Скачать книгу

tanto del espacio como del paisaje es su poética. Es decir, su calidad de ensueño. Su intensidad, su resonancia, su vibración. En suma, espacios y paisajes que sean imaginados muy a fondo. Incluso en su más allá.

      Y con esto del más allá —antes de poner cara de póker— nos referimos a que, tanto en la geografía como en la paisajística, debe aflorar también su carácter de ciencia oculta. Cuando, por principio metafísico, decimos que nuestros personajes «son arrojados al mundo», son arrojados a un espacio y a un paisaje con una serie de características físicas y sensoriales: túneles, terciopelos, búcaros de camelias, tufaradas de coliflor, esmog, atardeceres, mampostería.

      Además de reunir todas estas propiedades empíricas, los espacios y los paisajes literarios son un acopio de sensibilidades psíquicas y metafísicas: fuerzas ocultas, energías míticas, patologías, complejos históricos, campos magnéticos de emotividad, vidas anteriores. También nos referimos a que deben contener y reflejar el alma de nuestros personajes. Tendrían que ser correlato objetivo del mundo interior del personaje.

      6.1. La ciudad es la que debe ser juzgada

      Empecemos este apartado con unos versos de «La ciudad», un poema de Konstantinos Kavafis:

      No hay tierra nueva, amigo mío, ni mar nuevo,

      pues la ciudad te seguirá.

      La ciudad es una jaula.

      A lo largo de su tetralogía de El cuarteto de Alejandría, Lawrence Durrell cuenta una misma historia desde el punto de vista de cuatro personajes —Justine, Balthazar, Mountolive y Clea—, dominada por el influjo de una voz ventral: Alejandría, la ciudad. Allí, Alejandría no solo figura como telón de fondo, sino como ese inconsciente en el que se proyectan tórridas pasiones, elucubraciones febriles —todas esas «investigaciones del amor moderno» que se proponía Durrell— así como el pathos y el destino de los personajes. La ciudad, en sí misma, se impone como la protagonista indiscutible de El cuarteto. Ya en la primera página de Justine, el primero de la serie, Durrell preconiza por qué es la ciudad la que debe ser juzgada.

      De noche [...], enciendo una lámpara y doy vueltas en la habitación pensando en mis amigos, en Justine y en Nessim, en Melissa y Balthazar. Retrocedo paso a paso en el camino del recuerdo para llegar a la ciudad donde vivimos todos un lapso tan breve, la ciudad que se sirvió de nosotros como si fuéramos su flora, que nos envolvió en conflictos que eran suyos y creímos equivocadamente nuestros, la amada Alejandría.

      Justine

      Lawrence Durrell

      Durrell desarrolla una profunda y sostenida meditación política, histórica y poética sobre la ciudad, a partir de la cual nos va develando esa radiografía psíquica de los diferentes personajes en cuanto a «hijos de la ciudad». Para Durrell, los personajes no son otra cosa más que «funciones», secreciones espontáneas del paisaje. Aunque la Alejandría de El cuarteto se sitúa temporalmente en el periodo de entreguerras, la aureola caída de la ciudad mítica irradia no solo sus fulgores, sino sus fluidos y sus hieles.

      Durrell traza una ciudad laberíntica, en la que quedan representadas lo que George Steiner ha llamado «las oscilaciones del deseo» y «una geografía de lo erótico». Desplegando el mapa de la Alejandría de Durrell, Steiner nos muestra cómo la ciudad descarga en sus personajes esa alta tensión sexual y espiritual, ese potente sincretismo de «cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones y más de cinco sexos»:

      Clea contiene, en miniatura, una tragedia de la pasión homosexual tan contundente como la que pueda hallarse en Proust. Mountolive es atraído hasta una casa de ajadas infantes rameriles que se ciernen sobre él como murciélagos. Mernlik, el jefe de policía, es un sádico refinado. Encontramos fetichistas y transformistas, rituales fálicos y lubricidades privadas. La historia de amor más seria de toda la novela, el intenso amor entre Pursewerden y Liza, es una historia incestuosa.

