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      No entendía a qué se refería. Jeremy vio que parecía muy molesto con su mujer y no sabía por qué. Quizás estuviera enfadado al ver que nadie había atendido a su hijo, pero cabía también la posibilidad de que le estuviera echando en cara a su esposa que hubiera hablado con él en el aparcamiento.

      —¿Cómo dice? —repuso él tratando de entender lo que pasaba.

      Esperaba que su intervención no fuera un problema más para Kirsten. Le pareció que tenía un marido muy controlador y no le gustó en absoluto.

      —Creo que será mejor que se lo explique —intervino Kirsten—. Max es mi hermano y ayer me quedé al cuidado de su hijo —le dijo mientras miraba al otro hombre—. No debería haber traído al niño para que lo viera un pediatra sin hablarlo antes con él, por eso está molesto.

      Seguía sin entender por qué le molestaba tanto a Max Allen que su hermana se preocupara por el bienestar del pequeño, pero no se le pasó por alto lo que acababa de decirle. Ese hombre no era su marido y, sin saber muy bien por qué, le encantó saberlo.

      Se abrió entonces la puerta de la consulta y apareció Jim Kragen, uno de los pediatras de la clínica.

      —Perdón, me habían dicho que viniera a la consulta número cuatro.

      —No te disculpes, estás en el lugar adecuado —le dijo Jeremy a su colega—. Soy yo el que está fuera del lugar. He venido para hablar con estas personas, será mejor que me vaya y te deje con tu paciente.

      El doctor Kragen pasó a la consulta y Jeremy salió al pasillo.

      —Perdónenme un momento —le dijo Kirsten a su hermano y al pediatra—. Ahora mismo vuelvo.

      Le dio la impresión de que estaba a punto de salir al pasillo para hablar con él y le encantó que lo hiciera. Pero miró entonces a Max Allen y vio que no parecía demasiado contento.

      Le dio la impresión de que su hermano lo estaba estudiando y no parecía muy satisfecho con lo que veía. Pero a lo mejor era sólo su imaginación la que estaba jugando de nuevo con él.

      —Gracias por venir a vernos y ocuparse de que nos atendieran —le dijo Kirsten.

      —No hay de qué. Me pareció que le preocupaba mucho la salud del pequeño y quería asegurarme de que alguien lo viera hoy —repuso él.

      —Sé que debí de parecerle una mujer muy nerviosa cuando lo abordé ayer en el aparcamiento, pero me preocupaba que mi hermano no quisiera llevar al niño al médico. La verdad es que Anthony tiene buen apetito y buen aspecto, me imagino que el pediatra nos dirá ahora que está sano —le explicó la joven mientras se colocaba un mechón de pelo tras la oreja—. Le habré parecido una histérica, pero es que no tengo experiencia con niños tan pequeños. Hasta hace unos días, mi hermano ni siquiera sabía que tenía un hijo. Su exnovia apareció con Anthony y lo dejó a su cuidado. Bueno, en realidad, al cuidado de los dos, ya que mi hermano está viviendo conmigo ahora mismo. Así que hemos tenido que aprender sobre la marcha cómo cuidar de un bebé tan pequeño.

      —Y ¿cuánto tiempo va a estar su hermano al cuidado de Anthony?

      —No lo sé, supongo que de forma permanente —le contó Kirsten con un suspiro—. Y creo que es lo mejor. Su exnovia no es una mujer muy maternal.

      Jeremy se preguntó si Kirsten lo sería, si podría llegar a ser la esposa de un hombre como él.

      Pero era imposible saberlo con los pocos datos que tenía. Después de todo, no la conocía de nada.

      —Si hubiera trabajado más durante mi adolescencia como canguro, ahora tendría la experiencia necesaria para estos casos y no me sentiría tan fuera de lugar, pero me temo que tanto mi hermano como yo somos muy inexpertos.

      —Estoy seguro de que lo estarán haciendo muy bien.

