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joven pero curtida, cuenta a un hombre cómo su familia fue perseguida por la policía, despojada de todo por los poderosos del lugar, el dolor sin reposo y sin palabras ni gritos de su madre, la desesperanza de su padre, su propia huida, su primer trabajo, su encuentro con el hombre que le propondría casamiento, quizá porque una comida que ella le preparó le había gustado tanto. La mujer conoció en aquel instante la primera sorpresa alegre, que nunca la abandonaría, de toda su vida. El travelling de la cámara alrededor de la narradora y la música lánguida de fondo sirven de instrumentos formales para preguntarse, sin conseguir respuesta: la energía de esa mujer, ¿se irradia o queda encapsulada en el cuarto miserable de la película, una habitación con una ventana por donde se ven pasar los trenes? De cualquier forma, ella demuestra que el desarrollo de los dones recibidos (el de relatar, en su caso) es el elemento básico a la hora de expresarse e interactuar enaltecidamente con los otros. Kumar hizo una observación que me dejó con la boca abierta. Los subtítulos debieron erradicar el subjuntivo, un modo verbal que casi ha desaparecido, según el cineasta, del inglés y del francés, aunque resulte un constituyente poderoso del discurso de la mujer (Tarang, 1984). Shahani exhibió, en tercer lugar, el movimiento que la cámara y la música de una flauta, evocadora del ritmo de los sueños, descubren en las ruinas aparentemente quietas de una mezquita (The Bamboo Flute, 2000). Las imágenes alcanzan una belleza conmovedora. Escuchamos, para terminar, la “Canción de otoño” de Paul Verlaine, la de la “languidez monótona”, cantada por Georges Brassens, y vimos otra escena de La flauta de bambú: unos pescadores vestidos con andrajos se echan al mar, quedan restos de sus canoas en la playa. Eso fue todo. Adiós.

      Tuve la suerte de almorzar con Sudhir, quien me facilitó el contacto con Kumar. Aproveché para volver sobre la cuestión del subjuntivo. Nuestro artista me contó que ya la esposa de Bresson le había advertido hasta qué punto el uso de ese modo llegaba a obstruir la comprensión de los guiones por parte del público francés. Más tarde, ignoro qué tilingo de estos barrios enrostró una vez a Kumar su elitismo por echar mano del subjuntivo. A lo que el interpelado respondió que, en la India, él tiene contacto con decenas de personas por día y pocas veces ha escuchado un uso mejor y más rico del subjuntivo que entre las clases populares de su país. Sucede que, me aclaró Kumar, el subjuntivo desvela la inestabilidad, el carácter siempre hipotético, el ansia de libertad, la precariedad de una vida amenazada, en los seres humanos que componen el pueblo, las grandes masas de los pobres y aún esperanzados. Los poderosos aborrecen el subjuntivo, quisieran su reemplazo por el indicativo o, mejor, por el imperativo.

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      13 de octubre

      Trabajé en mi presentación del próximo lunes. A las seis, asistí a la conferencia, en el anfiteatro, a cargo de un ex-fellow del período inmediato anterior, el doctor Andreas Rahmatian de la Universidad de Glasgow. Presentó un libro suyo sobre una figura clave de la Ilustración escocesa, de cuya simple existencia acabo de enterarme hoy: Henry Home, lord Kames, longevo el caballero (1696-1782), pariente, amigo y corresponsal de David Hume, maestro de Adam Smith, de James Boswell y de Thomas Reid, el filósofo del common sense. Kames fue juez, jurista, historiador del derecho, filósofo moral y teórico social. No concurrió a ninguna universidad de su tiempo ni hizo el Grand Tour. Poseyó una excelente formación jurídica por el hecho de haberse dedicado a la abogacía hasta llegar a ser, en 1752, juez de la Corte de Edimburgo. Fue un conocedor apasionado de las artes y las letras europeas. Personaje olvidado, por los escoceses de hoy (quienes no le perdonan su entusiasmo ante el Acta de Unión que aprobó la sociedad indisoluble entre Inglaterra y Escocia), por los juristas (pues consideran que sus ideas del derecho y su historia están completamente superadas), por los scholars de la actualidad (superespecializados, entienden que lord Kames conectó demasiados temas dispares y se fue por las ramas). Sin embargo su figura tiene, a juicio de Rahmatian, un gran interés histórico; primo, debido a la difusión que tuvo su obra en el siglo XVIII; secundo, por la originalidad de sus ideas y planteos, que lo impulsaron a vincular campos aparentemente tan alejados como los de la estética y el derecho. Sus obras principales, casi todas traducidas al alemán, fueron: un ensayo acerca de las “Antigüedades Británicas” (1747), Essays on the Principles of Morality and Natural Religion [Ensayos sobre los principios de la moralidad y la religión natural] (1751, su libro tal vez más conocido), Principles of Equity, un tratado en torno a los principios de equidad (1760), Elements of Criticism [Elementos de crítica] (1762, texto que se ocupa de cuestiones de estética y despertó la cólera irónica de Voltaire en 1764; Andreas piensa que ese enfrentamiento habría sido una manifestación de los conflictos usuales entre el creador literario –Voltaire en este caso– y el crítico de la obra ajena) y, por último, Sketches of the History of Man [Esbozos de la historia del hombre] (1774).

