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      —¡No me digas más! —lo interrumpió Drew—. Has conocido a alguna mujer en Red Rock y no puedes dejar de pensar en ella.

      —No, no es eso —repuso Jeremy mientras miraba a su nueva cuñada.

      Después, bajó la vista y se concentró en la servilleta de papel que había estado cortando en pedacitos.

      —Si me perdonáis, creo que iré a empolvarme la nariz —les anunció Deanna con una sonrisa mientras se levantaba de su silla.

      Drew miró a su mujer con ojos de enamorado. Le dio la impresión de estar presenciando una conversación sin palabras. Era como si tuvieran su propio lenguaje.

      Recordó a sus padres mirándose de esa manera, también ellos parecían haber aprendido a decirse las cosas con sólo una mirada. Se preguntó si alguna vez sería capaz de tener algo así con una mujer.

      —¿Qué quieres que te pida?—preguntó Drew a su flamante esposa—. ¿Un vaso de vino?

      —Sí, gracias.

      Le dio la impresión de que Deanna había decidido ausentarse para que los dos hermanos pudieran hablar en privado. Le pareció un bonito detalle, pero no lo creía necesario. Lo último que quería era tener que contarle a alguien en qué había estado pensando toda la tarde.

      —Muy bien, ¿qué es lo que te pasa? —le preguntó Drew en cuanto se quedaron solos.

      No estaba seguro de querer contarle a su hermano pequeño lo que le ocurría, pero se dio cuenta de que ya no era un niño. Sin pensárselo más, le explicó el vívido sueño que había tenido la noche anterior, también le habló de Kirsten Allen, la mujer que se le había acercado en el aparcamiento un par de horas antes.

      —¿Vas a tratar de localizarla? —le preguntó Drew.

      No supo qué decirle, le costaba hablar de ello.

      —¿Por qué no llamas a Ross? Estoy seguro de que no le costaría nada dar con ella —le sugirió su hermano.

      Ross Fortune era su primo y trabajaba como detective. Sabía que él conseguiría dar con esa mujer, pero le pareció absurdo llegar a tal extremo para encontrar a alguien que no conocía de nada.

      —No, no quiero que piense que soy una especie de acosador —admitió Jeremy—. Además, prefiero que Ross se concentre en la desaparición de papá. De momento, no ha conseguido nada.

      Le bastó con recordar lo que había pasado para que los dos hermanos se quedaran en silencio.

      —Creo que deberíamos aceptarlo, Jeremy. Papá ya no está y no va a volver.

      —Puede que tengas razón, pero aún no soy capaz de hacerlo.

      —Lo sé —le dijo Drew.

      Los dos se enfrentaban a la desaparición de su padre de manera muy distinta. Drew parecía haberse hecho ya a la idea de que su padre había fallecido. Él, en cambio, no podía darse por satisfecho y necesitaba saber qué había pasado.

      Deanna volvió entonces a la mesa y se pusieron a hablar de cosas más animadas. Pero Jeremy no podía concentrarse, la conversación con Drew había conseguido sumirlo de nuevo en la desesperanza, una tristeza que lo había acompañado durante meses, antes incluso de que fuera a Red Rock para asistir a la boda de su padre.

      Durante ese tiempo, lo único que había conseguido animarlo o distraerlo había sido el sueño que había tenido la noche anterior y la misteriosa mujer del aparcamiento.

      No podía dejar de pensar en quién era esa mujer y en cómo sería su vida.

      Ni siquiera sabía por qué le importaba tanto. Nunca había conocido a una mujer que le interesara tanto como para competir con sus pacientes y su profesión. Era un médico totalmente vocacional y muy dedicado a su carrera. Por eso no se había casado aún.

      Creía que quizá su subconsciente estuviera tratando de mandarle un mensaje a través del sueño y de la mujer del aparcamiento. Quizás hubiera llegado el momento de replantearse su vida y tratar de corregir su situación.

