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entré en la librería y compré una antología de los “códigos negros”. Se me hace que tengo la obligación de traducir varios artículos del instrumento sancionado por el Rey Sol en marzo de 1685.

      Luis, por la gracia de Dios rey de Francia y de Navarra,

      A todos, los presentes y futuros, salud.

      Preámbulo

      Puesto que debemos por igual nuestros cuidados a todos los pueblos que la divina providencia ha puesto bajo nuestra obediencia, hemos querido hacer examinar en nuestra presencia las memorias que nos fueron enviadas por parte de nuestros oficiales en las islas de América. Merced a ellas nos hemos informado acerca de la necesidad que dichos oficiales tienen de nuestra autoridad y de nuestra justicia para mantener allí la disciplina de la Iglesia católica, apostólica y romana, para regular cuanto concierne al Estado y a la calidad de los esclavos en tales islas, deseando satisfacerlos y hacerles conocer, aunque habiten climas infinitamente alejados del de nuestra morada habitual, que podrán considerarnos siempre presentes, no sólo por la extensión de nuestro poder, sino también por la prontitud de nuestra aplicación para socorrerlos en sus necesidades.

      Por tales causas, según la opinión de nuestro consejo y de cierta ciencia, llena del poder y la autoridad real, por la cual dijimos, establecimos y ordenamos, decimos, establecemos y ordenamos lo que sigue:

      [...]

      Art. 2. Todos los esclavos que se encuentren en nuestras islas serán bautizados e instruidos en la religión católica, apostólica y romana. [...]

      Art. 6. Exigimos a todos nuestros súbditos, de cualquier calidad y condición que sean, que observen los días de domingos y fiestas, guardados por nuestros súbditos de la religión católica, apostólica y romana. Les prohibimos trabajar o hacer trabajar a sus esclavos los dichos días, desde la hora de la medianoche hasta la medianoche siguiente, en el cultivo de la tierra, en la manufactura de los azúcares y de cualquier otra empresa, bajo pena de multa y castigo arbitrario contra los amos y confiscación tanto de los azúcares cuanto de los esclavos que sean sorprendidos por nuestros oficiales en el trabajo.

      Art. 7. Les prohibimos asimismo tener mercado de negros o de cualquier otra mercadería aquellos mismos días. [...]

      Art. 10. Los hombres libres que hayan tenido uno o varios niños de su concubinato con esclavas, junto con los amos de las que lo hayan sufrido, serán condenados a una multa de 2 000 libras de azúcar, y si además son los amos de la esclava de la cual hayan tenido los dichos niños, queremos que, amén de la multa, sean privados de la esclava y de los niños y que ella y ellos sean adjudicados al hospital sin que nunca puedan ser liberados. [...]

      Art. 12. Los niños que nazcan de matrimonios entre esclavos serán esclavos y pertenecerán a los amos de las mujeres esclavas y no a los de sus maridos, si el marido y la mujer tuviesen amos diferentes.

      Art. 13. Queremos que, si el marido esclavo se ha casado con una mujer libre, los niños, así sean varón o hembra, sigan la condición de su madre y sean libres como ella, a pesar de la servidumbre de su padre, y que si el padre es libre y la madre, esclava, los hijos sean del mismo modo esclavos. [...]

      Art. 27. Los esclavos inválidos debido a vejez, enfermedad u otra razón, sea que la enfermedad resulte incurable o no, serán alimentados y mantenidos por sus amos y, en el caso de que estos los hubiesen abandonado, los dichos esclavos serán adjudicados al hospital, al que los amos serán condenados a pagar seis sueldos por cada día, para la comida y el mantenimiento de cada esclavo.

      Art. 28. Declaramos que nada pueden tener los esclavos que no sea de sus amos; y todo cuanto les llega por su propia industria o por la liberalidad de otras personas, o de cualquier otro modo, a cualquier título que sea, ha de ser adjudicado en plena propiedad a sus amos, sin que los hijos de los esclavos, sus padres y madres, parientes y cualesquiera más puedan pretender nada por sucesión, disposiciones entre vivos o causa de muerte. [...]

      Art. 33. El esclavo que hubiera golpeado a su amo, a su ama o al marido de su ama o a sus hijos produciéndoles contusiones o efusión de sangre o [heridas] en la cara, será condenado a muerte.

      Art. 34. Y en cuanto a los excesos y vías de hecho que sean cometidos por esclavos contra las personas libres, queremos que ellos sean severamente castigados, incluso con la muerte si fuera necesario.

