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que vuela,

      —que todo es volar— sonoras

      rebotando en los cristales

      en los días otoñales ...

      Moscas de todas las horas,

      de infancia y adolescencia,

      de mi juventud dorada;

      de esta segunda inocencia,

      que da en no creer en nada,

      de siempre... Moscas vulgares,

      que de puro familiares

      no tendréis digno cantor:

      yo sé que os habéis posad o

      sobre el juguete encantado,

      sobre el librote cerrado,

      sobre la carta de amor,

      sobre los párpados yertos

      de los muertos.

      Inevitables golosas,

      que ni labráis como abejas

      ni brilláis cual mariposas;

      pequeñitas, revoltosas;

      vosotras, amigas viejas,

      me evocáis todas las cosas.

      XLIX

      Recuerdo que una tarde de soledad y hastío

      ¡oh tarde como tantas!, el alma mía era,

      bajo el azul monótono, un ancho y terso río

      que ni tenía un pobre juncal en su ribera.

      ¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia

      que borra el misterioso azogue del cristal!

      ¡Oh el alma sin amores que el Universo copia

      con un irremediable bostezo universal!

      R

      Quiso el poeta recordar a solas;

      las ondas bien amadas, la luz de los cabellos

      que él llamaba en sus rimas rubias olas.

      Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos...

      Y un día —como tantos— al aspirar un día

      aromas de una rosa que en el rosal se abría,

      brotó como una llama la luz de los cabellos

      que él en sus madrigales llamaba rubias olas,

      brotó, porque un aroma igual tuvieron ellos...

      Y se alejó en silencio para llorar a solas.

      L

      Como atento no más a mi quimera

      no reparaba en torno mío, un día

      me sorprendió la fértil primavera

      que en todo el ancho campo sonreía.

      Brotaban verdes hojas,

      de las hinchadas yemas del ramaje,

      y flores amarillas, blancas, rojas,

      alegraban la mancha del paisaje.

      Y era una lluvia de saetas de oro,

      el sol sobre las frondas juveniles;

      del amplio río en el caudal sonoro

      se miraban los álamos gentiles.

      Tras de tanto camino es la primera

      vez que miro brotar la primavera,

      dije, y después, declamatoriamente:

      — ¡Cuan tarde ya para la dicha mía!-

      Y luego, al caminar, como quien siente

      alas de otra ilusión: —Y todavía

      ¡yo alcanzaré mi juventud un día!

      LI

      Lejos de tu jardín quema la tarde

      inciensos de oro en purpurinas llamas,

      tras el bosque de cobre y de ceniza.

      En tu jardín hay dalias.

      ¡Malhaya tu jardín!... Hoy me parece

      la obra de un peluquero,

      con esa pobre palmerilla enana,

      y ese cuadro de mirtos recortados...

      y el naranjito en su tonel... El agua

      de la fuente de piedra

      no cesa de reír sobre la concha blanca.

      LII

      ¿Sevilla? ... ¿Granada? ... La noche de luna,

      blancas paredes y obscuras ventanas.

      Cerrados postigos, corridas persianas ...

      El cielo vestía su gasa de abril.

      Un vino risueño me dijo el camino.

      Yo escucho los áureos consejos del vino,

      el vino es a veces escala de ensueño.

      Abril y la noche y el vino risueño

      ataron en coro su salmo de amor.

      La calle copiaba, con sombra en el muro,

      el paso fantasma y el sueño maduro

      de apuesto embozado, galán caballero:

      espada tendida, calado sombrero...

      La luna vertía su blanco soñar.

      Como un laberinto mi sueño torcía

      de calle en calleja. Mi sombra seguía

      de aquel laberinto la sierpe encantada,

      en pos de una oculta plazuela cerrada.

      La luna lloraba su dulce blancor.

      La casa y la clara ventana florida,

      de blancos jazmines y nardos prendida,

      más blancos que el blanco soñar de la luna...

      -”Señora, la hora, tal vez importuna...

      ¿Que espere? (La dueña se lleva el candil.)

      Ya sé que sería quimera, señora,

      mi sombra galante buscando a la aurora

      en noches de estrellas y luna, si fuera

      mentira la blanca nocturna quimera

      que usurpa a la luna su trono de luz .

      ¡Oh dulce señora, más cándida y bella

      que la solitaria matutina estrella

      tan clara en el cielo! ¿Por qué silenciosa

      oís mi nocturna querella amorosa?

      ¿Quién hizo, señora, cristal vuestra voz?...

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