      De un modo u otro, tenía la sensación de que la solución a sus problemas pasaba por encontrar a esa mujer, a Kirsten Allen.

      Y si para ello tenía que llamar a su primo Ross, estaba dispuesto a hacerlo.

      Había estado lloviendo toda la noche, pero la lluvia desapareció al llegar la mañana, dejando un fantástico arcoíris en el cielo y charcos en las calles.

      Mientras desayunaban, Kirsten le había confesado a Max que había llevado al niño a la clínica el día anterior. Y, tal y como había temido, a su hermano no le gustó nada que lo hiciera.

      —No puedo creer que hicieras algo así sin consultármelo antes —le dijo Max—. Es mi vida, Kirsten. Tienes que dejar de intervenir.

      —No era eso lo que pretendía. Estaba preocupada por su salud y… La verdad es que tienes razón. No debería haberlo llevado sin decírtelo. No estuvo bien y lo siento mucho.

      —¿Cuándo vas a dejar de comportarte de esta manera, Kirsten? Has estado tratándome como si fueras mi madre durante años y nunca me ha gustado. Ahora estás haciendo lo mismo con Anthony. Si tanto deseas cuidar de un bebé, ¿por qué no tienes uno propio?

      Levantó las cejas ofendida al oír sus duras palabras, pero sabía que tenía razón. Aunque no había pasado mucho tiempo con niños, siempre había deseado convertirse algún día en madre y tener su propia familia. Pero no era ésa la razón por la que había tratado siempre de cuidar de su hermano e intentar que se convirtiera en un adulto responsable y feliz.

      No había sido su intención no permitir que creciera y siguiera siendo una especie de niño grande. Tampoco creía tener la necesidad de tener siempre a alguien al que cuidar.

      —Eres la única familia que me queda, Max. Y siento la responsabilidad de asegurarme de que eres feliz y puedes valerte por ti mismo.

      —Soy perfectamente capaz de cuidar de mí mismo. Ya sabes que lo del trabajo no ha sido culpa mía, lo único que necesito es encontrar otro empleo —repuso Max mientras se pasaba nervioso las manos por el pelo—. Eres mi hermana mayor y lo entiendo. Pero estoy harto de que me digas siempre lo que tengo que hacer, cómo he de sentirme y lo que debo decir. Es mi vida y quiero ser capaz de tomar mis propias decisiones, aunque sean las equivocadas.

      Abrió la boca para protestar, pero Max siguió hablando.

      —He estado viviendo por mi cuenta durante dos años, tenía un trabajo con el que pagaba el alquiler y era completamente independiente. No sabes lo duro que es para mí tener que vivir contigo de nuevo y tener que aceptar esta situación. Créeme si te digo que mi prioridad ahora mismo es encontrar un empleo y salir de aquí cuanto antes.

      Creía que, en realidad, también sería bueno para ella no tener a su hermano en casa. Tenía que permitir que volara solo.

      —Lo siento —repitió ella—. Sólo quería ayudar, pero sé que tienes razón. Anthony es tu hijo y tu responsabilidad. Intentaré mantenerme al margen.

      Le dio la impresión de que estaba un poco más calmado y decidió aprovechar la ocasión para decirle todo lo que tenía en su mente.

      —Lo estoy intentando, Max. De verdad, créeme. Sé que ya no eres un niño y debo confiar en tus decisiones. Estoy segura de que serás un buen padre y que sólo quieres lo mejor para tu hijo. Pero vas a tener que ser paciente conmigo. Llevo muchos años tratándote de la misma manera y no es fácil cambiar.

      —Sigo sin poder creerme que lo llevaras a la clínica sin mi permiso. ¿Qué les dijiste? ¿Que era tu hijo?

      —No, nunca los habría mentido. Pero la verdad es que llegué a la clínica sin pensar en lo que iba a decirles.

      Max hizo una mueca al oír sus palabras, como si le costara creerla.

      —Puedo seguir disculpándome

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