      Rahmatian partió del análisis del libro sobre la crítica artística, donde se encuentra una primera distinción clara entre emociones y pasiones del espíritu que sigue el surco ya abierto por Locke y el escocés Francis Hutcheson. Emociones son los caracteres que adquiere el alma como consecuencia del uso de la voluntad y de sus nociones acerca del placer y del dolor. Pasiones son los movimientos y efectos en el individuo completo, cuerpo y alma, que desencadenan las emociones. Existe, para Kames, una “pasión de la belleza”, suscitada exclusivamente por los objetos perceptibles mediante el sentido de la vista; la música no engendra ese tipo de pasión, pues está fuertemente ligada al intelecto. Hay una belleza absoluta en ciertos objetos y también una belleza relativa de las acciones, a la que denominamos belleza moral. Kames cree que, si algo no es moralmente bello, no puede ser tampoco bueno. Pero, atención, la condicional universal no es verdadera, vale decir, todo lo bello no es necesariamente bueno. De todos modos, los hombres estamos dotados de una capacidad innata y común de percibir la belleza, la armonía, la diferencia entre el bien y el mal. Tal innatismo aleja en buena medida a Kames de la filosofía empírica. Andreas nos llevó a descubrir los encadenamientos que el escocés armó entre el saber racional sobre lo bello y la constitución del derecho. Porque lo opuesto de la belleza es la deformidad. Las acciones humanas y las leyes se orientan según esa polaridad, de modo que las acciones bellas determinan los deberes y obligaciones de los hombres, esto es, forman la base del derecho. Todos los seres humanos del mundo distinguimos y reconocemos tales deberes, corolario que es probado por el hecho de que el corpus de palabras que los designan tiene un equivalente en todas las lenguas del mundo. Kames diferenció entre virtudes primarias (por ejemplo, la justicia, la fe a la promesa dada), que se vinculan con obligaciones y deberes, y las virtudes secundarias, bellas pero no obligatorias (por ejemplo, la benevolencia). Adam Smith adoptó esa clasificación en su obra La teoría de los sentimientos morales de 1759.

      Andreas se ocupó luego de explorar los términos en que Kames presentó las paradojas de la libertad y la necesidad en la conducta humana. Nuestro lord acepta, en principio, que el hombre es siempre un agente libre pero, al mismo tiempo, admite la existencia de un determinismo moral. ¿Cómo se resuelve la contradicción? Ha de reconocerse que el mal no puede existir sin el permiso de Dios. Y “permitir” es sinónimo de “causar”, por lo que, en realidad, para que los hombres obedezcamos nuestros deberes y lo hagamos inclusive con alegría, Dios nos ha insuflado un “artificial sense of liberty”, un “deceitful feeling [sentimiento engañoso] of liberty”. Sobre semejante fundamento, los seres humanos podemos crear una religión natural que, a pesar del engaño divino, resulta superior a las religiones históricas, asentadas sobre el miedo. Respecto de la historia, Kames, igual que otros pensadores de la época, creía en el desarrollo humano, uniforme y común a todos los pueblos de la Tierra, que habría atravesado cuatro estadios: el de la caza, el de la cría de ganado, el de la agricultura (el primer momento productor de la superfluity que permite comprar en el extranjero las cosas necesarias, faltantes en el interior de las sociedades) y, por fin, el estadio del comercio. Si bien acerca de las primeras etapas no existen pruebas objetivas o bien son escasas y débiles, Kames promueve una historia racional y conjetural que nos lleva a deducir una “cadena regular de causas y efectos” en el devenir, que garantiza “la universalidad del progreso humano”.

      Durante la cena, me senté junto a mis dos amigos senegaleses, Babacar Fall y Mor Ndao, el holandés Jan Houben, el director Jubé y el fellow emérito Alain Supiot, compañero de Roger en el Collège de France. Los africanos tuvieron la palabra. Describieron el retroceso cualitativo de la educación formal, desde la escuela primaria hasta

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