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mañana se levantó y fue a buscar al amigo al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre:

      —El amigo se murió.

      —Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar.

      El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. «Él volverá», pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar.

      —Entra, niño, que llega el frío —dijo la madre.

      «El niño al que se le murió el amigo»

      Ana María Matute

      Como podemos ver en este ejemplo, la historia ocurre en orden cronológico, por lo que ambos tiempos mantienen una relación de concordancia. Los hechos se narran en el orden en el que ocurrieron.

      Discordancia

      Dentro de este tipo de relación encontramos dos apartados. Veremos primero un ejemplo de retrospección (también conocida como flashback o analepsis) y después otro de anticipación (o flashforward o prolepsis).

      En el siguiente relato de Sławomir Mrożek, todo lo que se narra después del «Apenas una hora antes» del segundo párrafo hasta el final de la cita es una retrospección. Se nos cuenta algo que había pasado anteriormente (la cursiva es nuestra):

      Alexander Bytomski, jefe de comedor del restaurante Extra Lux, se dio de morros al ir a servir unas pechugas de pollo a unos clientes en el altillo y las pechugas fueron a parar al parqué.

      Uno de los testigos de lo ocurrido era alumno de la Escuela Gastronómica Estatal. Un tal Wawrzonkiewicz. Apenas una hora antes, Bytomsky le había arreado una dolorosa patada y lo había insultado verbalmente en el pasillo entre la cocina y los comedores.

      «La profecía»

      Sławomir Mrożek

      En este otro ejemplo que veremos a continuación, de Juan Gómez Bárcena, el caudillo guti, Urkadunna, que se encuentra dentro del templo acadio que acaba de conquistar, ve en los mosaicos la historia pasada de la ciudad y, además, la historia futura. A partir del punto en el que ve a un hombre morir atrapado en una cámara sellada y hasta el final del relato, el texto se convierte en una anticipación tras otra de lo que le va a suceder al caudillo y a su pueblo. Al final del texto, cuando Urkadunna se da cuenta de que aquel hombre encerrado es él mismo, la historia vuelve al presente, a la cámara sellada, y el relato finaliza:

      Vio en un mosaico inmenso la batalla que acababan de vencer y su propia espada cercenando los cuerpos enemigos. Vio la larga fila de los sacerdotes acadios decapitados al pie de sus propios templos. Vio las casas ardiendo como teas, los guerreros sucios violando mujeres con olor a perfume y cientos de fosos cegados por los cadáveres.

      Vio a un hombre atrapado en una cámara sellada, sacudido por los últimos estertores de la sed o el hambre, y no pudo asociar la escena a ningún recuerdo.

      Y más tarde vio miles de cadáveres acadios devorados por los buitres y cientos de guerreros guti vistiendo túnicas perfumadas y apliques de oro.

      La ciudad completamente arrasada, el zigurat saqueado y a los hijos de sus guerreros despojados de sus túnicas y sus riquezas, malviviendo entre los escombros de la antaño poderosa Acad.

      «Zigurat»

      Juan Gómez Bárcena

      Ya sabemos diferenciar las relaciones de orden, pero ¿qué conseguimos escribiendo un texto en el que el orden del tiempo del relato y el de la historia son concordantes? O al revés: ¿qué conseguimos si son discordantes? Una relación de concordancia puede servir para evitar que el lector se confunda en historias de cierta complejidad narrativa y siga sin problema lo que quiera transmitir el autor. Por otro lado, los relatos con una relación de discordancia pueden servir para atraer al lector desde la primera línea, empezando in medias res, y después ponerle poco a poco en antecedentes de lo que está sucediendo usando retrospecciones (como ocurre en el cuento de «El rastro de tu sangre en la nieve»). Es decir, para añadir o repetir información relevante.

      También podemos aumentar o generar intriga empleando anticipaciones, haciendo que el lector se interese por lo que va a pasar, o por cómo va a pasar, y siga leyendo. O, como hemos visto en el ejemplo de Juan Gómez Bárcena, poner en perspectiva determinadas acciones que van a ocurrir en el relato para provocar un efecto concreto en el lector.

      7.2.1.2 Duración

      La relación en términos de duración entre el tiempo de la historia y el tiempo del discurso no es otra cosa que la dilatación o la contracción de las acciones narradas en el texto. Es decir, que las acciones puedan aparecer contadas tal y como sucedieron, aparecer dilatadas, aparecer resumidas o no aparecer.

      Para cada una de esas opciones contaremos con una herramienta distinta. Nos limitaremos a mencionarlas brevemente, pero volveremos a ellas:

      Si las acciones aparecen tal y como sucedieron, hablamos de una escena. En ella el tiempo externo y el interno son prácticamente iguales.

      Si las acciones aparecen resumidas o acortadas hablaremos de un resumen. En un resumen se nos suelen presentar varias acciones cuya duración es mayor a la presentada en el texto.

      Si lo que aparece es un salto temporal en el que el narrador omite mencionar qué ha pasado, estaremos hablando de una elipsis. Las elipsis pueden aparecer marcadas en el texto o no hacerlo. Algunos marcadores comunes son los que señalan el tiempo transcurrido. Por ejemplo: «a la mañana siguiente», «dos días después», «muchos años más tarde», etcétera.

      Si lo que queremos es alargar una acción, tendremos que detener el tiempo del relato. Para ello podemos usar una pausa descriptiva, una digresiva, un análisis o un monólogo interior.

      7.2.1.3 Frecuencia

      La frecuencia entre el tiempo de la historia y el del discurso hace referencia al número de veces que aparece un hecho relatado en el texto y el número de veces que sucede dicho acontecimiento. En función de ello nos encontramos con dos tipos de frecuencia:

      —Hábitos: acciones o hechos que suceden de forma repetida o continuada. Pueden aparecer una sola vez relatados en la historia o varias veces.

      En el relato «Macario», de Juan Rulfo, aparecen muchas acciones habituales de forma recurrente. ¿De qué depende? En la historia se nos habla de la vida de Macario, un niño que vive con su madrina y con Felipa. Para que el lector pueda apreciar la diferencia entre ambas mujeres, el autor nos muestra una serie de hábitos que realiza cada una. Por ejemplo, se nos dice que Felipa es la que le da de comer y la madrina la que lo regaña. Alguno de estos hábitos aparecen repetidos varias veces (el hecho de que Macario, cuando come, no se siente saciado nunca). Aquí la intención del autor no es otra que la de hacer hincapié en un aspecto importante del relato. No solo nos narra una situación extrema (el niño siempre tiene hambre), sino que además nos muestra la insatisfacción y la frustración tanto suya como de Felipa.

      Es un relato narrado con la voz de Macario, por lo que su punto de vista nos muestra una realidad un tanto distorsionada. Para que el lector comprenda lo que pasa sin ser explicativos, es necesario repetir las acciones.

      Si queremos narrar este tipo de hechos es aconsejable emplear los tiempos verbales imperfectos, ya que dan la sensación de repetición (cantaba, dormía, salía, etcétera).

      —Acciones únicas: acciones o hechos que suceden una sola vez. En función de la intención del autor, pueden aparecer narradas varias veces o solo una.

      El cuento «Bernardino», de Ana María Matute, se divide en dos partes distintas. La primera parte, de presentación, en

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