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cuando yo era niño la soñaba—.

      Y en la guitarra, resonante y trémula,

      la brusca mano, al golpear, fingía

      el reposar de un ataúd en tierra.

      Y era un plañido solitario el soplo

      que el polvo barre y la ceniza avienta.

      XV

      el sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.

      ¿No ves, en el encanto del mirador florido,

      óvalo rosado de un rostro conocido?

      La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo,

      surge o se apaga como daguerrotipo viejo.

      Suena en la calle sólo el ruido de tu paso;

      se extinguen lentamente los ecos del ocaso.

      ¡Oh, angustia! Pesa y duele el corazón ... ¿Es ella?

      No puede ser... Camina... En el azul, la estrella.

      XVI

      cerca de mí, en negro manto

      mal cubierto el desdeñoso

      gesto de tu rostro pálido.

      No sé adonde vas, ni dónde

      tu virgen belleza tálamo

      busca en la noche. No sé

      qué sueños cierran tus párpados,

      ni de quién haya entreabierto

      tu lecho inhospitalario.

      R

      Detén el paso, belleza

      esquiva, detén el paso.

      Besar quisiera la amarga,

      amarga flor de tus labios.

      XVII

      En una tarde clara y amplia como el hastío,

      cuando su lanza blande el tórrido verano,

      copiaban el fantasma de un grave sueño mío

      mil sombras en teoría, enhiestas, sobre el llano.

      La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,

      era un cristal de llamas, que al infinito viejo

      iba, arrojando el grave soñar en la llanura...

      Y yo sentí la espuela sonora de mi paso

      repercutir lejana en el sangriento ocaso,

      y más allá, la alegre canción de un alba pura.

      XVIII

      Para el libro La casa de la primavera

      de Gregorio Martínez Sierra

      Maldiciendo su destino

      como Glauco, el dios marino,

      mira, turbia la pupila

      de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen Scyla.

      El sabe que un Dios más fuerte

      con la sustancia inmortal está jugando a la muerta,

      cual niño bárbaro. Él piensa

      que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,

      antes de perderse, gota

      de mar en la mar inmensa.

      En sueños oyó el acento de una palabra divina;

      en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina,

      sin odio ni amor, y el frío

      soplo del olvido sabe, sobre un arenal de hastío.

      Bajo las palmeras del oasis el agua buena

      miró brotar de la arena;

      y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros animales carniceros...

      Y supo cuánto es la vida hecha de sed y de dolor.

      Y fue compasivo para el ciervo y el cazador,

      para el ladrón y el robado,

      para el pájaro azorado,

      para el sanguinario azor.

      Con el sabio amargo dijo: Vanidad de vanidades,

      todo es negra vanidad;

      y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades: sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.

      Y viendo cómo lucían

      miles de blancas estrellas,

      pensaba que todas ellas

      en su corazón ardían.

      ¡Noche de amor!

      Y otra noche

       sintió la mala tristeza

      que enturbia la pura llama,

       y el corazón que bosteza,

      y el histrión que declama.

      Y dijo: Las galerías

      del alma que espera están

      desiertas, mudas, vacías:

      las blancas sombras se van.

      Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado

      del ayer. ¡Cuan bello era!

      ¡Qué hermosamente el pasado

      fingía la primavera,

      cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,

      mísero fruto podrido,

      que en el hueco acibarado

      guarda el gusano escondido!

      ¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,

      arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!

      XIX

      claras plazoletas,

      fuente verdinosa

      donde el agua sueña,

      donde el agua muda

      resbala en la piedra!...

      Las hojas de un verde

      mustio, casi negras

      de la acacia, el viento

      de septiembre besa,

      y se lleva algunas

      amarillas, secas,

      jugando, entre el polvo

      blanco de la tierra.

      Linda doncellita,

      que

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