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al Red, doctor —le dijo Marcos—. ¿Cómo va todo?

      —Bastante bien —repuso él mientras lo saludaba con afecto—. ¿Qué tal tú?

      —No puedo quejarme, todo va estupendamente —le dijo Marcos mientras miraba a su alrededor—. ¿Has quedado con alguien?

      —Con mi hermano Drew y su mujer.

      —Entonces, voy a sentaros en una de las salas privadas, así estaréis más a gusto. Cuando lleguen, les diré dónde estás.

      —Gracias.

      Jeremy solía comer en el patio trasero, cerca de la fuente de azulejos blancos y azules. Los Mendoza habían colocado estufas de exterior para que la gente pudiera comer al aire libre durante todo el año, incluso durante los meses de invierno. Pero se había dado cuenta de que había empezado a llover y era mejor cenar dentro.

      —¿Cuándo regresaron los recién casados de Las Vegas? —le preguntó Marcos mientras recogía tres cartas y le hacía un gesto para que lo siguiera.

      La pareja había decidido irse de viaje y casarse por su cuenta, sin amigos ni familiares. No era un secreto de estado, pero prefería no dar demasiados detalles.

      —Volvieron anoche.

      —¿Sí? ¿Y van a quedarse a vivir en Red Rock?

      —No tengo muy claros cuáles son sus planes.

      Drew dirigía la sede de la empresa familiar, Consultoría Fortune, en San Diego, aunque había estado al frente del resto de la compañía desde que desapareciera su padre. Y Deanna era su secretaria. No podrían seguir trabajando a distancia, tratando de dirigir la compañía con correos electrónicos y videoconferencias. Sabía que, tarde o temprano, iban a tener que regresar a San Diego. Pero, como le pasaba también a él, Drew había preferido seguir allí hasta que supieran algo de su padre.

      Los dos hombres se quedaron en silencio. Y Jeremy se imaginó que estaban pensando en lo mismo.

      —¿Seguís sin saber nada de vuestro padre? —le preguntó Marcos.

      —Así es, ni una pista —repuso Jeremy mientras sacudía la cabeza.

      —No sabes cuánto lo siento. Isabella ha comido aquí hoy con unas amigas, pero no tuve ocasión de preguntarle si sabía algo.

      Isabella estaba casada con J. R. Fortune, el hermano mayor de Jeremy, y era además hermana de Marcos. Éste conocía todos los detalles que habían rodeado la extraña desaparición de William.

      —¿Qué te parece ésta? —le preguntó Marcos cuando llegaron a la mesa de uno de los apartados del restaurante.

      —Perfecta.

      Marcos quitó uno de los cubiertos y dejó sólo tres.

      —Me encargaré de que una camarera te traiga agua y algo para picar. ¿Quieres beber algo mientras esperas?

      —Sí, buena idea. Una cerveza Corona, por favor.

      —Ahora mismo me encargo de que te la traigan.

      Se sentó mientras observaba a Marcos. Éste se acercó rápidamente a la barra. Era un hombre ambicioso. Jeremy sabía que deseaba abrir su propio restaurante algún día y estaba seguro de que tendría éxito.

      Pocos segundos después, una joven camarera le sirvió agua, nachos con salsa mexicana y la cerveza que había pedido.

      —Marcos me ha dicho que la cerveza va por cuenta de la casa —le comentó la camarera.

      Jeremy le dio las gracias.

      Cuando se quedó solo, se puso en pie y miró a su alrededor para tratar de localizar a Marcos. Vio que estaba hablando con uno de los camareros. Levantó apreciativamente hacia él la botella de cerveza para darle las gracias y volvió a sentarse.

      Mientras esperaba a que llegaran Drew y Deanna, se distrajo comiendo nachos. La salsa era increíble. Creía que no había probado comida mexicana tan exquisita como la que hacían los Mendoza en su restaurante y trataba de comer allí al menos una vez a la semana. Como era lógico, siempre se encontraba a alguien de la familia Mendoza o incluso de la suya. Hacía mucho tiempo que se conocían e incluso se habían convertido por el matrimonio de J.R. e Isabella en más que amigos.

