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tomó una servilleta de papel del montón que estaba entre los dos lavabos—. No importa lo mucho que un hombre te traiga de cabeza, cariño. Si merece la pena, entonces hará todo lo posible por demostrarte que él siente lo mismo por ti antes de llevarte a… Ya sabes…

      Deanna no puedo evitar echarse a reír.

      —De acuerdo. Le agradezco el consejo.

      —Bueno, entonces… Cuando quiera llevarte… a ese lugar… Vuélvelo loco —la señora le guiñó un ojo y salió por la puerta.

      Deanna soltó una pequeña risita y cerró el grifo. Se secó las manos, se alisó la falda del vestido… No podía imaginarse volviendo loco de amor a Drew Fortune, pero la idea era de lo más tentadora.

      —Esto no es una cita —se repitió una vez más.

      Sintiéndose un poco más segura de sí misma, volvió al salón rápidamente. Para su sorpresa, había una mujer parada junto a Drew. Tenía una mano sobre su hombro y ambos se reían. Los dos se dieron cuenta de su presencia al mismo tiempo. La mujer, de unos setenta años, era un poco más baja que ella y también tenía más curvas, sobre todo con aquellos pantalones negros y la blusa roja que llevaba puesta.

      —Bueno, aquí está la chica que le ha robado el corazón a nuestro Andrew —dijo, dando un paso adelante y agarrando la mano de Deanna. Sin vacilar ni un momento, se inclinó hacia delante y le dio un beso en la mejilla—. Y no me extraña nada, con lo guapa que eres.

      Deanna no tuvo más remedio que sonreír ante aquel efusivo recibimiento.

      —Deanna, ésta es María Mendoza —dijo Drew—. Ella y su marido, José, montaron este restaurante.

      —Sí, sí —María agarró a Deanna por la cintura y le dio un apretón—. Hemos visto muchas historias de amor aquí en el Red —dijo con un destello en la mirada—. Me alegra mucho ver que nuestro Drew viene tan bien acompañado esta noche, no como todos estos días, cuando estaba tan solo en la barra.

      Deanna le lanzó una mirada atónita a Drew. Éste agarró de la mano a María y tiró de ella. Le plantó un beso en la mejilla.

      —Con tu compañía tuve más que suficiente —le dijo, sonriente.

      —Bah. Ni siquiera un demonio como tú puede poner celoso a mi José —le dio una palmadita en las manos y se volvió hacia Deanna—. Andrew me ha contado lo mucho que trabajas, cariño, mientras él busca a su padre —miró a Drew de reojo—. No la pierdas.

      La sonrisa de Drew siguió donde estaba, pero su mirada se llenó de sombras que quizá sólo Deanna podía ver.

      —Bueno, pero ya basta de hablar de cosas tristes —María entrelazó las manos—. ¿Cuándo es la boda?

      Deanna volvió a mirar a Drew.

      —Nosotros…

      —Todavía no hemos podido fijar una fecha —le dijo él tranquilamente.

      —Pero, ¿queréis una boda por todo lo alto, o algo más pequeño e íntimo? —María sonrió con picardía, demasiada para una mujer que debía de tener más de setenta años—. Nunca me canso de las bodas.

      —A Deanna no le gusta ser el centro de atención —dijo Drew en un tono serio.

      —Ah —María asintió con sabiduría—. Entonces será algo íntimo. Bueno, incluso podríais fugaros —dijo, suspirando de felicidad—. Pero, bueno, sentaos, por favor. Andrew quiere que te traiga mi flan para que lo pruebes, cariño. Así os lo tomáis a la luz de las velas, con todo el romanticismo del mundo, y ¡os volvéis a enamorar! —exclamó con entusiasmo.

      Le pellizcó las mejillas a Drew y después a Deanna, y entonces se marchó.

      —Vaya —exclamó Deanna, viéndola alejarse a toda prisa.

