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de Nantes la presencia del recuerdo perenne de la esclavitud y aludir, al mismo tiempo, al matrimonio que allí tiene lugar entre el agua, la tierra, el aire y la luz. Nantes, desarticulada por la crisis industrial de los ochenta, se ha transformado en una suerte de museo viviente, abierto, dinámico e inesperado, donde la tragedia de la esclavitud no puede dejar de ser el núcleo duro de la experiencia de propios y extraños a la ciudad.

      * * *

      11 de octubre

      El día estaba espléndido, el “último week-end de buen tiempo”, me dijeron los nanteses, y aproveché para volver a la Isla de las Máquinas. Quería subirme al paquidermo y lo hice. Eran las cinco y media de la tarde cuando volví a la margen derecha del Loira por el puente de Ana de Bretaña. Comencé entonces el recorrido minucioso del Memorial de la Abolición de la Esclavitud, un espacio muy abierto a orillas del río. Sobre el pavimento, hay una placa donde está escrita la historia negrera de Nantes y, a partir de allí, por unos buenos trescientos metros, algunas centenares de cápsulas vidriadas donde se leen los nombres de los puertos y de algunos de los barcos de la trata (los que se conocen de las mil ochocientas expediciones fletadas desde esta ciudad hacia el golfo de Guinea), más la fecha de su partida del estuario [05, 001-003]. La placa informa que: entre el siglo XV y el XIX, hubo 27 233 expediciones negreras en el Atlántico; que más de doce millones y medio de personas fueron sacadas de África y deportadas a América o las Antillas; que más de un millón y medio de esas personas murieron en la travesía; 4 220 expediciones salieron de los puertos franceses y transportaron a 1 380 000 africanos; las mil ochocientas expediciones nantesas desarraigaron por la fuerza a unos 550 000 individuos. Los nombres de los navíos son escandalosos: La bella nantesa, El Héctor (por el héroe troyano), Los corazones unidos, La Santa Ana (madre de la Virgen), La tierna Familia (¿habrá sido la Santa Familia?), La Paz. No se los ve con nitidez, como si se quisiera recalcar que fue necesario rescatarlos de las brumas de los archivos y de las memorias, que se los quiso olvidar y es necesario recuperarlos ahora con el objeto de saber y pedir perdón. Por encima del solado, se ve una superficie continua de cristales que se hunden en el piso. Es necesario descender a un túnel para darse cuenta de que esos cristales continúan y, bajo tierra, llevan todos mensajes escritos que testimonian el espanto o la esperanza de acabar con la esclavitud y la larga, larguísima sombra de sus efectos más recientes [05, 004-005]. Igual que en las cápsulas del exterior, los textos se leen con dificultad, porque están duplicados en cristales superpuestos mal iluminados. No es un error de los artistas-arquitectos, sino algo hecho a propósito para pensar que se los está leyendo a través de nuestras lágrimas. Me dejó atónito un mapa del Atlántico con un haz de flechas del color de la sangre, que pasan del África a América y forman algo parecido a una aorta [05, 006]. Ignoro cómo sería un gráfico semejante, referido a la trata en el mundo árabe, en el cuerno de África y en el Índico, pero con el nuestro ya basta para que los blancos occidentales nos hundamos en la vergüenza y en la culpa. Traduzco varios de esos textos, los que más me impresionaron, los que no me esperaba que existiesen, los que recordaba, como el famoso “Tuve un sueño” del doctor Martin Luther King.

      No podéis odiar a un pueblo o a una comunidad que dejaron de odiaros, no podéis amar verdaderamente a un pueblo o a una comunidad que os odian todavía, o que os desprecian calladamente. Sucede que, en materia de relaciones entre las comunidades, el olvido es una manera particular y unilateral de establecer vínculos con los demás, mientras que la memoria, que no es una medicina para el olvido sino literalmente su estallido y su apertura, no puede sino ser común a todos. El olvido ofende y la memoria, cuando es compartida, consigue la abolición de esa ofensa. Cada uno de nosotros necesita de la memoria del otro, no porque vaya en ello la virtud de la compasión o de la caridad, sino porque nace una lucidez nueva en el proceso de la Relación. Y si queremos compartir la belleza del mundo, si queremos ser solidarios de sus sufrimientos, debemos aprender a recordar juntos.

      Édouard Glissant, Une nouvelle région du monde [Una nueva región del mundo], 2006.

