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persona» —un concepto abstracto que no genera ninguna imagen en la mente del lector—, será mejor decir «Lucía está ahí siempre que la necesitas»; o, mejor aún, escribir una escena en la que Lucía ayude a alguien que está en apuros. En vez de afirmar que «Bob Dylan es un cantante que todavía tiene éxito», es preferible que mostremos cómo coge la guitarra, cómo se mueve en la escena. Así el lector lo verá; y será él quien deduzca, a partir de esas imágenes concretas, la idea abstracta: «Bob Dylan es un gran cantante que todavía tiene éxito».

      5.2. La importancia del detalle

      5.2.1. Siempre un objeto, siempre un lugar

      «Son los detalles físicos los que nos arrastran a la historia, los que nos hacen creer u olvidarnos de descreer o aceptar el relato oral, aceptar la mentira aunque nos riamos abiertamente de ella», dice John Gardner.

      Son los detalles oportunos, e incluso los inoportunos, los que hacen coherente el relato. Y los que mejor funcionan son los que aparecen en el desarrollo de la acción. En vez de decir que alguien es glotón debemos rodearlo de comida o mostrar con un detalle el ansia con que come. El detalle siempre es más rico que la explicación.

      Podemos articular la escena sobre un objeto o un espacio. De este modo, la ficción se vuelve plástica, viva, y a la vez se hace simbólica. Como dice Italo Calvino: «Desde que aparece un objeto este se carga de significados. Es un nudo en una red de relaciones invisibles, un objeto magnético, mágico». Ya lo hemos visto en el primer ejemplo: las tazas, las tostadas, el brazo más perfecto hacen, casi sin que lo notemos, que el relato de A y B se vea mejor.

      También podemos utilizar una manera de ver los objetos desde otro sitio. De un modo que, además de concretar la escena, dé un significado añadido al relato. En la segunda parte de la novela La mujer justa, de Sándor Márai, en vez de describir a la criada, describe su habitación. Al principio nos sorprende el detalle y la delicadeza con los que recorre el tamaño, las paredes, el armario, la cama y la mesilla donde vive esa mujer. De pronto nos damos cuenta: a través de ese dormitorio, nos está describiendo a un personaje que va a ser central en el relato.

      Igual sucede en Incendios, la novela corta de Richard Ford, cuando el niño narrador describe la habitación del personaje que va a convertirse en el amante de su madre:

      Era el dormitorio de Warren Miller. Las paredes eran azul claro, y había una gran cama con una colcha blanca y una cabeza de perfil curvo, y una pequeña cómoda con un televisor encima de ella. Sobre la mesilla de noche vi un grueso billetero y unas monedas, y junto a ellas un papel doblado en el que estaba escrito el nombre de mi madre y nuestro número de teléfono.

      Debajo aparecía, subrayado, el nombre de mi padre, y más abajo mi propio nombre —Joe— con una casilla al lado.

      Incendios

      Richard Ford

      El niño recorre después el cuarto de baño y lo describe. Luego abre el armario ropero. Todo está en perfecto orden: la ropa, las fotografías y hasta el aparato que Miller usa para andar, porque es un herido de guerra.

      El fragmento no es más que una descripción morosa de la habitación, el armario y la mesilla de un hombre, un exmilitar que vive solo. Pero la curiosidad del niño, la música de baile, las voces de la pareja y los objetos encontrados en la mesilla, hacen que el orden particular de la habitación de ese hombre se rompa. Esa ruptura produce que el lector viva en medio del relato como si asistiera en ese mismo momento a la escena que se está desarrollando y a los sentimientos no expresados del narrador. También el condón y la pistola —que describirá después— están señalando, sin decirlo, el tipo de persona que puede ser Warren Miller.

      5.2.2. El detalle imprevisto

      Otra manera de hacer ver al lector una escena es obligarle a mirarla con un punto de vista original. Como dice Ángel Zapata en su libro fundamental La práctica del relato, hacer visible es también «transmitir ese lado insospechado de los sucesos más corrientes, los objetos humildes, los gestos de todos los días».