      —Ésa es una buena palabra para describir a María —Drew volvió a sentarse—. Podrías haberle dicho que realmente no estamos comprometidos. Más tarde o más temprano habrá que decirlo, porque mi padre no va a regresar.

      Deanna se quedó de piedra. De pronto, toda la alegría de la velada se había esfumado de un plumazo.

      —Eso no lo sabes, Drew. No puedes rendirte. Todavía no.

      —¿No puedo? —le dijo él, mirándola fijamente—. ¿Y si todo esto está alimentando falsas esperanzas?

      Deanna tragó en seco. Sabía muy bien que se refería a su padre, pero, aun así, no podía evitar pensar en lo otro. Trató de aclararse la garganta, pero no tuvo mucho éxito.

      —Si es así cómo te sientes, entonces… podrías habérselo dicho tú mismo a María —se detuvo bruscamente y agitó la mano. El anillo de diamantes emitió una miríada de destellos—. Sobre todo porque parece que has pasado mucho tiempo aquí solo.

      —Tenía que ir a algún sitio —le dijo él, apretando los labios.

      —¿Por qué? —le preguntó ella, bajando la voz y acercándose a él por encima de la mesa—. ¿Para alejarte de mí?

      —Sí.

      Aunque fuera ésa la respuesta que había esperado oír, no pudo evitar sentir una amarga punzada. No obstante, por lo menos ya tenía la respuesta. Parpadeó con fuerza y apartó la vista de él. Definitivamente aquello no era una cita.

      —Aquí tenéis —en ese momento volvió María con un plato blanco en las manos. En él había un postre delicioso muy bien presentado. Con una sonrisa en los labios, le entregó una reluciente cuchara a Deanna, y después le dio otra a Drew—. Que lo disfrutéis —con una sonrisa pícara se alejó de la mesa.

      Deanna no se creía capaz de probar otro bocado. Estaba tan llena que tenía miedo de empezar a sentir náuseas. Sin embargo, María los observaba desde un rincón y no quería defraudarla, así que hundió la cuchara en aquel delicioso flan y se llevó un bocado a la boca. La exuberante mezcla de sabores la hizo sonreír de inmediato.

      —Exquisito —dijo, mirando hacia María.

      María levantó las cejas y asintió con la cabeza.

      Deanna volvió a mirar a Drew. Tomó otra cucharada y se la ofreció.

      —Abre —le dijo en un tono seco.

      Él se acercó un poco y tomó la ración que Deanna le daba de la cuchara. A ella le temblaba la mano, así que retrocedió rápidamente, soltando la cuchara sobre el mantel.

      —Bueno, ya está. Ya lo he probado. Está delicioso. ¿Podemos irnos?

      —No me voy porque no quiera estar cerca de ti —le dijo él en un tono bajo, hundiendo su propia cuchara en el postre—. Me voy porque sí quiero estar cerca de ti.

      —¿Qué? —le preguntó Deanna, sintiendo un revoloteo de mariposas en el estómago.

      —Abre —le dijo él, levantando su cuchara y ofreciéndole un bocado.

      Sin pensarlo mucho, Deanna abrió los labios y se inclinó hacia delante, tomando la ración. Él retiró el cubierto lentamente, deslizándolo entre sus labios.

      —Sabe a flores, ¿verdad?

      —¿Flores? —Deanna se estremeció.

      —A ese ingrediente secreto que María no quiere revelarnos —se comió un bocado enorme y sus ojos brillaron de puro placer.

      Deanna tragó en seco y se aferró a los reposabrazos de la silla.

      —No es que sepa a qué saben las flores —dijo él, prosiguiendo—. Pero siempre me sabe a flores cada vez que lo como —dijo, ofreciéndole otra cucharada a Deanna.

      —Flores —murmuró ella en un tono pensativo.

      —Un jardín completo, ya puestos —añadió él. Su hoyuelo bailaba justo en la comisura de sus labios.

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