      Amo el cristianismo puro, pacífico e imparcial del Cristo; he aquí por qué detesto el cristianismo corrupto, esclavista, injusto e hipócrita de este país en el que se da latigazos a las mujeres y se roban niños. De hecho, no encuentro la menor razón, más allá de la más engañosa, para llamar cristianismo a la religión de este país.

      Frederick Douglass, Vida de un esclavo americano contada por él mismo, 1845, Estados Unidos.

      Hermanos y amigos. Soy Toussaint Louverture: quizá mi nombre haya podido hacerse conocido hasta para vosotros. Emprendí la venganza de mi raza. Quiero que la libertad y la igualdad reinen en Santo Domingo. Trabajo para hacerlas existir. Uníos, hermanos, y combatid conmigo por la misma causa. Desarraiguemos juntos el árbol de la esclavitud.

      Toussaint Louverture, Déclaration d’abolition de l’esclavage, 29 de agosto de 1793.

      ¡Un comercio de hombres! ¡Gran Dios! ¿No se conmueve la naturaleza? Si ellos son animales, ¿acaso no lo somos nosotros también?

      Olympe de Gouges, “Reflexiones sobre los hombres negros”, 1788, Francia.

      Llamo negrero no sólo al capitán del barco que roba, compra, encadena, encarcela y vende hombres negros o mulatos, que llega a arrojarlos al mar para hacer desaparecer el cuerpo del delito, sino que llamo igual a todo individuo que, mediante una cooperación directa o indirecta, es cómplice de tales crímenes. De modo que la denominación de negreros comprende a los armadores, los despachadores, los accionistas, los encargados, aseguradores, colonos de las plantaciones, gerentes, capitanes, contramaestres y hasta al último de los marineros, que participan en ese tráfico vergonzoso.

      Abate Grégoire, Des peines infamantes à infliger aux Négriers, 1822, Francia.

      Sueño que, un día, sobre las colinas rojas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos propietarios de esclavos puedan sentarse juntos en la mesa de la fraternidad. [...] Sueño que mis cuatro hijos pequeños vivan un día en un país donde no se los juzgue por el color de su piel sino por su carácter. ¡Hoy tuve un sueño! [...] Sueño que, un día, también en Alabama, [...] los niños negros y las niñas negras, los niños blancos y las niñas blancas, puedan tomarse de la mano, como hermanos y hermanas. ¡Hoy tuve un sueño!

      Martin Luther King, “Tuve un sueño”, 28 de agosto de 1963, Estados Unidos.

      Los plenipotenciarios de las potencias que han firmado el Tratado de París del 30 de mayo de 1814, reunidos en conferencia y habiendo tenido en consideración que el comercio conocido bajo el nombre de trata de negros de África ha sido entendido por los hombres justos e ilustrados de todos los tiempos como algo repugnante a los principios de humanidad y de moral universales; [...] declaran frente a Europa que, al creer que la abolición universal de la trata de negros es una medida particularmente digna de su atención, conforme al espíritu del siglo y a los principios generosos de sus augustos soberanos, se encuentran animados por el deseo sincero de concurrir en la ejecución más rápida y eficaz de esa medida con todos los instrumentos a su disposición, y actuar merced al empleo de tales medios con todo el celo y toda la perseverancia debidos a una causa tan bella y tan grande.

      Anexo número 15 al Acta final del Congreso de Viena, 9 de junio de 1815.

      (Inesperada la existencia de tales autores para semejante texto.)

      No soy verdaderamente libre si privo a algún otro de su libertad, así como tampoco soy libre si me veo privado de la mía. El oprimido y el opresor están ambos despojados de su humanidad.

      Nelson Mandela, El largo camino hacia la libertad, 1994, Sudáfrica.

      La resistencia a la opresión es un derecho natural. La propia Divinidad no puede sentirse ofendida de que nosotros defendamos nuestra causa, pues es la causa de la justicia, de la humanidad: no la mancharemos con la menor sombra de un crimen. [...] ¡Y tú, Posteridad! Concede una lágrima a nuestras desgracias y moriremos satisfechos.

      Louis Delgrès, “Al universo entero, último grito de la inocencia y de la desesperación”, proclama en el fuerte Saint-Charles, Guadalupe, 10 de mayo de 1802.

      Siento en la médula de mis huesos depositarse las voces y las

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