      —Bueno, gracias por el voto de confianza —le dijo Kirsten con una bonita sonrisa—. Debería habernos visto en el centro comercial el primer día. Lo único que nos dio su exnovia fue la silla para el coche, tuvimos que comprar todo lo demás y no sabíamos por dónde empezar.

      —Creo que el padre de Anthony tiene mucha suerte de tener una hermana como usted.

      —No lo sé…

      Vio que su sonrisa se iba apagando. Le dio la impresión de que Max no le había puesto las cosas demasiado fáciles a esa mujer, pero era sólo un presentimiento. Y él no solía dejarse llevar por ese tipo de sensaciones. Aunque eso mismo era lo que había hecho cuando la vio en el aparcamiento el día anterior.

      Se quedaron callados unos segundos, mirándose sin decir nada en el estrecho pasillo.

      Después, ella apartó la mirada e hizo un gesto hacia la puerta de la consulta.

      —Bueno, será mejor que entre para no perderme nada de lo que tiene que decirnos el pediatra —le dijo Kirsten.

      No quería dejar que se fuera sin más. Necesitaba su teléfono o alguna otra manera de ponerse en contacto con ella. Metió la mano en el bolsillo de su bata blanca y sacó una de sus tarjetas de visita. Por la parte de atrás, anotó el número de su teléfono móvil.

      —Si necesitan cualquier cosa, llámenme —le dijo mientras le entregaba la tarjeta—. Como sabe, no soy pediatra, pero intentaré contestar cualquier duda que su hermano y usted puedan tener.

      Kirsten tomó la tarjeta y le dedicó otra de sus maravillosas sonrisas. La luz que había en sus ojos y el hoyuelo que se formó en su mejilla consiguieron dejarlo sin respiración un par de segundos.

      —Gracias, doctor Fortune. Se lo agradezco muchísimo, pero intentaré no molestarlo.

      —No sería ninguna molestia, se lo aseguro. Y llámeme Jeremy —le pidió él.

      Kirsten se llevó la mano al colgante en forma de corazón que adornaba su escote. Inclinó la cabeza a un lado, como si estuviera reflexionando sobre lo que acababa de decirle. Creía que también ella estaría dándose cuenta de que había algo entre los dos.

      Eso era al menos lo que creía él.

      —Entonces, ¿no estás casada? —le preguntó él de repente.

      —No, no lo estoy.

      No pudo evitar sonreír. Se dio cuenta de que no era el momento más adecuado para invitarla a cenar, pero no pudo evitar preguntarse si no estaría ella pensando en lo mismo.

      Le daba la impresión de que la atracción era mutua. Aunque, en su caso, su obsesión se había visto acentuada por el vívido sueño que había tenido un par de noches antes.

      Era de naturaleza racional y lógica, y sabía que el sueño no era ningún mensaje de su subconsciente ni ninguna profecía, pero no iba a perder la oportunidad de volver a verla y conocerla un poco mejor.

      De haber tenido su teléfono, la habría llamado al día siguiente con cualquier excusa, como la de preguntarle por la visita con el pediatra. Y podría haber aprovechado la ocasión para invitarla a cenar, pero no tenía su teléfono y le parecía demasiado osado pedírselo.

      Decidió que era mejor así. Creía que si su sueño era algo más que un sueño, si la atracción que sentía por ella iba a convertirse en algo más importante, sería entonces Kirsten la que lo llamaría.

      Hasta entonces, no le quedaba más remedio que esperar.

      Capítulo 3

      MIENTRAS Max se acercaba a la farmacia para comprar las vitaminas y una pomada que les había recetado el pediatra, Kirsten se quedó en el coche. El bebé estaba sentado en su silla completamente dormido.

      Había sido un gran alivio saber que el niño estaba completamente sano. Estaba mucho más tranquila, pero no podía dejar de pensar en el doctor Fortune y en lo amable que había sido con ella. Sonrió al recordar la conversación que había tenido con él en el pasillo. Le había pedido

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