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Escribir cuento. Varios autores
Читать онлайн.Название Escribir cuento
Год выпуска 0
isbn 9788483936641
Автор произведения Varios autores
Жанр Сделай Сам
Издательство Bookwire
Ética para Amador
Fernando Savater
En este fragmento de divulgación filosófica de Savater vemos con claridad cómo el lenguaje abstracto encuentra su territorio en el ensayo. Dicho esto, sin embargo, si ahora cerráis los ojos y pensáis en el texto que habéis leído, ¿qué veis? Los castores, las abejas, las termitas, ¿verdad? Así es. Lo recordamos porque es lo único concreto que hay en el fragmento y nosotros vivimos lo concreto y por eso se nos ha quedado grabado.
Fijar algunos elementos en la memoria del lector es importante en cualquier narración. Si no hacemos que recuerde ciertas cosas, la trama no tendría sentido ni resonancia interna. Por ejemplo, para que el relato de Borges «Funes el memorioso» tenga sentido en su trama, y para que su final se comprenda perfectamente, no bastará decir que el personaje tenía una memoria prodigiosa. Habrá que grabar una imagen en la mente del lector mediante datos concretos.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que solo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera.
«Funes el memorioso»
Jorge Luis Borges
Qué imágenes tan poderosas, ¿no? Seguro que no vamos a olvidar que el personaje era capaz de recordar hasta las líneas de espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de un día concreto. Así, cuando leamos el final del cuento no nos sería difícil imaginar al personaje presa de la tortura de su propia memoria. Funes está postrado en un catre, ya no puede pensar ni dormir, solo recordar detalle por detalle todo lo vivido y lo visto. No es difícil comprender lo que siente Funes y tenerle piedad cuando se dice que, a veces, «también solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente».
4.2. Lo concreto
«Una imagen vale más que mil palabras». Muchas veces hemos oído este proverbio y la mayoría estamos de acuerdo en que es cierto. Sabemos que para explicar una cosa lo mejor es poner ante los ojos de quien escucha un ejemplo claro, visual, en el que se ilustre el sentido de lo narrado.
Cuanto más abstracta es una palabra, más significados posibles tiene y más difícil le será al lector comprender de qué estamos hablando exactamente. Y la narrativa es un trabajo que consiste, como apuntaba Henry James, en mostrar más que en decir. Bien; imaginaos que se afirma, por ejemplo, que Thea era una niña perfecta. Si ahora cerráis los ojos e intentáis visualizar a Thea os va a ser casi imposible, porque se os ha dado el concepto abstracto, una idea que la imaginación no puede «ver», ya que lo abstracto es de difícil visualización.
Igual que vosotros ante el enunciado de que Thea era una niña perfecta, el lector de un texto no podrá ver nada de ella, no sabrá si se refiere a que era bonita o a alguna otra cualidad o aptitud de la niña. Por lo general, el lector no será capaz de imaginársela y no podrá, por tanto, establecer la empatía adecuada con lo narrado. De ningún modo se sentirá implicado.
Vamos a ver ahora cómo Patricia Highsmith nos muestra a una niña de ese tipo en su relato «La perfecta señorita». Fijaos en la cantidad de detalles concretos, visibles, en movimiento, que esta escritora nos muestra para transmitirnos la idea de que Thea era una niña perfecta:
Theodora, o Thea como la llamaban, era la perfecta señorita desde que nació. Lo decían todos los que la habían visto desde los primeros meses de su vida, cuando la llevaban en un cochecito forrado de raso blanco. Dormía cuando debía dormir. Al despertar, sonreía a los extraños. Casi nunca mojaba los pañales. Fue facilísimo enseñarle las buenas costumbres higiénicas y aprendió a hablar extraordinariamente pronto. A continuación, aprendió a leer cuando apenas tenía dos años. Y siempre hizo gala de buenos modales. A los tres años empezó a hacer reverencias al ser presentada a la gente. Se lo enseñó su madre, naturalmente, pero Thea se desenvolvía en la etiqueta como un pato en el agua.
—Gracias, lo he pasado maravillosamente —decía con locuacidad, a los cuatro años, inclinándose en una reverencia de despedida al salir de una fiesta infantil. Volvía a su casa con su vestido almidonado tan impecable como cuando se lo puso. Cuidaba muchísimo su pelo y sus uñas. Nunca estaba sucia, y cuando veía a otros niños corriendo y jugando, haciendo flanes de barro, cayéndose y pelándose las rodillas, pensaba que eran completamente idiotas. Thea era hija única. Otras madres más ajetreadas, con dos o tres vástagos que cuidar, alababan la obediencia y la limpieza de Thea, y eso le encantaba. Thea se complacía también con las alabanzas de su propia madre. Ella y su madre se adoraban.
«La perfecta señorita»
Patricia Highsmith
Otro ejemplo de maravillosa exactitud nos lo da Cortázar en este fragmento de uno de sus relatos:
Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
«Aplastamiento de las gotas»
Julio Cortázar
Todos hemos mirado alguna vez la lluvia sobre un cristal. Puede que nos hayamos entretenido observándolas, quizá durante una tarde aburrida de la infancia, haciendo un largo viaje en autobús o un domingo de otoño… Probablemente no nos hayamos planteado lo que aquí Cortázar muestra —ese juego de las gotas vivas—, pero, sin duda, habremos percibido la loca dinámica de los cauces, los minúsculos ríos y ese caer y estallar del que el texto nos habla. Al leerlo, nuestras vivencias se removerán no solo en la experiencia de haber visto las gotas en el cristal, sino que traerán con ellas toda una carga de sensaciones periféricas que, tal vez, nos acompañaron en aquel momento pasado de una manera tan evocadora.
Del mismo modo, cuando volvamos a tener oportunidad de ver la lluvia sobre el cristal, lo veremos de forma diferente después de haber leído este magnífico texto. Así se establece la empatía, que es nada menos que la identificación mental y afectiva que todos sentimos hacia un buen texto literario.
Claro está que nada de esto podría suceder si no se nos hubieran mostrado imágenes concretísimas destinadas a hacernos ver y, de ese modo, sentir lo narrado. Una buena imagen amplía hasta el infinito las posibilidades de la interpretación de un texto, mientras que las frases abstractas son inertes en sí mismas, puesto que no mueven nuestras emociones ni nuestra capacidad de interpretación.
«No lo digas, muéstralo». No, no digas que algo es esto o lo otro de forma abstracta, muéstralo con hechos y detalles concretos. Ese es el camino de la buena literatura. Porque, cuando el relato se cuenta en términos abstractos, el lector se desconecta ante una invisibilidad que no le permite meterse en la historia, no le emociona y, como resultado, surge el inevitable desinterés.
Un buen texto narrativo se construye a través de la generación de imágenes vívidas en la mente del lector. Como una película llena de detalles en la que podrá sumergirse para vivir una especie de vida paralela.
4.3. El tema