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dime, noche amiga, amada vieja,

      que me traes el retablo de mis sueños

      siempre desierto y desolado, y sólo

      con mi fantasma dentro,

      mi pobre sombra triste

      sobre la estepa y bajo el sol de fuego,

      o soñando amarguras

      en las voces de todos los misterios,

      dime, si sabes, vieja amada, dime

      si son mías las lágrimas que vierto!

      Me respondió la noche:

      Jamás me revelaste tu secreto.

      Yo nunca supe, amado,

      si eras tú ese fantasma de tu sueño,

      ni averigüé si era su voz la tuya,

      o era la voz de un histrión grotesco.

      Dije a la noche: Amada mentirosa,

      tú sabes mi secreto;

      tú has visto la honda gruta

      donde fabrica su cristal mi sueño,

      y sabes que mis lágrimas son mías.

      y sabes mi dolor, mi dolor viejo.

      ¡Oh! Yo no sé, dijo la noche, amado,

      yo no sé tu secreto,

      aunque he visto vagar ese que dices

      desolado fantasma, por tu sueño.

      Yo me asomo a las almas cuando lloran

      y escucho su hondo rezo,

      humilde y solitario,

      ese que llamas salmo verdadero;

      pero en las hondas bóvedas del alma

      no sé si el llanto es una voz o un eco.

      Para escuchar tu queja de tus labios

      yo te busqué en tu sueño,

      y allí te vi vagando en un borroso

      laberinto de espejos.

      ji

      (1907, edición final en 1919)

      7

      XXXVIII

      frente a mi ventana.

      Entre los jazmines

      y las rosas blancas

      de un balcón florido,

      vi las dos hermanas.

      La menor cosía,

      la mayor hilaba...

      Entre los jazmines

      y las rosas blancas,

      la más pequeñita,

      risueña y rosada

      —su aguja en el aire—,

      miró a mi ventana.

      La mayor seguía,

      silenciosa y pálida,

      el huso en su rueca

      que el lino enroscaba.

      Abril florecía

      frente a mi ventana.

      Una clara tarde

      la mayor lloraba,

      entre los jazmines

      y las rosas blancas,

      y ante el blanco lino

      que en su rueca hilaba.

      — ¿Qué tienes? —le dije—,

      silenciosa y pálida,

      señaló el vestido

      que empezó la hermana.

      En la negra túnica

      la aguja brillaba;

      sobre el blanco velo,

      el dedal de plata.

      Señaló a la tarde

      de abril que soñaba,

      mientras que se oía

      tañer de campanas.

      Y en la clara tarde

      me enseñó sus lágrimas...

      Abril florecía

      frente a mi ventana.

      Fue otro abril alegre

      y otra tarde plácida.

      El balcón florido

      solitario estaba ...

      Ni la pequeñita

      risueña y rosada,

      ni la hermana triste,

      silenciosa y pálida,

      ni la negra túnica,

      ni la toca blanca ...

      Tan sólo en el huso

      el lino giraba

      por mano invisible,

      y en la obscura sala

      la luna del limpio

      espejo brillaba ...

      Entre los jazmines

      y las rosas blancas

      del balcón florido,

      me miré en la clara

      luna del espejo

      que lejos soñaba...

      Abril florecía

      frente a mi ventana.

       XXXIX

      ¡Ay del que llega sediento

      a ver el agua correr,

      y dice: la sed que siento

      no me la calma el beber!

      ¡Ay de quien bebe y, saciada

      la sed, desprecia la vida:

      moneda al tahúr prestada,

      que sea al azar rendida!

      Del iluso que suspira

      bajo el orden soberano,

      y del que sueña la lira

      pitagórica en su mano.

      ¡Ay del noble peregrino

      que se para a meditar,

      después de largo camino

      en el horror de llegar!

      ¡Ay de la melancolía

      que llorando se consuela,

      y de la melomanía

      de un corazón de zarzuela!

      ¡Ay de nuestro ruiseñor,

      si en una noche serena

      se

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