      Art. 35. Los robos calificados, aun los de caballos, yeguas, mulos, bueyes o vacas, que hubieran sido cometidos por esclavos o por libertos, serán castigados con penas aflictivas, aun de muerte si el caso lo requiriese.

      Art. 36. Los robos de ovejas, cabras, cerdos, aves de corral, caña de azúcar, porotos, mijo, mandioca u otras legumbres, hechos por esclavos, serán castigados, según la calidad del robo, por los jueces, quienes podrán, de ser necesario, condenarlos a ser golpeados con varas por el ejecutor de la alta justicia y marcados con una flor de lis. [...]

      Y así siguiendo.

      * * *

      10 de octubre

      Crucé el brazo norte del Loira por el puente Haudaudine y pasé a la isla de Nantes. Caminé por los muelles hacia el Oeste, pasé frente al moderno Palacio de Justicia [04, 001] y llegué al destino buscado: el parque de los antiguos astilleros, ahora convertidos en albergue de máquinas maravillosas, inspiradas en los ingenios que Julio Verne, hijo dilecto de esta ciudad, imaginó en sus novelas de aventuras. La calesita del ingreso es ya un prodigio de la fantasía decimonónica: los niños se trepan a un avestruz que cabecea, a un sapo que abre la boca y saca su lengua pringosa, a una caldera semoviente que echa humo, a un Pegaso, a un globo aerostático, a la nave voladora de Robur [04, 002-003]. Contra la fachada, se extiende una rama enorme del Árbol de las Garzas sobre la que es posible dar un paseo. Enseguida se entra en la galería de las máquinas, donde se desparraman plantas y animales mecánicos. Algunos de estos producen un asombro nunca experimentado antes, salvo quizá por el personaje de una película (La cité des enfants perdus de 1995, Hugo de 2011). Una garza de ocho metros de envergadura sobrevuela, con sus pasajeros reales (es decir, nosotros, los visitantes), la maqueta del Árbol de sus compañeras [04, 004-005]. Hay una oruga a la que es posible subirse y manejarla [04, 006]. Lo mismo ocurre con una hormiga gigante, de aspecto bastante perturbador, en cuyo lomo caben cinco personas; el insecto se traslada lo más campante a lo largo de la galería [04, 007]. En realidad, los seres de la galería son las primeras máquinas que se preparan para el proyecto más grande de la compañía, aquel Árbol de las Garzas, que medirá treinta y cinco metros de altura, cincuenta de envergadura, estará listo en 2019 y podrán subirse a él unas cincuenta personas simultáneamente, tomar asiento en sus bichos y aves para trasladarse de una rama a la otra. Cuando salí a la gran explanada de los astilleros que da al río, vi lo increíble, lo más fantástico, un elefante, también mecánico, de doce metros de altura, que mueve las patas como si fuera de verdad, juega con su trompa articulada, lanza chorros de agua con ella, agita sus orejones y... barrita, juro que barrita [04, 008-010]. El monstruo paró junto a una escalerilla de avión por donde descendieron las veinticinco personas que se encontraban dentro de sus vísceras metálicas y luego subieron otras veinticinco. Aproveché para aproximarme y explorar las articulaciones electromecánicas de sus patas y de la trompa, que quedan a la vista. La bestia volvió a moverse como si tal cosa. Rodeé después un carrusel de tres pisos, una calesita insólita que lo hace ascender a uno por un recorrido en espiral y lo arrastra del fondo del océano a la superficie del agua, poblada de aves. Desde los peces luminosos o los moluscos de las profundidades abisales hasta las gaviotas, se trata de mecanismos y autómatas recubiertos por las formas y los colores de los seres naturales. Seguí mi camino, pasé por debajo del Titán Amarillo, una grúa gigante en desuso que parece concebida para estar en ese lugar de sueños paleotécnicos [04, 011]. Llegué al muelle de las Antillas, cuyos quinientos metros rectos están jalonados por dieciocho anillos de acero galvanizado y cuatro metros de diámetro, iluminados de colores diferentes en la noche [04, 012-013]. Durante el día, el juego producido por la variación de las vistas del río, del horizonte hacia el océano y de la ciudad a través de los anillos, permite descubrir detalles y hermosuras del paisaje que, de otro modo, se pasan de largo. El conjunto es obra de Daniel Buren y Patrick Bouchain, inaugurada en 2007. Buren, famoso desde

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