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bolita5. La criatura pegó la cara al campo de fuerza y empezó a murmurar en un idioma extraño primero. Después, en español.

      —Huesos, huesos, queridos huesos.

      Los chicos no se movieron, ansiosos y sorprendidos. Las cuencas vacías del animal no parecían mirar a ninguno en particular, pero, de pronto, deslizó el morro por la pared invisible hacia Zoey.

      —Huesos, huesos... Ah, y magia.

      Sin bajar la guardia, ellos intercambiaron una mirada cargada de confusión. No sabían qué esperar y tampoco sabían si era buena idea cerrar el portal. Lo único que lograban comprender era que esa cosa estaba ansiosa por algo que solo Zoey tenía. Creían comprender qué había pasado con los huesos del caballero templario en la armadura vacía.

      —Huele mi magia —dijo ella mientras la criatura aspiraba en su dirección—. ¿Qué diantres es?

      —Da igual. No va a pasar.

      La criatura continuó murmurando y soltando palabras en la mezcla de idiomas que conocía. Evidentemente, había aprendido el español de algunos caballeros; eso se hizo más evidente cuando también dijo cosas en inglés, en francés y en italiano.

      —Los templarios tenían muchos orígenes, ¿verdad? —susurró ella.

      —Esta cosa debe ser de ese mundo. Reconoce la magia, la huele en ti.

      —¿Con eso que tiene por nariz?

      Su estructura era extraña. La cabeza era un cráneo de perro o de algo similar, pero parecía tener una pequeña nariz de chanchito que no se ajustaba al resto de la estructura. También tenía orejas peludas, que salían la parte lisa y blanca de su cabeza. Las patas delanteras las había apoyado también contra el campo de fuerza y daban todavía más espanto porque eran en parte hueso, en parte cartílago y pelo.

      —Habla, entonces ¿razonará?

      —No sé si me importa —respondió Zoey. No le gustaba para nada y, aunque la forma en la que giraba la cabeza parecía la actitud de un perrito, nunca iba a resultarle simpático. No lo quería cerca. Lo mejor sería cerrar el portal para apartar aquella cosa antes de que aparecieran más.

      —Lo intentaré —afirmó Zack.

      —¿Y si hay otros? —siseó ella, retrocediendo un paso—. Se comió a un templario.

      Zack hizo una mueca, pero avanzó hasta el campo de fuerza. El bicho le prestó atención solo por un segundo, con su nariz aún sobre Zoey.

      —Buenos días —saludó él con un tono afable, el bicho giró para verlo—. ¿Hablas o solo repites palabras?

      El extraño ser lo olfateó.

      —No hay huesos —dijo para sí mismo—. No hay huesos ahí.

      —¿Ahí? —replicó Zackary, poniendo los brazos en jarra—. Soy un ejemplar de ser humano, muerto y perfecto. ¿Cómo qué ahí?

      Enseguida, Zoey puso los ojos en blanco; el extraño animal olfateó una vez más.

      —No huele a humano. Ella sí, ella huele a humano, a huesos —contestó, otra vez para sí mismo.

      Con simpleza, Zack se agachó delante de él.

      —Huesos que no vas a obtener. ¿Qué eres? ¿De dónde has salido? ¿Cómo sabes hablar tantos idiomas?

      El bicho arrugó la nariz.

      —Yo salir de aquí. Aquí vivo. No hay muchos huesos, tengo hambre.

      Y, sin dudas, por eso mismo nunca lo dejarían ir más allá del portal. En el mundo que conocían había miles de huesos para que se alimentara.

      —¿Desde cuándo vives aquí? —insistió Zack mientras el bicho se sentaba con aplomo, como si estuviera agotado de olfatear y de jadear tanto.

      —Mucho, mucho.

      —¿Te comiste a esas personas? ¿A los templarios? ¿Hay otros como tú?

      El rabo del animal, de puro hueso también, se agitó.

      —Estoy solo. Y tenía hambre, ellos ya no necesitaban sus huesos. Se habían ido.

      —¿Se habían muerto ya cuando te los comiste? —siguió Zack, curioso, intentando comprender los hechos del pasado. El animal no parecía tan amenazante ahora que se sentaba a hablar con ellos, aunque era feo como él solo.

      —Sí, sí. No me gusta la carne, es demasiado húmeda. Deug, deug —añadió.

      Zackary giró la cabeza lentamente hacia Zoey en busca de una reacción de su parte, pero ella tampoco sabía qué pensar sobre el asunto. La criatura no parecía agresiva, pero ya habían aprendido que nunca había que confiarse.

      Se miraron, confundidos y extrañados, hasta que Zack decidió volvió a buscar una respuesta. El animal otra vez miraba a Zoey, que no decía nada.

      —Y…, entonces ¿hablaste alguna vez con esos hombres?

      —Muchas, muchas. Me traían huesos a cambio de cuidar sus cajas —explicó la criatura—. Un día, no vinieron más. Unos se fueron corriendo, otros se echaron aquí hasta que dejaron de sangrar. Yo esperé a que la carne se fuera. ¿Traen huesos ustedes también?

      Zoey alzó las cejas. Al parecer, el extraño animal era como una mascota para los templarios. Zack, por su parte, hizo un gesto de disgusto, pero continuó, a sabiendas de que allí había pasado algo importante.

      —¿Por qué sangraban esos hombres?

      —«¡Traición!» Eso gritaban. Gritaban: «¡Traición, traición! ¡Horrible traición!» —confesó la criatura, ladeando la cabeza otra vez, como un perrito.

      —Bien —dijo Zack, mientras Zoey se acercaba, despacio—. ¿Sabes qué guardaban esos hombres aquí?

      —Cosas mágicas, cosas secretas. Me pedían que las cuidara, pero igual aquí no hay nada.

      —¿Cosas mágicas como qué? —interrumpió ella desde detrás de Zackary.

      El bicho olfateó en su dirección.

      —Cosas que huelen como ella. ¡Mmm, magia! —expresó.

      Zack asintió, satisfecho.

      —Usaban el dije, guardaban el dije aquí. Claro que reconoce su magia.

      —Sí, eso está claro —replicó ella, cruzándose de brazos—, pero ¿qué más? Al final esto, este sitio en sí, ¿se relaciona con el dije o no?

      Esas teorías parecían ser coherentes y podrían ser ciertas, no sería sensato descartarlas. Después de todo, ellos habían llegado hasta ahí en busca de soluciones y de respuestas al asunto que los aquejaba.

      —¿Qué hay con la piedra filosofal? —dijo Zack, de acuerdo con ella. Luego, se giró hacia el animal consultó—: ¿Sabes lo que es el Lapis Exilis?

      La criatura se rascó la oreja con la pata trasera. Era casi un perro feo.

      —Lapis Exilis es la vida —respondió con naturalidad.

      —Sí, bueno. —Zack hizo un gesto con las manos—. La fuente de la vida eterna, si uno la usa bien, ¿no? Pero ¿lo conoces de verdad?

      —Lapis Exilis nació aquí, como yo.

      Zoey se agachó también, interesada.

      —Entonces ¿lo viste alguna vez?

      —Muchas, muchas. Se fue por muchos años, y regresó, y se fue de vuelta. ¡Y volvió otra vez! —exclamó la criatura, pegando la nariz contra el campo de fuerza, justo delante de ella—. ¿Te quedarás ahora?

      Los chicos fruncieron el ceño.

      —¿Te refieres a ella?

      —Lapis Exilis —asintió el

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