      Para que el lector fije la atención en la historia, podemos introducir un elemento imprevisto. Además de ser preciso e ir al detalle, es importante huir de lo predecible, de lo gastado. En Nuestros ayeres, de Natalia Ginzburg, se describe un personaje que va a ser importante en la historia. Veamos la primera descripción:

      Cenzo Rena era alto y gordo, con una cara que era todo pelos, bigotes y cejas, y luego las gafas con montura de concha.

      […]

      Por las mañanas, nada más despertarse, enseguida se ponía a fumar, a beber, a comer atún en aceite y a escribir a toda prisa un rimero de cartas. Se le cayó un frasco de tinta china encima de la alfombra de su cuarto y la señora María se tomó mucho trabajo restregando aquella mancha con leche y miga de pan, pero no se quitaba, una alfombra tan bonita y echada a perder para siempre. Y Cenzo Rena la miraba mientras estaba frotando y decía que aquella mancha era como la de Lady Macbeth, que ni con todos los perfumes de Arabia juntos la podían quitar. Pero hasta Ippolito se quedó molesto por lo de la alfombra, no decía nada, pero se veía que le había fastidiado.

      Nuestros ayeres

      Natalia Ginzburg

      En esta primera descripción, Cenzo empieza a tomar cuerpo como personaje cuando mancha la alfombra. Son esos dos detalles distintos los que le marcan y le hacen visible.

      Ha pasado el tiempo y el fascismo está en el poder. Los alemanes han invadido el pueblo. Ahora Cenzo Rena es el alcalde y va a entregarse para salvar al resto del pueblo. Veamos la última descripción. Sigue habiendo una mancha, pero en este nuevo texto podemos notar su evolución a través del relato. Y si lo vemos es a través de los detalles.

      Cenzo Rena seguía tocándose de vez en cuando aquel sitio de la espalda por donde le entraba el miedo a morir. Una mancha de piel muy débil y muy fría. Ahora la mancha se había ido extendiendo poco a poco, ahora casi toda la espalda la tenía débil y fría. Pero, de pronto, por la rendija del portal entornado, vio pasar la pierna del hombre sacacorchos que salía corriendo y le dijo adiós a aquella pierna feliz que escapaba. Y pensó que si había un Dios le daba las gracias por la felicidad de aquella pierna, no sabía si existía o no pero de todas maneras le daba las gracias.

      Nuestros ayeres

      Natalia Ginzburg

      Aquí, lo impredecible, lo que nos hace fijarnos en ese personaje que ya conocemos, es esa pierna que huye mientras Cenzo Rena y Franz están a punto de morir.

      Pero hay autores que van más allá. Ray Bradbury, en «Encuentro nocturno», nos muestra lo que es dar una vuelta de tuerca al manejo de lo imprevisible. El cuento se desarrolla en Marte. Tomás Gómez se detiene en una estación de gasolina y pregunta al viejo que le atiende:

      —¿Le gusta Marte?

      —Muchísimo. Siempre hay algo nuevo. Cuando llegué aquí el año pasado, decidí no esperar nada, no preguntar nada, no sorprenderme por nada. Tenemos que mirar las cosas de aquí, y qué diferentes son. El tiempo, por ejemplo, me divierte muchísimo. Es un tiempo marciano. Un calor de mil demonios de día y un frío de mil demonios de noche. Y las flores y la lluvia, tan diferentes. Es asombroso. Vine a Marte a retirarme, y busqué un sitio donde todo fuera diferente. Un viejo necesita una vida diferente. Los jóvenes no quieren hablar con él, y con los otros viejos se aburre de un modo atroz. Así que pensé: lo mejor será buscar un sitio tan diferente que uno abre los ojos y ya se entretiene. Conseguí esta estación de gasolina.

      «Encuentro nocturno»

      Ray Bradbury

      Con esta introducción, Bradbury prepara al lector para que tome como normales cosas diferentes. Pero aun así, en el transcurso del cuento, consigue sorprenderle. Más adelante, Tomás se encuentra con un marciano y este es el diálogo que tiene lugar:

      Tomás

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