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como en el caso de la covid-19[42]: cuarentenas, autoaislamiento, uso de mascarillas, etc. Los médicos recomendaban a las personas que evitaran estar en espacios concurridos o en contacto con otras; se aconsejaba que no estrecharan la mano de otras personas, que se quedaran en casa, que se cubrieran la boca y la nariz en público, que no tocaran los libros de la biblioteca, etc. Se cerraron escuelas y otros espacios públicos.

      En resumen, la gripe española fue el resultado de una cepa de influenza altamente patógena y transmisible que surgió en un momento en que las poblaciones que anteriormente tenían un contacto limitado entre sí se vincularon por la Primera Guerra Mundial. Mientras las pandemias anteriores se propagaron principalmente a lo largo de rutas comerciales y líneas de comunicación, la propagación del brote de 1918 fue acelerada por el contexto militar en el que se desarrolló. Al respecto, la guerra de trincheras en Europa proporcionó las condiciones ideales para la propagación de la infección: falta de saneamiento, hacinamiento y servicios de salud limitados (Humphries, 2013). Una lectura crítica de la literatura disponible sobre la crisis de influenza de 1918-1919 muestra que, a pesar de ser una pandemia, se sabe poco sobre el impacto de esta en el sur, especialmente en las colonias de entonces. De hecho, la medicina moderna, uno de los pilares de la afirmación del Estado moderno, se encontraba en su etapa inicial de desarrollo. Los datos disponibles sugieren que, en la India, entonces colonia inglesa, murieron más de 100.000 personas, con una tasa de mortalidad de alrededor de 50 muertes por cada 1.000 personas, una cifra impresionante, en un contexto en el que los servicios de salud para los colonizados eran insuficientes y de mala calidad (Watts, 1997).

      En el caso de Mozambique, por ejemplo, a pesar de no haber muchos datos disponibles, la memoria del impacto de la influenza está presente en varios relatos. Como lo describe Julio Machele (s/d), la influenza de 1918-1919 fue conocida allí como Xiponhola por los indígenas, mientras que las autoridades coloniales usaron la denominación de «gripe neumónica». Al principio, las autoridades portuguesas en Mozambique ignoraron la velocidad con la que la influenza se estaba extendiendo por el mundo. Pero cuando comenzaron a surgir rumores de que la enfermedad había llegado a las vecinas Sudáfrica y Rhodesia, el gobierno colonial mostró preocupación, ya que había muchos indios mozambiqueños trabajando en estos territorios, pero que pasaban el tiempo libre con los suyos. La influenza llegó a Durban y Johannesburgo en septiembre de 1918. Fue desde estos lugares como la enfermedad se propagó hasta la frontera entre Mozambique y Sudáfrica, un importante punto comercial y un hito importante en el itinerario de los trabajadores migrantes del sur de Mozambique. A partir de este punto, la gripe se extendió a lo largo de la línea del ferrocarril, hasta Lourenço Marques (ahora Maputo). Esta ciudad tuvo sus primeros casos registrados en octubre de 1918, y la infección continuó extendiéndose hacia el norte. En Porto Amélia (ahora Pemba), en el extremo norte, las primeras referencias a la presencia de pacientes con influenza aparecieron en diciembre de 1918.

      Una de las conclusiones de la pandemia de 1918-1919 fue la necesidad de coordinar los esfuerzos internacionales para superarla. Por ejemplo, la Liga de las Naciones, el primer sistema político mundial, se fundó en 1919, estableciendo con ella una organización de salud, en 1923 (que sería reemplazada por la OMS en 1948; Fidler, 2001). Estos organismos internacionales jugaron un papel importante en pandemias posteriores. Además, se fueron creando en todo el mundo muchas instituciones nacionales de salud, que aún no existían, para ayudar a planificar el sistema de vigilancia de la salud pública. Sin embargo, estas instituciones, como mencioné en la introducción de este capítulo, reflejan una concepción monocultural de la salud y la medicina, realidad que se traduce, por un lado, en la incapacidad de aprender de otros sistemas de salud, y, por otro, en la imposición de un sistema único de salud, reproducido sobre todo a partir de las experiencias de países europeos.

      Investigaciones más recientes en China sugieren que la pandemia de influenza de 1918-1919, especialmente en su segunda ola, considerada la más virulenta y mortífera, tuvo un impacto mitigado por el uso de la medicina tradicional china. Cheng y Leung (2007: 363), a partir del análisis de archivos, muestran que no sólo los médicos tradicionales realizaban vacunación contra la viruela en el pasado, sino que también sugieren que los médicos chinos antiguos habían reconocido otros medios útiles para la prevención y el tratamiento de enfermedades epidémicas, además de los medicamentos a base de hierbas, incluido el tratamiento temprano y preventivo durante un brote epidémico. La documentación histórica existente identifica más de 200 epidemias, incluidas 95 registradas oficialmente por las autoridades gubernamentales.

      La pandemia de gripe asiática de 1957-1958, causada por el virus H2N2, se originó en China en febrero de 1957 (Potter, 2001: 577). Las primeras infecciones se detectaron en marzo. La epidemia llegó a Hong Kong en abril y se extendió rápidamente a Singapur, Taiwán y Japón, momento en el que la OMS reconoció el brote causado por un nuevo subtipo

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