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los indígenas confirmaron que el asedio y la resistencia continuarían. Antes de partir, los dos delegados pidieron algunas provisiones para el viaje de regreso, a lo que los ingleses aceptaron de inmediato. Al paquete de víveres, agrega Trent, «por consideración hacia ellos, les dimos dos mantas y un pañuelo de seda del hospital de viruela. Espero que haya tenido el efecto deseado». El resultado no podría haber sido mejor para los invasores. La viruela se propagó entre los indios, habiendo diezmado tribus enteras, incluidas mujeres, ancianos y niños[17].

      Más al sur, Brasil, por ejemplo, también conoció episodios de este tipo de sabotaje biológico, especialmente en los siglos xviii y xix. Desde principios del siglo xix, los bosques brasileños comenzaron a experimentar un fuerte impacto humano: deforestación para el suministro de madera para construcción y leña, y quema de grandes áreas para abrir terrenos para la siembra agrícola o el pastoreo de animales de carga y transporte (Duarte, 2002). Además de los pueblos indígenas, la región estaba habitada por soldados, negros esclavizados, poblaciones libres y marginadas de la sociedad imperial, naturalistas, ingenieros, hacendados, sacerdotes contratados por el gobierno, autoridades policiales e inmigrantes de varias partes del mundo. En este encuentro con los bosques brasileños, los recién llegados afrontaban calor, humedad, regiones a veces pantanosas, mosquitos, enfermedades tropicales, incluidas las causadas por parásitos y virus locales. Los pueblos indígenas opusieron una fuerte resistencia a la destrucción de sus territorios por parte de la empresa colonial que los condenó al ostracismo, aplicando una política violenta de aniquilación física.

      Las pésimas condiciones de vida de los indígenas y personas esclavizadas, obligados a trabajar en las haciendas, están descritas por el naturalista francés Auguste de Saint-Hilaire (1976 [1851]), en su libro dedicado a la región de São Paulo. Además de su mérito científico, las observaciones de Saint-Hilaire, realizadas en los años de 1820, son de gran relevancia histórica para Brasil, ya que contienen análisis detallados de la sociedad y las costumbres brasileñas en la primera mitad del siglo xix. Saint-Hilaire consideraba repugnante la violenta explotación laboral de los indígenas, que padecían enfermedades altamente contagiosas transmitidas por los colonos europeos. Tal situación, conocida desde el siglo xvi, provocó innumerables muertes entre los nativos.

      El regreso a los bosques, como territorio seguro, evitando contactos con los europeos, fue una de las formas indígenas de resistencia a la violencia colonial que incluyó las epidemias. Esta fuga puede interpretarse como un ejemplo de cuarentena prolongada (Cunha, 1992b). Por su parte, el Estado brasileño, especialmente a partir del siglo xix (Cunha, 1992a), comenzó a apoyar la deforestación de extensas áreas. Esta decisión contribuyó a liberar patógenos que se sumarían a otras varias enfermedades endémicas, como la malaria, por ejemplo. Esta acción desarrollista avant la lettre exigió la remoción de los pueblos indígenas de los bosques, para permitir la ocupación de esos territorios en la agricultura y la ganadería, y transformar gradualmente a los indígenas en trabajadores al servicio del Imperio. Esta opción dio lugar a la creación de aldeas indígenas, superpobladas y con malas condiciones de salubridad, donde sus habitantes eran presa fácil de epidemias (Cunha, 1992b).

      Los habitantes de Sant’Anna […] no mostraban gran amistad con estos indios pobres porque, en una de sus conversaciones, el comandante nos dijo que el director de los indios ya había domesticado a 500 puris y estaban domiciliados en lugares específicos, haciendo que se acabaran todas las hostilidades contra los portugueses y sus amigos; pero añadió, con una carcajada diabólica, que había que llevarles la viruela para acabar con ellos de una sola vez, porque la viruela es la enfermedad más terrible para esta gente (1907: 195).

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