónde has sacado esa idea?

      —Es obvio que estás deseando librarte de mí —le dijo ella, cruzando los brazos.

      —Eres tú la que está haciendo las maletas, ¿recuerdas? —le dio un empujón tan fuerte a la maleta que ésta se cayó al suelo, haciendo un ruido sordo.

      Los pestillos se abrieron y la ropa se desbordó.

      —¡Mira lo que has hecho!

      —No me he cansado de ti —le dijo él llanamente—. Si quieres irte, no puedo hacer que te quedes. Mi padre no va a volver. No hay ninguna evidencia de que haya sido intencionado. No hay signos de nada. Se ha esfumado sin más —tuvo que hacer una pausa para aclararse la garganta—. O bien decidió marcharse para no volver o está muerto.

      —Drew, no pienses así.

      —Una cosa es tener esperanza, y otra muy distinta es aferrarse a una fantasía.

      —Y las fantasías nunca son para siempre, ¿verdad? —pasó por delante de él y se agachó frente a la maleta, abriéndola del todo.

      La camiseta que solía usar para dormir se cayó al suelo, junto con unas braguitas de encaje. Las recogió y las tiró dentro con brusquedad.

      —Sólo han pasado algunas semanas. Si tu padre está herido en alguna parte…

      —Ya nos hubiéramos enterado —Drew odió tener que decir esas palabras, porque aún había una parte de él que

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