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(Ferreira, 1925: 9).

      Los estudios más detallados son concluyentes de que los efectos directos de la conquista europea –incluyendo las nuevas epidemias, las múltiples campañas militares contra pueblos indígenas, su explotación laboral (Livi-Bacci, 2008), el reasentamiento forzoso de personas y la esclavitud– están en el origen de la drástica disminución de la población originaria. A estas razones se suman también las múltiples ocurrencias de desabastecimiento y la falta de atención de salud (Flores, 2017) que llevaron a un descenso en la tasa de natalidad y, posteriormente, a un mayor descenso de la población (Cook, 1998). En resumen, el colapso social tras las conquistas militares, la esclavitud y el hambre agravaron el deterioro del estado de salud de las poblaciones de las Américas, haciéndolas más susceptibles a las epidemias. La sobreexplotación de los cuerpos racializados, subhumanos, arrojados al otro lado de la línea abismal –los indígenas, los negros esclavizados–, legitimó la destrucción de vastísimos grupos de población americanos, memoria viva de un genocidio de dimensiones incalculables. Y, junto con el genocidio, ocurrió el epistemicidio.

      Las informaciones más contundentes y completas son parte de un informe de la Procuraduría General de la República, en 1967, difundido en marzo de 1968. En 20 volúmenes y con más de cinco mil páginas, el informe se refiere a casos de corrupción en el extinto Servicio de Protección Indígena (SPI) y masacres de tribus enteras utilizando dinamita, ametralladoras y envenenamiento por azúcar mezclado con arsénico. Aunque se dio por desaparecido algún tiempo después de su publicación, datos del informe son citadas por varios autores, como el antropólogo estadounidense Shelton Davis (1978). Como señala este autor, el informe confirmó las denuncias de que agentes del SPI y terratenientes habían recurrido a armas biológicas y convencionales para exterminar tribus indígenas. Este informe menciona la introducción deliberada de viruela, gripe, tuberculosis y sarampión entre las tribus de la región de Mato Grosso, entre 1957 y 1963. Además, los archivos del Ministerio del Interior sugirieron que hubo una introducción consciente de tuberculosis entre las tribus del norte de la cuenca del Amazonas entre 1964 y 1965 (Davis, 1978: 34). Hambre, miseria, desnutrición, peste, parasitosis externa e interna se mencionan repetidamente en el informe, lo que parece haber tenido poco efecto práctico, ya que relatos más modernos revelan que esta política genocida se siguió practicando hasta hace poco.

      El fluido seroso se extrae de ancianos o niños que no tienen relaciones sexuales [...]. El ntukulu se vacuna a sí mismo, vacuna a sus compañeros y regresa a casa. Cuando sus pústulas están maduras, inoculan a todos los miembros del clan que aún no se hayan visto afectados por la epidemia. A partir de este día comienza un periodo marginal distinto para todo el clan, con todos los tabúes que acompañan a las fases críticas de la vida comunitaria (Junod, 1996: 388).

      Más al norte, las fuentes disponibles para Kenia dan cuenta de una epidemia de viruela que afectó a la región en 1897-1899, que infectó a miles de indígenas en el entonces protectorado británico. Según las crónicas disponibles, la viruela era conocida en las regiones costeras, especialmente alrededor de Mombasa, como resultado del tránsito comercial, religioso y cultural en el océano Índico. Entre las razones que explican el elevado número de víctimas mortales a finales del siglo xix, se encuentran la falta de inmunidad de las poblaciones, especialmente las del interior, así como la limitada cantidad de vacunas disponibles en ese momento (Kohn, 2008: 221). La construcción de la línea ferroviaria que conectaba el puerto de Mombasa con el interior (Uganda) resultó ser una forma de propagación de la viruela, que fue responsable de la aniquilación de una parte importante del grupo étnico masai (Waller, 1976). Lo mismo sucedió con los kikuyu, un grupo de ganaderos que perdió más del 70 por 100 de su gente por esta epidemia (Kohn, 2008: 221). En un intento por prevenir este brote de viruela, muchos kikuyus huyeron al sur, a Tanganica, entonces un protectorado alemán. Se cree que este brote de viruela, dadas las altas tasas de mortalidad asociadas con él, facilitó la penetración colonial británica en la región (Dawson, 1979).

      Al igual que lo acontecido en las Américas, la llegada de la política colonial moderna implicó profundas transformaciones en las sociedades africanas, ahora a un ritmo más rápido. El comercio se expandió con la introducción de culturas capitalistas; la migración laboral generó movimientos de población cada vez más frecuentes; finalmente, como en otros contextos ya mencionados, la urbanización dio lugar a aglomeraciones de población más grandes y más densas. La introducción de la vacunación ayudó a mitigar los efectos epidemiológicos adversos de estos cambios, pero las campañas de vacunación se vieron afectadas por muchos problemas, y los servicios de salud para la población africana sólo comenzaron a afirmarse como una estrategia de protección de la salud pública (con todas sus implicaciones) especialmente después de la Segunda Guerra Mundial.

      El caso de la influenza y los fantasmas epidémicos

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