      Acababa de tomar otro nacho cuando llegaron Drew y Deanna. Se estaban alojando en el rancho de J.R. e Isabella hasta que llegara el momento de volver a San Diego.

      Toda la carrera profesional de Drew se había desarrollado en Forescasting Fortune, la consultoría que su padre había fundado. Jeremy no había compartido el mismo interés de sus hermanos y había tenido muy claro desde el principio que quería estudiar Medicina. Pero llevaba un año replanteándose su decisión. Hasta ese momento, había estado satisfecho con su vida en Sacramento y su profesión.

      Se puso de pie para recibir a su hermano y a su cuñada.

      —Esta noche estás especialmente guapa —le dijo a Deanna.

      Y estaba siendo sincero. Creía que el amor y la felicidad se reflejaban en su cara. Lo mismo le pasaba a su hermano Drew.

      —Gracias —repuso ella.

      Se sentaron y no se le pasó por alto la sonrisa que Deanna le dedicaba a su flamante esposo.

      Creía que su hermano había cambiado mucho desde que se enamorara de Deanna. Le bastó con pensar en ello para recordar el sueño que había tenido y a la mujer que lo había abordado en el aparcamiento de la clínica.

      —Quedamos a las seis, ¿no? —le preguntó su hermano.

      —Sí, así es. Pero terminé mi trabajo en la clínica antes de lo que esperaba y decidí venir al restaurante aunque fuera demasiado temprano —les dijo—. Por cierto, ¿qué tal la boda?

      —Fue preciosa —le contestó Deanna con los ojos llenos de emoción—. Tu hermano se esforzó al máximo para que todo fuera perfecto y tuvo muchos detalles. Se encargó de que hubiera champán y fresas en el vuelo privado y un bellísimo ramo de rosas en la limusina que nos llevó a la capilla en la que nos casamos a medianoche. La verdad es que ha sido todo muy romántico.

      Le sorprendió lo que su cuñada acababa de contarle y miró a su hermano, que siempre había sido un hombre muy práctico.

      —Nunca me lo habría imaginado. ¿Eres romántico?

      —Así es. Y estoy seguro de que tú también lo eres, aunque aún no lo hayas descubierto —repuso Drew mientras tomaba la mano de su esposa—. Lo único que necesitas es encontrar a la mujer adecuada.

      Jeremy no estaba tan seguro. Estaba convencido de que no era nada romántico, pero no había dejado de pensar en ese tipo de cosas desde que se encontrara con la joven madre en el aparcamiento de la clínica. Tampoco se le había olvidado su nombre, Kirsten Allen. Creía que la culpa de todo la tenía ese sueño. Estaba consiguiendo afectarlo mucho más de lo que podría haber esperado.

      Su hermano y su cuñada le detallaron cómo había sido la ceremonia nupcial, pero Jeremy no podía concentrarse en sus palabras y empezó a imaginarse cómo sería su boda si algún día llegaba a casarse. No sabía si tendría una gran boda con muchos invitados o algo más reducido e íntimo. Y, una vez más, terminó pensando en la misteriosa mujer del aparcamiento.

      Le gustaba basar todas sus decisiones en la lógica, nunca se dejaba llevar por premoniciones ni presentimientos, pero tenía la sensación de que lo que había pasado esa tarde era importante e iba a volver a verla muy pronto.

      —Jeremy, ¿nos estás escuchando? —le preguntó Drew.

      Levantó entonces la vista algo avergonzado al ver que lo habían sorprendido pensando en otra cosa.

      —Lo siento, perdonadme. Tengo muchas cosas en la cabeza —les dijo Jeremy.

      —Te refieres a papá, ¿no? —le preguntó Drew.

      —En

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