      Lawrence Durrell y la novela barroca

      George Steiner

      «La ciudad es la que debe ser juzgada». La sentencia de Durrell queda temblando en el aire como un toque de alba al que se une la voz profética del poeta de la ciudad: «La ciudad es una jaula». Y ahora desafiemos esta profecía de Kavafis.

      6.2. El correlato objetivo

      Con el fin de conseguir una construcción física y metafísica del espacio, os proponemos el criterio del correlato objetivo de T. S. Eliot. Para entrar sin ambages en el concepto, el propio autor lo define como una serie de objetos, situaciones, experiencias sensoriales y hechos concatenados del mundo exterior que, a través de un proceso de simbolización, contribuyen a crear una determinada emoción en el texto literario. Como apuntábamos en el capítulo 3, es evidente que paisaje y espacio, constituyen posibilidades claves del correlato objetivo para representar el mundo interior de nuestros personajes, sus deseos, sus conflictos y su porvenir.

      Veamos el siguiente ejemplo que nos brinda Proust. La voz narrativa nos sitúa en la intimidad de una de esas habitaciones nimbadas y miríficas de su infancia en Cornualles:

      Estaba aquel aire saturado por lo más exquisito de un silencio tan nutritivo y suculento, que yo andaba por allí casi con golosina (…); daba unos pasos del reclinatorio a las butacas de espeso terciopelo con sus cabeceras de crochet; y la lumbre, cociendo, como si fuera una pasta, los apetitosos olores cuajados en el aire de la habitación, y que estaban ya levantados y trabajados por la frescura soleada y húmeda de la mañana, los hojaldraba, los doraba, les daba arrugas y volumen para hacer un invisible y palpable pastel provinciano.

      Por el camino de Swann

      Marcel Proust

      Estamos ante un fragmento de potente evocación poética. Tanto sus objetos como el maridaje entre luz, lumbre y olor —esa variada sinestesia que construye el autor— hacen las veces de un correlato objetivo de la memoria y la emoción del personaje. Podemos intuir ese más allá del que os hablábamos, ciñéndonos a la instantánea.

      Por el reclinatorio inferimos que el personaje se desenvuelve en un entorno devoto, mientras que «las butacas de espeso terciopelo» son indicio de una clase social posiblemente burguesa o aristocrática. A continuación, toda la imagen final en la que la lumbre soleada de la mañana cuaja, hojaldra y dora los olores de la habitación, metaforizándolos en ese pastel «invisible y palpable», nos arroja sucesivas pistas sobre la emotividad del personaje, su carácter sensible, su mirada poética y sus más melancólicos ensueños de infancia. Asimismo, este fragmento contiene —como todas las células de la novela— los cromosomas del deseo y del conflicto del personaje de Proust:

      Esa pulsión por la búsqueda de un tiempo perdido, a través de las coyunturas de la memoria.

      La pasión de los celos del niño por la madre.

      ¿A que ni las cartas del Tarot os habían dicho tanto sobre un personaje como esta estampa?

      Al correlato objetivo del paisaje y del espacio pueden adscribirse algunas de las siguientes funciones que reforzaremos a partir del citado ejemplo, como si apuntáramos palabras y frases para un futuro análisis:

      Caracterizar al personaje (psicología, estatus social, patologías, obsesiones). Personaje sensible, emotivo. Psicología dominada por el complejo materno y los celos por la madre. Estatus social alto y culto.

      Reflejar una circunstancia emocional del personaje. Melancolía. Constante sentimiento de pérdida de un tiempo anterior.

      Aportar información sobre su pasado (sin la coma) o su presente, y prefigurar su porvenir. Infancia en provincia. Añoranza y evocación recurrente de la niñez.

      Exponer su mundo interior. Mirada poética, sofisticada sensibilidad. Recogimiento interior. Espíritu sensual e imaginativo. Imágenes maternales (la casa, las estancias luminosas, el pastel

Скачать книгу