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colores. La pantalla de la lámpara de pie, de hierro forjado, hacía juego con los cojines y el resto de los muebles eran de madera oscura.

      Sobre la chimenea había un par de candelabros con velas rojas y fotos de familia.

      Era un salón acogedor y cálido. Había algo en la decoración que le decía que Kirsten estaba orgullosa de su casa.

      Max se sentó en un sillón sin dejar de mirar el televisor. Estaba viendo un partido de baloncesto. Vio que había una cuna de viaje al lado del sillón. Anthony estaba tumbado en ella boca arriba, mirando absorto un móvil de pequeños dinosaurios y moviendo agitadamente las piernas.

      —¿Quién juega? —preguntó Jeremy para intentar mantener una conversación con ese hombre.

      Max estaba tan concentrado en el partido que tardó en contestar.

      —Oklahoma contra Texas.

      Se quedó en silencio, pensando en algo más que pudiera decir.

      —¿Y cómo van?

      —Van ganando los texanos por cinco puntos.

      Volvió a hacerse el silencio y Jeremy se dio por vencido. Estaba a punto de sentarse en el sofá cuando entró Kirsten en el salón. Llevaba un sencillo vestido negro y zapatos de tacón. Se había recogido el pelo en un moño que dejaba al descubierto los pequeños brillantes que adornaban sus orejas.

      Apenas llevaba maquillaje, sólo un poco de color en los labios. Le había parecido muy atractiva con unos simples pantalones vaqueros y una camiseta. Pero la transformación era asombrosa y se quedó mirándola con la boca abierta.

      —Estás guapísima —le dijo.

      Kirsten sonrió y se ruborizó ligeramente.

      —Gracias —le contestó ella.

      Max tomó el mando a distancia y bajó el volumen del televisor. Después, se levantó y los miró a los dos mientras se cruzaba de brazos.

      —¿Adónde vais? —les preguntó.

      Hacía mucho que no tenía que sufrir ese tipo de interrogatorio. Pensó que la última vez habría sido cuando aún estaba en el instituto y había tenido que enfrentarse al padre de alguna chica de su clase. Le irritó tener que pasar por ello de nuevo, sobre todo cuando Max debía de ser diez años más joven que él. Pero decidió que era mejor pasar por el aro y contestar sus preguntas.

      —Pensaba ir a cenar a Bernardo’s, el nuevo restaurante italiano que han abierto en la misma calle del Red. Si a Kirsten le parece bien, por supuesto —dijo Jeremy.

      —Me parece una idea estupenda —contestó Kirsten con una sonrisa.

      Tomó su bolso, que estaba en una mesa del vestíbulo, y fue hacia la puerta.

      —Hasta luego, Max. Llámame si tienes cualquier problema con Anthony, ¿de acuerdo?

      —Todo irá bien —repuso su hermano.

      Eso esperaba Jeremy porque estaba deseando pasar algún tiempo con Kirsten sin la presencia de su protector hermano. No entendía qué problema tenía ese hombre con él.

      Abrió la puerta y dejó que pasara ella. Poco después, estaban en su coche y de camino al restaurante.

      —Antes que nada, quiero disculparme por la actitud de mi hermano —le dijo Kirsten entonces—. Su vida acaba de dar un giro de ciento ochenta grados y últimamente está un poco irascible.

      —No tienes por qué disculparte.

      —Lo sé, pero… —comenzó ella—. Bueno, supongo que todos tenemos nuestros propios problemas. Me temo que Max es mi cruz.

      Le pareció extraño que le dijera algo así.

      —¿Cuántos años tiene? ¿Veinticuatro, veinticinco…?

      —Veintiséis años.

      —Entonces, creo que es lo suficiente mayor para tomar las riendas de su vida y ser independiente.

      —Me encantaría que fuera así de fácil —repuso Kirsten con gesto pensativo—. No tiene trabajo, así que no puedo echarlo de mi casa. Sobre todo ahora que tiene que ocuparse de Anthony.

      —Es verdad, supongo que eso complica mucho las cosas —repuso Jeremy.

      Él también se consideraba un hombre muy leal con su familia y entendía perfectamente que ella quisiera ayudar a su hermano durante esos momentos tan complicados.

      —¿Qué tal la convivencia?

      —Está siendo un poco dura —le confesó ella—. Pero no puedo hacer nada al respecto hasta que consiga un trabajo y encuentre un lugar donde vivir.

      —¿Qué tipo de trabajo está buscando?

      —A estas alturas, aceptaría cualquier cosa. Tiene tantas ganas de salir de mi casa como yo de que se vaya. Pero no terminó los estudios de secundaria y eso complica mucho sus opciones. Es difícil encontrar un buen trabajo sin un título, tiene que pagar el alquiler de un piso y una escuela infantil para Anthony.

      —Es una pena.

      —Lo sé —repuso ella suspirando—. Intenté convencerlo para que se sacara el graduado escolar e intentara acceder a la universidad para adultos, pero se negó a hacerlo.

      —¿Por qué?

      —Seguramente, porque se lo sugerí yo. Además, nunca ha sido un hombre ambicioso. Dejó los estudios cuando estaba en el instituto y, desde entonces, ha estado haciendo todo tipo de trabajos.

      —Entonces, puede que no lo estés ayudando al permitir que se quede en tu casa hasta que encuentre un empleo.

      —Bueno, lo contrataron hace dos años para trabajar en una tienda de piensos y estuvo trabajando allí hasta hace un par de semanas. Me dio la impresión de que era un trabajo que le gustaba, pero el propietario se jubiló y el nuevo dueño despidió a todos los empleados.

      A Jeremy le gustó ver que al menos había sido capaz de mantener un empleo, pero no entendía por qué se negaba a seguir los consejos de su hermana de tratar de ampliar su formación.

      —Si se niega a hacer lo que le sugieres, puede que sea mejor dar un paso atrás y dejar que tome sus propias decisiones, aunque no sean las adecuadas y termine por fracasar —le comentó él.

      Sabía que no tenía derecho a decirle lo que pensaba. Después de todo, no era asunto suyo, pero no pudo evitar intervenir.

      —Creo que tienes razón, ése es principalmente mi problema. Me cuesta mantenerme al margen y siempre dejo que me guíe el corazón y no la cabeza.

      Una confesión así debería haberlo alertado. Él era todo lo contrario, un hombre racional que siempre se dejaba llevar por la lógica. Pero le enterneció que Kirsten fuera así. En cierto modo, le recordaba a su madre.

      Molly Fortune lo había animado siempre para que se dejara llevar por su sueño y estudiara Medicina. Aunque en realidad, toda su familia lo había apoyado y nadie le había echado en cara que no quisiera trabajar para la empresa familiar, Forescasting Fortune. Su padre y sus hermanos también lo habían animado, pero recordaba por encima de todo la orgullosa sonrisa de su madre el día que le otorgaron el título de Licenciado en Medicina. Esa sonrisa había hecho que todos sus esfuerzos merecieran la pena.

      Miró de reojo a Kirsten, pensando que quizá tuviera otras cualidades que le recordaran a su madre.

      Molly había sido una mujer dinámica, cálida y cariñosa. Siempre había sido muy maternal con sus cinco hijos. Habían pasado ya cuatro años desde su muerte, pero seguían echándola de menos. Y creía que él era el que más estaba tardando en recuperarse.

      Su trabajo lo había llevado a Sacramento, donde había empezado a ejercer como cirujano ortopédico para un importante grupo médico, y no había podido pasar mucho tiempo con ella durante los últimos años. Pero siempre había

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